Los hijos de Joseph Goebbels se llamaban Hedwig, Heidrum, Helga, Helmut, Hildegard y Holding. Con hache de Hitler, consonante que evidenciaba la admiración del ministro de Propaganda por el Führer, quien decidió quitarse la vida el 30 de abril de 1945 en su búnker de Berlín junto a Eva Braun, recién casados, cuando las tropas soviéticas amenazaban con tomar la Cancillería del Reich.
Un día después, el 1 de mayo de 1945, Goebbels y su esposa, Magda, toman la misma decisión y se pegan un tiro en la sien, al igual que Hitler. Antes, un médico inyectaba morfina a los seis niños y, ya adormecidos, ella abre la boca de cada uno de sus hijos y les introduce una cápsula de cianuro, el mismo veneno elegido por Eva Braun.
Joseph Goebbels se ha suicidado por fidelidad al nazismo. Sin embargo, es el único de los cuatro colaboradores más cercanos al líder que decide poner fin a su vida ante el colapso del Tercer Reich, lo que refleja que no es un cobarde. Pese a que el suicidio de Hitler provoca un efecto dominó y solo ese año 200 líderes nazis lo emulan, algunos de sus hombres de confianza priorizan la supervivencia por encima del ideario nacionalsocialista, al contrario que el ministro de Propaganda, cuya familia encarnaba el ideal ario.
Martin Bormann, jefe de la Cancillería del Partido Nazi, abandona el búnker y fallece poco después. El chófer que conducía el vehículo afirma que fue víctima de la artillería rusa, pero el jefe de las Juventudes Hitlerianas, Artur Axmann, quien lo había acompañado en su huida, asegura que vio el cuerpo de Bormann sin heridas, rígido, como si hubiese ingerido cianuro. El secretario personal de Hitler no quería suicidarse, aunque entendió que era mejor que caer en manos del Ejército Rojo.
A Heinrich Himmler, líder de las SS, tampoco se le pasa por la cabeza acabar con su vida y, de hecho, intenta establecer unas negociaciones de paz con los aliados. Sin embargo, cuando todo ya está perdido, procura ocultarse en Baviera, pero es detenido por soldados británicos. Se ha afeitado el bigote y puesto un parche en el ojo para pasar desapercibido. De repente, se lo quita y pide hablar con el general Montgomery. Durante el interrogatorio, Himmler ha logrado meterse en la boca una cápsula de cianuro, que rompe con sus dientes cuando trata de quitársela un médico, quien termina con sus dedos ensangrentados del mordisco.
Hermann Göring, comandante en jefe de la Luftwaffe (Fuerza Aérea), también cree ingenuamente que puede proponerle una paz separada al mismísimo Dwight D. Eisenhower, presidente de Estados Unidos, y convertirse en el futuro ministro alemán de Asuntos Exteriores. En cambio, repudiado por el propio Hitler y sus enemigos internos, es detenido, juzgado en Núremberg y condenado a la horca. Dos horas antes de su ejecución, el 15 de octubre de 1946, aparece muerto en su celda: un guardia, seducido por una joven alemana, ha accedido a entregarle una pluma. Piensa que contiene un medicamento, pero en realidad esconde una cápsula de cianuro.
Rudolf Hess, lugarteniente de Hitler y llamado a ser su sucesor, voló en solitario a Escocia para negociar la paz con el Reino Unido en 1941. Fue capturado, condenado a cadena perpetua en los juicios de Núremberg y encarcelado en la prisión de Spandau (Berlín), donde se ahorcaría con un cable en 1987. Su muerte es un enigma: tiene 93 años y está débil, por lo que la hipótesis de un estrangulamiento podría ser improbable, pero no descabellada. Su hijo asegura que fue asesinado por la CIA o el SAS, cantera de los malditos bastardos.
