"Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?".
Marco Tulio Cicerón, siglo I a.C.
“Agarrate Catalina, que en cualquier momento la gente pierde la paciencia”.
Javier M, siglo XXI d.C.
Debo confesar, querido lector, que me siento un poco antiguo. Ya sabrá usted que este siglo XXI es para mí como un país extraño, con costumbres poco amigables, como ser amores virtuales, posverdades válidas, rebeldía de derecha, debates sobre temas superfluos, exclusiones en nombre de la inclusión, elogio y fomento de la ambigüedad, sabores por decreto, fundamentalismos hasta en la sopa, cuerpos ausentes, exhibicionismo exacerbado, narcisismo recalcitrante, certezas en vez de preguntas, y tantas cosas desagradables más.
O sea que no soy quién para criticar a otra persona que quiera volver al pasado, cuando yo mismo me la paso añorando esos sabores de abuela, esos amores sin tanto código, ese fútbol con garra y deseo, el cine de Ettore Scola, Woody Allen, Francis Ford Coppola, Leonardo Favio; el teatro de John B. Priestley, las novelas de Kurt Vonnegut; la pizza de mi mamá, las facturas de mi abuela, el violín de mi abuelo; Chaplin, Pepe Biondi, Tato Bores, Mafalda, Satiricón, Les Luthiers, Telecómicos, Telecataplum; el Boca de Rojitas y Madurga, "los setenta”, el TEG, mis amigos de entonces, la infancia de mi hijo, el tinenti a la hora de la siesta, y... bueno, paro aquí pero la lista es inagotable.
Puedo comprender entonces que otra persona también quiera regresar a tiempos mejores. De hecho, lo muestra magistralmente Woody Allen en aquella magnífica Medianoche en París (2011), donde cada uno quería regresar en el tiempo a otra época que imaginaba más feliz (aunque espoileé un poco, véanla, es maravillosa).
Dicho esto, de todos modos no puedo dejar de sorprenderme con el ya remanido hábito presidencial de retorno al pasado. Primero, se refiere a “cien años atrás, cuando Argentina era la primera potencia del mundo”. No sé cuál es su bibliografía, pero les aseguro que yo busqué, pregunté, y no encontré dato alguno que ni siquiera se le acerque a tal afirmación. De hecho, hace cien años gobernaban los radicales, que no son, justamente, santos de la devoción del presidente, que se las pasa denostando, insultando y ninguneando a los funcionarios y legisladores de dicho partido, y además culpa al primer presidente radical, don Hipólito Yrigoyen, de gran parte de los males que hoy en día nos aquejan. Tal vez el primer Autoritario Electo se refiera a los tiempos “pre-Yrigoyen”, cuando solamente votaban unos pocos “argentinos de bien”. Pero ahí debería pensar que, siendo él mismo (como gran parte de los argentinos) descendiente de inmigrantes, probablemente no estuviese incluido en esa selecta minoría.
Otra de sus opciones, ya tratada en esta columna, es la de identificarse con Moisés, quien en el siglo XIII a.C. (aprox) protagonizó el Éxodo de los hebreos, desde Egipto hasta Canaán, la Tierra Prometida. Debería recordar entonces que nosotros no somos los egipcios, por lo que no debe arrojarnos las diez plagas; ni tampoco los hebreos, por lo cual tampoco nos convence a esta altura andar 40 años por el desierto. Y lo más importante: que el propio Moisés no entró a la Tierra Prometida.
Y hace pocos días, en una de sus prácticas deportivas favoritas, el “lanzamiento de insultos”, invocó dos veces a Marco Tulio Cicerón, escritor y político de la Antigua Roma. No es por nada, pero Cicerón la pifiaba siempre a la hora de elegir bando político. Eligió a Pompeyo contra Julio César, y después se rebeló contra el segundo triunvirato (Marco Antonio, Octavio y Lépido), hasta que los seguidores de Antonio lo decapitaron y le cortaron las manos, que fueron expuestas en el Senado Romano. No sé…, me parece que lo están asesorando mal.
Capaz que mañana viene y evoca a Pirro, aquel general griego que “lograba victorias” a costa de perder muchísimas fuerzas, recursos y bienes, de lo cual surgió la expresión “ganar a lo Pirro” para aquellos triunfos en los que se pierde más de lo que se gana (¡uy, caramba, me parece que sin querer les conté el plan económico!). O puede ser que en la próxima arenga apele a Goliath, el gigante filisteo derrotado por su propia espada, como un ejemplo militar a seguir. O –¿por qué no?–, que el próximo billete venga con la efigie del virrey Sobremonte, el de “take the money and run” (cazá la guita y salí corriendo) en la Primera Invasión Inglesa.
Todo es posible…; sobre todo, lo imposible.
Sugiero acompañar esta columna sobre la antigüedad con el video de Rudy Sanz “Yo no sabía”, de rigurosa actualidad: