La muerte el pasado 28 de agosto del editor coruñés Santiago Rey, propietario de La Voz de Galicia, ha dejado huérfano al diario más leído de la comunidad, uno de los más influyentes de España y el que más contribuyó a construir la imagen política de Alberto Núñez Feijóo para elevarlo a la primera línea de la política estatal.

Para quienes lo admiraban, como muchos de sus empleados, amigos y lectores, Rey era un patrón a la antigua; un cacique de libro, sin embargo, para sus detractores. Para todos, un hombre extremadamente poderoso cuya desaparición ensombrece la continuidad de su legado y amenaza la estabilidad de su conglomerado empresarial y la posición hegemónica de su periódico como instrumento de creación de opinión pública. De su testamento, que se abrirá probablemente en los próximos días, podría depender la recomposición del ecosistema mediático y del mapa de influencias del establishment empresarial de Galicia.

"Lo que esperamos es que haya hecho más o menos lo que siempre dijo que iba a hacer, es decir, dejar La Voz de Galicia a la Fundación, aunque siempre dijo que lo haría en vida y no lo hizo", explica un directivo de la casa muy cercano al entorno del editor desde hace tres décadas y que prefiere guardar su anonimato. Se refiere a la Fundación Santiago Rey, la entidad supuestamente benéfica que el presidente del grupo creó en 1997 y que refundó en 2001 tras expulsar de la empresa a sus hijos para impedir que pudieran heredarla. En su patronato están (o han estado) representadas, algunas de forma honorífica, las empresas más importantes de Galicia: Caixa Galicia y su heredera Abanca, Inditex, Pescanova, Fadesa, Gadisa, Coren, Einsa...

La Voz de Galicia fue fundada en 1882 por el político liberal republicano Juan Fernández Latorre, abuelo de Rey, quien un siglo después se hizo con la propiedad del periódico ampliando su porcentaje inicial, del 24,25%, adquiriendo paulatinamente todas las participaciones que estaban entonces repartidas entre sus tíos, hermanos y primos. Lo hizo mediante varias operaciones en las que llegó a amenazarlos con promover ampliaciones de capital que habrían diluido el valor de sus acciones.

La muerte de su hermano

Rey, hijo del periodista Emilio Rey Romero y de María Victoria Fernández-Latorre, llegó a la presidencia de la empresa de manera accidental tras la muerte repentina de su hermano, en quien sus padres y el resto de su familia habían depositado la gestión y dirección de la compañía. Él era licenciado en Derecho, una carrera que, según fuentes próximas a la familia, tuvo que terminar en Granada después de que se le atascaran varias materias en la Universidade de Santiago.

Uno de los estudiantes que coincidió con él en aquella época, padre de un trabajador de La Voz, contaba que Rey solía regalar corbatas caras a un catedrático que alabó un día en clase la elegancia de su vestimenta. "No se trataba con el populacho, casi no iba a clase; tampoco recuerdo verlo en los exámenes de aquella asignatura que, por supuesto, aprobó con nota", recuerda esa fuente, que también coincidió con el editor durante los años en que prestó el servicio militar obligatorio: "No se mezclaba con la tropa, tenía un barracón para él solo y dos soldados asignados a su servicio. Parece ser que la amistad de su madre con Carmen Polo [la mujer del dictador Francisco Franco] le aseguraba un trato especial", añade.

Las crónicas que en las últimas semanas han glosado la figura de Rey le atribuyen un papel épico en el proceso de aperturismo político tras la muerte del tirano, pero lo cierto es que antes y durante la dictadura La Voz fue un periódico franquista. Sometido a censura como el resto de diarios, mantuvo una línea editorial apegada al régimen y sin atisbo de crítica o mención alguna a las sanguinarias matanzas que los fascistas perpetraron en Galicia. La Voz, incluso, formó parte de la Junta pro Pazo, que los partidarios de Franco impulsaron en plena Guerra Civil para organizar las colectas forzadas que recaudaron el dinero con el que se simuló la supuesta compra del Pazo de Meirás para regalárselo al dictador.

Tras la Transición política y durante los años 80 y 90, La Voz se consolidó como el mayor periódico de Galicia, gracias a una tupida red de redacciones y ediciones locales que competía con éxito con el resto de la prensa regional; y una línea editorial solapada con los intereses de las grandes empresas y del poder político. Eso garantizaba a Rey relaciones privilegiadas y cuantiosos ingresos por subvenciones, créditos bancarios, publicidad institucional y convenios, fuera del color que fuera el poder: a favor de Paco Vázquez en A Coruña; sustento de Manuel Fraga en Galicia, tibieza con Felipe González, primero, y apoyo a José María Aznar, después, en el Gobierno del Estado... Siempre ensalzando a la monarquía y a Juan Carlos de Borbón, con quien Rey se jactaba de mantener una íntima y confidente amistad.