Erwin Rommel, mariscal de campo de la Wehrmacht (Fuerzas Armadas), fue en cambio obligado a suicidarse por los nazis para evitar que matasen a su familia. Pese a merecida reputación como militar, el Zorro del Desierto es acusado sin pruebas documentales de conspirar contra Hitler, quien sale indemne del atentado orquestado por el coronel Claus von Stauffenberg. Solo tiene dos salidas: ser ejecutado junto a su familia o suicidarse. Elige el cianuro, aunque dada su condición de héroe militar se difunde que ha fallecido de una trombosis y es enterrado con honores para no agitar el avispero de la tropa.
"Himmler y Göring, los dos principales cómplices del jefe supremo del Tercer Reich, no tienen ninguna conciencia de las atrocidades que han cometido. Piensan que pueden negociar con los aliados y preservar posiciones ventajosas. En el fondo, pretenden que lo único que han hecho ha sido obedecer", explica el historiador Philippe Valode en el libro Prefirieron morir (Espasa), quien plantea una alternativa, menos probable, a la versión oficial inglesa. "Himmler murió como un perro, sin duda suicidándose, a menos que alguien lo golpeara hasta la muerte".
Además de los cinco dirigentes nazis más importantes después del propio Hitler, toman la misma decisión varios ministros y secretarios de Estado, como los de Justicia, Otto Georg Thierack, de Interior, Paul Giesler, de Alimentación y Agricultura, Herbert Backe, de Ciencia y Educación, Bernhard Rust, y de Sanidad, Leonardo Conti.
Uno de cada diez generales de la Wehrmacht se pega un tiro en la cabeza, hasta sumar más de medio centenar, a los que habría que añadir a cabecillas de las SS como Wilhelm Rediess, Heinz Roch o Walter Schimana, así como a 14 altos mandos de la Luftwaffe y a 11 almirantes de la Kriegsmarine (Armada). También a jefes de todo tipo de administraciones e instituciones, desde miembros de la temible Gestapo hasta médicos que experimentaron con seres humanos. Algunos de ellos se suicidan tras ser arrestados o años después, para evitar la humillación o un juicio.
"Goebbels, el único [de los cinco líderes nazis] que se mostró fiel a Hitler, recorrió un auténtico viacrucis criminal, sacrificando a sus hijos menores antes de suicidarse con su esposa. Fue, tal vez, el único de los grandes dirigentes del Reich que tuvo ánimos para utilizar un arma de fuego", escribe Philippe Valode en el libro Prefirieron morir, donde explica que el cianuro fue el método más popular y la soga tuvo menor predicamento, aunque también hubo militares de alta graduación que se arrojaron al vacío.
Más allá de los gerifaltes nazis, el historiador francés recuerda el sufrimiento de las alemanas: dos millones fueron violadas entre marzo y septiembre de 1945 —la mayoría por soldados soviéticos—, lo que indica que muchas mujeres podrían haberse suicidado, junto a sus hijas, para evitar el ultraje, por no hablar de las que fallecieron tras las agresiones sexuales. "Nada más idóneo que la violación reiterada de las niñas, las mujeres, las ancianas para destruir el mito de la superioridad alemana", añade Valode.
Las cifras son aproximadas y el margen de error es amplio. Tampoco se conoce con exactitud el número de suicidios entre la población civil, aunque el uso del citado veneno también fue habitual. Así, con las tropas soviéticas a las puertas de la capital, Albert Speer, el arquitecto favorito de Hitler y luego ministro de Armamento, organiza el 12 de abril de 1945 el último concierto de la Filarmónica de Berlín.
Apenas hay luz sobre los músicos, el frío penetra por las ventanas rotas, el público se abraza a sus abrigos y suena El crepúsculo de los dioses, de Richard Wagner. "Un gesto melancólico y patético a la vez", escribiría Albert Speer en sus memorias, "ante el fin del Reich". Los espectadores aplauden y se disponen a salir del recinto mientras reciben un obsequio de las Juventudes Hitlerianas: cápsulas de cianuro.