Cuando me invitaron a escribir esta columna pensé inmediatamente en Alex Anwandter. Acepté entusiasmada, creyendo que iba a ser fácil escribir sobre alguien de quien realmente soy fan. Pero, a medida que avanzaba, me di cuenta de que es al revés. Cuando algo te gusta demasiado, no hay distancia; las emociones se encarnan y se hace muy difícil ponerlas en palabras. Así que, sin muchas pretensiones decidí hacer una compilación de hechos anecdóticos de esta historia con final feliz.
Tenía dieciocho o diecinueve años cuando escuché “Rebeldes” de Alex Anwandter por primera vez. Recién terminaba el secundario y tenía unas ganas de vivir envidiables. Después de cinco años en un colegio comercial, por fin el mundo me revelaba sus verdaderos encantos. ¡Por fin podía ser artista! Así que, sin mucha conciencia, hice un primer movimiento en mi vida neo-adulta y le escribí por Facebook a un pintor que yo admiraba, ofreciéndome como asistente. Sorprendentemente me dijo que sí, y a las semanas empecé a trabajar en su taller. Durante esas mañanas y tardes fantásticas, el pintor me enseñaba de qué se trataba ser artista: pensar, la mayor parte del tiempo, bocetar, pintar, no hacer nada, almorzar comida por peso, comprar materiales para probar una idea y descartarla. Mientras hacíamos todo eso, en más de una ocasión, sonaba “Rebeldes”.
El momento previo a la fascinación total fue de resistencia, un rechazo infantil a eso que me incomodaba por ser tan... ¿particular? ¿distinto? ¿¡gay!? Me acuerdo de preguntarle al pintor, con cierta indignación de vecina chismosa, quién era ese que cantaba. Quise encontrar razones para que no me gustara, pero fue inevitable. Las canciones de Alex apuntaron con velocidad directo a mi corazón. Son pocas las veces en las que siento eso, que una obra me atraviesa el cuerpo de lado a lado, físicamente. De esos artistas soy fan.
Alex tardó cinco años en sacar un nuevo disco. Durante todo ese tiempo, nunca dejé de escuchar “Rebeldes” y así sucesivamente con “Amiga” y “Latinoamericana”. Con cada nueva producción reconfirmaba la genialidad de Alex, me maravillaba con su capacidad de conmover profundamente y hacer bailar a la vez, y también disfrutaba de ese placer tan simple y satisfactorio que es escuchar la música que te gusta. ¿Hay algo más lindo que una balada pop que te desgarra? ¿Qué estar triste y escuchar una canción de amor? Con muchas lloré y me sentí bien.
Un día Alex tocó en Niceto y lo fuimos a ver con dos amigas. Fue un éxtasis. Cantamos todo a los gritos, de punta a punta, en un pogo de chicas románticas y embelesadas. Con “Tormenta” casi me muero. Salimos obsesionadas. Esa misma noche le mandé un mensaje por Instagram que decía: “Alex te amo, soy tu fan”.
Otro día, mis amigas fueron a un festival de cine a presentar un corto que habíamos filmado, Alex estaba ahí presentando su película. Mis amigas se pusieron nerviosas y no pudieron hacer nada; en cambio el novio de una de ellas, que también era director, se acercó y se puso a charlar. Al parecer, tuvieron una buena conversación y quedaron en contacto para trabajar juntos en un videoclip. A partir de entonces, lo seguimos de cerca. ¿Qué decía? ¿Se juntaron? ¿Cómo es? Debo haber ojeado al pobre novio de la envidia, pero tantas veces había soñado con filmar para Alex, que incluso ya tenía varios videos diseñados en la mente.
Unos años después de eso, mi entonces novia, una talentosa pianista, me dijo que Alex había abierto un curso de producción en Chile al que tenía pensado aplicar. Obviamente le dije que fuera, que sí o sí, y le encomendé que, en lo posible, se hiciera amiga de él. Escrito así, suena raro, pero entenderán cómo funciona la mente de un fanático ante la posibilidad de acercarse a su ídolo... Lo importante (y bizarro) es que así sucedió. Mi novia empezó a trabajar con él, se hicieron amigos y al tiempo lo conocí yo también. No creo en el poder de la “manifestación”, pero tengo que decir que en este caso no hay otra explicación posible.
El día que iba a conocer a Alex estaba muy nerviosa. Tenía que ser genial, fresca, divertida, inteligente, y lo más difícil de todo ¡No tenía que ser su fan! Entonces entré a su perfil de Instagram y por las dudas borré el mensaje que le había mandado.
Con el tiempo, Alex se volvió un confidente, un amigo al que admiro profundamente y del que aprendo un montón. Trabajamos juntos ya en dos de sus videoclips y compartimos los mejores veranos y noches. Todavía, y creo que será así por siempre, pongo sus canciones para llorar volviendo a mi casa. Sinceramente, no tengo palabras nuevas para mi artista favorito; el sentimiento es el mismo pero esta vez lo confieso: Alex te amo, soy tu fan.
Josefina Alen nació en Buenos Aires, en 1993. Es diseñadora de Imagen y Sonido de la UBA. Estudió pintura en el taller de Sergio Bazán, participó del Programa de Artistas de la Universidad Torcuato Di Tella, en 2018; y de Yungas Buenos Aires, dirigido por Raúl Flores, en 2020. Es artista de la galería Constitución, donde realizó ya tres muestras individuales. Como directora trabajó en diversos cortometrajes y videoclips independientes.