"Amé a mi presidente"

Las necrológicas publicadas estos días por quienes querían de verdad a Santiago Rey —"Amé a mi presidente", confesó recientemente el director del diario, Xosé Luis Vilela, en un sentido artículo publicado tras su muerte— le atribuyen también una irredenta defensa de la cultura y del idioma de Galicia. Un argumento que no resiste el contraste con las evidencias en contrario: tras décadas recibiendo ayudas millonarias para fomentar el uso del gallego en sus páginas, especialmente durante los gobiernos de Feijóo y Alfonso Rueda, el diario sigue ofreciendo en castellano la abrumadora mayoría de sus informaciones y piezas de opinión.

Fue en aquella época, entre la Transición y finales del siglo pasado, cuando Rey labró esa imagen de empresario paternalista y de ejemplar editor independiente, encarnación de un "señorío", como le gustaba que los demás adjetivaran su personalidad, que para muchos de quienes lo conocieron camuflaba en realidad el carácter de un vulgar "señorito" franquista, criado entre los almohadones de la burguesía acaudalada más próxima al dictador.

En 1997, el editor decidió dejar la gestión de su empresa en manos de su hijo menor, Emilio, a quien nombró consejero delegado y editor, y de Santiago, el mayor, a quien asignó una vicepresidencia en el grupo. Bajo mando de Emilio Rey, La Voz se convirtió en Grupo Voz y emprendió una agresiva etapa de expansión y crecimiento: compró varios periódicos en otras comunidades, convirtió su emisora de radio en una cadena estatal, creó una exitosa división audiovisual que producía programas y series para distintas cadenas, fundó una escuela de medios... Hasta adquirió un avión privado que alquilaba a directivos de otras grandes compañías cuando los suyos no lo usaban y del que su padre se deshizo más tarde, ganando incluso dinero con su venta.

En 2001, el divorcio de Rey de su primera esposa, Celia Berguer, una coruñesa austera que siempre huyó del ruido social que acompañaba a su marido, convirtió en irreconciliables las diferencias del editor con sus hijos, que contaban cada uno con poco más del 4% de las empresas del grupo mientras su madre mantenía alrededor de un 37%. Rey emprendió entonces una campaña soterrada de bulos y noticias falsas destinada a desacreditar a sus vástagos, acusándolos de haber dejado a la compañía en una situación crítica que le obligaba a una inminente ampliación de capital de 60 millones de euros, cuya financiación había pactado de antemano con el entonces director general de Caixa Galicia, José Luis Méndez. Esa operación estaba destinada, de nuevo, a diluir el valor de sus participaciones.

Maniobras con la banca

Las citadas fuentes cercanas a los Rey Berguer aseguran que éstos intentaron acudir a la ampliación, pero que su padre "maniobró para que ni Caixa Galicia, ni Caixanova, ni ningún otro banco los financiaran". "Todo era mentira. La prueba de que la empresa no estaba mal y de que no precisaba la ampliación de capital es que no sólo no hubo que inyectar ese dinero, sino que lo que acabó financiándole Méndez a Rey fue la recompra de las acciones" de Celia Berguer y sus hijos, añaden.

José Luis Méndez, quien desde entonces gozó de un tratamiento exclusivo en las páginas de La Voz, fue la cabeza del equipo gestor que arruinó Caixa Galicia y que obligó al Estado a intervenirla después de que la Xunta de Feijóo, con la ayuda de la presión mediática de La Voz, forzara su fusión con Caixanova para tratar de impedirlo. Rey defendió a Méndez hasta el punto de enviar en marzo de 2010 a uno de sus periodistas a una reunión del consejo de gobierno del Banco Central Europeo en Frankfurt, con la inaudita pretensión de que el corresponsal trasladara al entonces gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, la opinión del editor sobre la inconveniencia de intervenir la caja.

Los bulos sobre la situación de La Voz, alentados por el círculo directivo de Rey a principios de los años 2000 y nunca desmentidos por éste, hicieron creer a parte de la plantilla que sus hijos no sólo habían llevado a la firma al borde de la quiebra, sino que además habían sido indemnizados con cantidades millonarias, lo que las fuentes próximas a la familia desmienten. También intoxicaron con el falso argumento de que habían pactado con su padre el apartamiento de la herencia que les correspondía, lo que se conoce como "la herencia en vida". Eso no sucedió hasta hace tres años.

"Su padre dedicó el final de su vida a hacerles daño. Al contrario que el resto de Galicia, ellos no están pendientes del testamento, porque a estas alturas no les importa en absoluto. Pero sí están convencidos de que no va a haber ninguna sorpresa", concluye la citada fuente.

