Los autómatas existen desde la antigüedad. Los griegos ya habían creado los suyos. Tuvieron auge en el imperio Bizantino y también fueron concebidos por científicos musulmanes en la edad media. Ya en la modernidad se fueron perfeccionando, y se utilizaban sobre todo para divertir o impresionar al monarca y a su corte.
Una definición de diccionario que podemos encontrar es la siguiente: Máquina dotada de un mecanismo que le permite moverse, en particular la que imita la figura y movimientos de un ser animado, normalmente humano.
Y muchas veces se las diseñaba para cumplir una función. Una única función. Y la repetían hasta el hartazgo, porque era lo único que podían hacer. Lo único para lo que estaban diseñados. Pero la operación debía resultar bien, si no, qué gracia.
Ninguno de los sabios que diseñaron y crearon a estos humanoides hubieran imaginado el auge que tendrían en la actualidad.
Y no me refiero a los robots, ni a la robótica, ciencia que ha avanzado en forma sorprendente y que permite el perfeccionamiento cada vez mayor de estas máquinas, con futuro impredecible en cuanto a sus posibilidades.
Los autómatas se diseñaban para torpemente imitar a los humanos.
Pareciera que hoy es al revés. Y que se logra un éxito asombroso cuando humanos imitan a los autómatas, realizando exclusivamente funciones o discursos simples, repetidos hasta el hartazgo, cumpliendo una única función. Y el objetivo es el mismo: divertir, halagar o complacer al monarca y a la corte.
Por supuesto que tampoco se trata de los mismos monarcas ni de las mismas cortes, pero sí se trata de quienes el autómata identifica como tales.
Es así como un autómata repite día y noche la casta, son una casta, el ajuste lo va a pagar la casta. Y tiene éxito. No importa que después negocie, otorgue cargos, soborne, cogobierne con los que llamó casta. Tampoco importa que un senador de su alianza declare tener 20 asesores para ser gobernador de su provincia. Y la casta terminan siendo los que no están con el autómata. Y da resultado.
Una serie de autómatas le dicen a un periodista que en nombre de la libertad, toleran la homosexualidad, pero que les da bastante asquito, y el periodista, claramente perjudicado por estos comentarios, les muestra su automática sonrisa. Finalmente, cuando un autómata ministro, ya muestra sin tapujos su idea de volver a sus orígenes medievales en cuanto a tolerancia de género, el periodista se aparta de su reacción automática y se muestra ofendido. Una sorprendente y esperanzadora reacción. Esperemos que no sea tarde.
El autómata dice que los científicos del Conicet son inútiles y que no sobrevivirían en el mercado. Los mandó a escribir libros. Demuestra su envidia por sus títulos doctorales y por su pensamiento independiente. El autómata no entiende lo que genera un científico. No le importa entender. Es un autómata.
El autómata cita a economistas y postulados que nadie entiende, que él mismo ni aplica ni comprende. No tiene por qué, es un autómata. Probablemente le gustaría ser un científico o un doctor. Pero es un autómata.
El autómata se auto alaba diciendo que es el principal autómata del mundo y que va a ganar el premio Nobel. Y otros autómatas asienten. Están programados para asentir. Un autómata, que en realidad sólo estaba programado para manejar lanchas, aprende el gesto del asentimiento. Y se esmera.
El autómata repite que los jubilados están mucho mejor que antes. Que aumentaron su poder adquisitivo y sus haberes en dólares. Cuando nuestros mayores dejan de alimentarse apropiadamente, se les reducen los medicamentos, no pueden pagar sus alquileres.
El autómata repite, en frente de un periodista, el término periodista ensobrado. El periodista autómata asiente y le da pie para que pueda terminar sus frases. Este periodista es probablemente el autómata mas ensobrado del mundo. Pero todo vale.
Un coro de congresistas autómatas repite que hay que dar gobernabilidad. Y aprueba la ley ómnibus impresentable que le permite al autómata hacer lo que se le cante.
Un autómata programado para vaciar el país y sumir a sus ciudadanos en la pobreza y que ya lo había hecho, es elegido ministro de economía y repite su único movimiento, seguir vaciando.
El autómata se presenta ante su verdadero soberano y corte: diferentes grupos de empresarios internacionales y nacionales, y repite sus esquemas. Los empresarios se sienten halagados y lo aplauden. Sobre todo los extranjeros, a quienes claramente intenta beneficiar. La industria se hunde. Se estarán convirtiendo en autómatas los empresarios?
También hay un autómata vocero del autómata. Que repite lo mismo que éste, con menos gracia. Que justifica la represión, incluso la represión de jubilados y niños. Autómatas que se disfrazan de superhéroes. Autómatas que van a ver a represores asesinos, pero argumentan que no sabían de quién se trataba.
Pero todos estos autómatas se diferencian de los antiguos. El autómata medieval podía ser diseñado incluso para blandir un hacha, y actuar como verdugo. Y ejecutaría esta acción cruel, porque para esto fue diseñado. Pero no la disfrutaría, no se jactaría de la misma.
Los autómatas actuales, no sólo generan desempleo, hambrean, enajenan nuestro oro, desfinancian la enseñanza y la investigación, sumergen nuestro país en la miseria económica y moral. También se jactan de eso. Lo disfrutan. Los jubilados se merecen morir en la miseria, los científicos son inútiles, los empleados son vagos, este país, este estado, no valen la pena, destruyámoslo y gocemos en el intento.
El riesgo es que este automatismo sea contagioso. Que todos nos infectemos de estos mecanismos que llevan a tener actitudes individualistas, subestimar el pensamiento del otro e incluso el derecho de vivir y progresar con sus artes y conocimientos.
Sería muy triste vivir en un país de autómatas.
* Doctor en Ciencias Biológicas