Público ha contactado con Emilio Rey y con su hermano, Santiago, para contrastar los hechos y obtener su visión de lo sucedido, pero ambos han declinado la invitación para hacerla pública, al menos de momento. El segundo también ha solicitado expresamente que ni siquiera se le cite en este artículo, lo que resulta incompatible con el compromiso y la intención de este diario de ofrecer una versión veraz de lo narrado.

Censura y enemistades

En cuanto a aquella campaña de Rey contra sus hijos, que dinamitó por siempre su relación familiar, también abrió una etapa de progresiva agresividad de la línea de La Voz contra quienes el editor creía sus enemigos. Ordenó minimizar o censurar la aparición en el diario de personalidades públicas que le disgustaban, desde Fernando Alonso a Rafael Nadal pasando por el arquitecto que rehabilitó las pallozas de O Cebreiro, que era hijo de uno de sus directores a quien había despedido años antes. Incluso forzó a ocultar informaciones de relevancia que afectaban a su nuevo círculo familiar, como las relacionadas con el general Vicente Navarro Ruiz, hermano de su segunda esposa, Amparo Navarro, condenado por falsear la identificación de cadáveres de los militares víctimas del accidente del Yakovlev-64 en 2003, y cuyo procesamiento judicial fue ocultado en el diario.

Durante los inicios de la crisis del Prestige, en noviembre y diciembre de 2002, La Voz se convirtió en el periódico de referencia en España. Al margen de la profesionalidad de su redacción y del equipo que se encargo de cubrir el suceso y sus consecuencias durante meses y años, en realidad fue un espejismo que nació de la casualidad. El corresponsal en Oporto tenía una muy buena fuente en el Instituto Portugués do Mar e da Atmósfera, cuyos técnicos habían situado balizas flotantes con gps en las manchas del vertido del barco en alta mar. Al contrario que el Gobierno de Aznar en Madrid y de Fraga en la Xunta, que sólo podían conocer e informar de su situación por los informes que les enviaban las dotaciones de los helicópteros, que sólo podían ver el chapapote con luz diurna hasta las cinco de la tarde, La Voz podía cerrar cada noche, muchas horas después, advirtiendo con mucha más exactitud de cuándo y dónde iba a tocar costa el vertido.

Buena parte de las acusaciones de inoperancia y de mentiras que pusieron contra las cuerdas a Fraga y Aznar, probablemente contra la voluntad de Santiago Rey, y que acabaron dando pie al movimiento Nunca Máis, derivaron de aquellos titulares. Cuando Aznar envió a Mariano Rajoy a Galicia a gestionar la crisis, lo primero que hizo el entonces vicepresidente del Gobierno fue pedir cita con el editor de La Voz. Al día siguiente, los mandos intermedios transmitieron a la redacción que la línea editorial sobre el tema había cambiado. Incluso se prohibió utilizar el término "mancha de chapapote". Como mucho, "galletas", o mejor aún, "lentejas" de fuel.

La redacción mas añeja ya conocía esas practicas, y la más joven se acomodó a esas maneras, que llegaron incluso a forzar la publicación de informaciones críticas e incluso de descrédito hacia cualquiera que se cruzara en los intereses o apetencias personales, políticas y empresariales de Rey: el presidente del Deportivo, Augusto César Lendoiro; el director general y presidente de Caixanova, Julio Fernández Gayoso; el alcalde de Vigo, el socialista Abel Caballero; Xulio Ferreiro, que lo fue de A Coruña con Marea Atlántica; Nunca Máis; la directiva del elitista Club de Golf de A Coruña; el que fuera vicepresidente de la Xunta en el Gobierno bipartito de PSOE y BNG, el nacionalista Anxo Quintana...

Ley de herencias

El bipartito (2005-2009) también se plegó al editor de La Voz, cuando éste presionó para que en 2006 se cambiara la ley de derecho civil de Galicia para reducir de un tercio a un cuarto la parte de la herencia que el testador debe obligatoriamente legar a sus herederos legítimos —la "legítima"—. "Quería minimizar los derechos hereditarios de sus hijos. Y aunque parezca mentira, lo consiguió", explican las fuentes consultadas por Público. "Santiago Rey tenía poder, quizá menos del que él creía, pero mucho más de lo que algunos piensan", añaden.

Fue precisamente la caída del Ejecutivo de Quintana y del socialista Emilio Pérez Touriño la que abrió las puertas de la Xunta a Feijóo, quien se hizo con el favor de Rey garantizándole ingresos millonarios con cargo al presupuesto público mediante ayudas directas, publicidad institucional, convenios a dedo y otras herramientas, que suman cerca de 50 millones de euros en 15 años, y que Rueda sigue alimentando hoy en día. A cambio, La Voz, que sigue siendo junto con la Televisión de Galicia el único medio gallego con capacidad real para abrir, conducir y cerrar cualquier debate público, puso a disposición de Feijóo el diseño de esa figura de gestor eficaz, moderado y dialogante que aupó a la política estatal al actual líder del PP.

La Voz y su cabecera, Corporación Voz, que agrupa además a media docena de sociedades —entre ellas la que edita La Voz de Asturias, las filiales de radio y televisión, la productora audiovisual, el instituto de demoscopia y la empresa que gestiona la planta edición— son cada vez más dependientes de las ayudas públicas de la Xunta y de la financiación bancaria.

El diario ha conseguido posicionarse como el tercer generalista de papel de España con más lectores después de El País y El Mundo, según la Asociación para la Investigación de Medio de Comunicación. Pero la crisis del sector ha desplomado drásticamente las ventas de ejemplares. Su difusión, que llegó a superar con creces los 100.000 número diarios a mediados de la década de los 2000, ni siquiera llega ahora a los 30.000, y muchas jornadas, según fuentes de la redacción, se sitúa por debajo de los 20.000.

Escasos beneficios y mucha deuda

Las cuentas depositadas por la empresa en el registro mercantil indican que la cifra de negocios se ha ido reduciendo año a año, hasta el punto de que el balance de 2023 de Corporación Voz SLU y sus Sociedades Dependientes refleja un resultado consolidado de poco más de 11.000 euros, con deudas muy elevadas: el pasivo ronda los 23 millones de euros, de los que más de 14 millones son pasivo corriente, es decir deudas y obligaciones de pago con vencimiento inferior a un año.

Según los informes de gestión consultados por Público, los beneficios de la corporación antes de impuestos e intereses —el EBIT, en sus siglas en inglés, un concepto que se utiliza como indicador de la rentabilidad empresarial— registran más de 85.000 euros de números rojos, es decir 50.000 euros más que los -35.000 con los que la compañía cerró el ejercicIo de 2022. De hecho, Rey cobró el año pasado 649.178 euros en concepto de dividendos que fueron repartidos no con cargo a los beneficios sino a las reservas de la empresa.

Con todo, más allá de su rentabilidad financiera y pese a que su capacidad de influencia ya no es la que fue, La Voz sigue siendo un instrumento enormemente rentable desde el punto de vista político y financiero para las élites de Galicia, que han visto reforzadas sus conexiones con el poder político en Madrid a través de Feijóo y del círculo que rodea a éste en la capital del Estado. En cuanto a la plantilla, los trabajadores, habituados a unas relaciones laborales cimentadas en muchos casos en la devoción hacia el patrón, temen que la desaparición de Rey y el paso de la propiedad a la Fundación pueda derivar en un proceso de decadencia que acabe en la venta del periódico o en un troceo del grupo que provoque más despidos y rebajas salariales.

"Nadie quiere que nada cambie", asegura una de las fuentes consultadas por este periódico, ante la pregunta de si habrá cambios sustanciales en la estrategia empresarial o en la línea editorial si el testamento de Rey confirma lo que todos piensan y desean. "La Fundación no puede ni debe dirigir La Voz, pero sí tiene que mantener el legado del presidente", añade otra de las personas vinculadas a la empresa y consultadas para esta pieza.

Patronos

El patronato de la Fundación está formado por una mayoría de personas a las que se supone un férreo compromiso con la defensa de la memoria de Santiago Rey: su director, el periodista José Francisco Sánchez; el director general de la Corporación, el también periodista Lois Blanco Penas; el catedrático de Derecho Constitucional de la Universidade de Santiago y editorialista del diario, Roberto Blanco Valdés; el secretario general, Manuel Areán Lalín; y el médico personal de Rey y presidente del Colegio de Médicos de A Coruña, Luciano Vidán Sánchez.

Pocos meses antes de morir el editor convirtió también en patronos a su tercera esposa, Salomé Fernández-San Julián, llamada a asumir la presidencia de la institución, y a Xosé Luis Vilela, que obtendría con ese cargo una merecida y honrosa salida a sus casi dos décadas de lealtad al frente de la dirección del diario.

También forma parte del órgano rector de la entidad José Arnau Sierra, vicepresidente de Inditex y consejero dominical de la compañía textil en representación de su fundador, Amancio Ortega. Arnau es la mano derecha de la esposa de Ortega, Flora Sáez, y de su hija Marta, la presidenta del grupo, que tiene en La Voz uno de los principales aliados para la difusión de sus actividades de mecenazgo y para la construcción de su imagen pública, en un estilo que su padre nunca se preocupó de trabajar.

Además, son también patronos de honor el presidente de Abanca, Juan Carlos Escotet, el banquero venezolano que acabó haciéndose con las cajas gallegas gracias a la mediación de Feijóo; y Roberto Tojeiro, propietario de Gadisa, líder del sector de la distribución en Galicia. Abanca es la principal acreedora de La Voz y Gadisa, uno de sus mejores anunciantes. Ellos tampoco quieren sorpresas en el testamento de Rey.