Ciurlionis, "Cuento de Hadas" (1907)

A una hora de la capital de Lituania, Vilnius, está la ciudad de Kaunas, la segunda más grande del país, su centro cultural y académico. El camino es bucólico: imposible pensar que este país báltico sufrió enormes convulsiones durante siglos y que Kaunas fue el centro de la gobernación local del Imperio Ruso entre 1843 y 1915 y la capital temporaria del país cuando Vilnius fue ocupada y controlada por Polonia entre 1920 y 1939. Sin embargo, esta no es una nota sobre las guerras y las ocupaciones en el Este europeo: sólo intento dejar constancia de que esos traumas se conservan como todo tipo de cicatrices, bellas y dolorosas, en la ciudad. Los edificios art-deco, la arquitectura del revival nacional lituano la convirtieron en una ciudad Unesco del diseño y capital europea de la cultura en 2022. Y así como su aspecto modernista es único, también lo son sus colecciones, como el Museo del Diablo (Velniu muziejus), dedicado a la mayor colección de esculturas e imágenes que representan a Satanás y sus demonios de todo el mundo. El coleccionista original fue Antanas Zmuidzinavicius y hoy con las adiciones cuenta con más de tres mil obras, entre arte, objetos de uso y objetos rituales. Hay una escultura de Stalin en una danza de la muerte, sobre pilas de huesos humanos.

Las cicatrices de la guerra, el comunismo y la independencia están también por todas partes pero hay dos fundamentales: el Parque Ramybé, o “de la tranquilidad”, un espacio público que antes fue un cementerio dividido para cuatro religiones: romanos católicos, ortodoxos del este, luteranos y musulmanes. Se conserva una capilla católica, una mezquita y la enorme estatua de una mujer, una madre, que representa a Lituania llorando a sus hijos y a todos los muertos en las guerras, soldados y civiles. Hacia el centro, cerca de la ciudad vieja y a media distancia del río Neris, está el Parque del Teatro de la Música, sobre el Boulevard de la Libertad, la peatonal más larga de Europa del Este. Y ahí se encuentra el sencillo memorial para Romas Kalanta, el adolescente de 19 años que se inmoló echándose nafta sobre el cuerpo en un acto de protesta contra el regimen soviético, en 1972. Su suicidio provocó una serie de rebeliones en Lituania y otros trece suicidios, todos por autoinmolación. El memorial, en el parque, tiene su nombre escrito sobre el sitio donde Romas ardió.

Esta ciudad, también, es el hogar del Museo de Mikalojus Konstantinas Ciurlionis, el mayor artista lituano, hace poco descubierto por Occidente: un hombre joven que escribía en polaco, que fue ciudadano del Imperio Ruso y que decidió, ya adulto, dedicar toda su obra a Lituania. A descubrir, con su arte, esa patria compleja, sus tradiciones, sus paisajes, su identidad.

Ciurlionis, "Serenidad (1904)

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Ciurlionis nació en 1875 en el sur de Lituania: pasó su infancia en el pueblo rural de Druskininkai, en una casa junto al lago. El padre era organista de la iglesia, la madre empleada doméstica y ama de casa. Aunque no tenían dinero, se trataba de una familia instruida y curiosa: su padre era el único suscripto a los diarios lituanos en el pueblo, y la madre era una narradora oral de cuentos de hadas interesada en el cancionero folklórico, que le cantaba a sus nueve hijos. Y aunque Ciurlionis es más conocido como artista plástico, su carrera empezó como músico, cuando un amigo de la familia notó sus habilidades y lo recomendó como flautista para actuar en casas de familias ricas. “Trabajó” de entretenedor de veladas hasta los 14 años, cuando ingresó primero al Instituto de Música de Varsovia y luego al Conservatorio en Leipzig. Fue ahí donde comenzó a dibujar, y a sentir que su música evocaba imágenes, o que ambas se relacionaban de alguna manera: quizá Ciurlionis tuviera sinestesia, ese poético trastorno que permite ver sonidos y escuchar colores. De Leipzig volvió a Varsovia, donde comenzó a trabajar como profesor de música. Ciurlionis es el pionero de la música profesional lituana. El número de sus composiciones, enmarcados en el neo romanticismo, se desconoce: gran parte de sus partituras y manuscritos no sobrevivieron a las guerras, muchas desaparecieron en incendios. La mayoría de esos papeles se encuentran en el Museo Nacional de Arte M. K. Ciurlionis de Kaunas, un edificio magnífico y el centro de un complejo que incluye galerías fotográficas e incluso el antes mencionado Museo del Diablo. Es el único lugar del mundo que guarda la obra de Ciurlionis pintor y artista múltiple, incluso luthier: en un auditorio se puede escuchar su música y una sala de realidad virtual permite una experiencia inmersiva notable, sin los clichés habituales, incluso conmovedora.

De las composiciones, el archivo guarda unas 400: hay que tener en cuenta que, en vida, pocas se ejecutaron, sobre todo porque Ciurlionis era muy joven y no era étnicamente polaco. Quedan poemas sinfónicos, trabajos para piano (la mayoría), para órgano y coro (Ciurlionis dirigió un coro por muchos años) y canciones folklóricas armonizadas, que sí se editaron en 1909. Pero fueron las imágenes de este artista que murió antes de cumplir los 40 años las que cautivaron al mundo y las que, durante mucho tiempo, fueron un secreto.

El Museo, como edificio y monumento, tuvo muchos usos: arte lituano en el breve periodo anterior a las guerras mundiales, propaganda y arte soviético, autonomía nacional en 1997, reinauguración en 2003 con dinero aportado por la diáspora. Nada en el país escapa a estos latigazos, tampoco el gran artista nacional. Fue a fines del siglo pasado cuando empezó a circular la obra de Ciurlionis en forma física como un ejemplo de ese optimismo nacionalista de entre siglos pero con su particularidad: un simbolista influenciado por la mitología lituana y báltica, además de la teosofía. Un artista que pintaba ciclos y trípticos y los llamaba como a composiciones musicales. No se trata de que sus obras tuvieran banda de sonido, para explicarlo de manera sencilla, sino que estaban pensadas como música. Las llamaba “sonatas pictóricas”: hay dinámicas rítmicas en las pinturas y los equivalentes pictóricos al allegro, el andante, el finale, todo según lo entendía Ciurlionis. Pero sobre todo era un contador de historias fascinado por lo arcaico y con una visión de futuro para su país en formación. Quiere pintar lo invisible, el porvenir que, como la música, tiene sus motivos y repeticiones.

Ciurlionis, "Sinfonia funeraria VI"

LA VIDA SOÑADA DE LOS ÁNGELES

Lo que aparece en sus pinturas es puro simbolismo y ciencia ficción. “El mundo de Marte”, de la serie Fantasías, presenta una vegetación pálida sobre arcadas, como un templo desconocido en el planeta del dios de la Guerra. “Noche”, de la misma serie, muestra a una figura blanca, un monje quizá, o un fantasma, sobre una barca en un río nocturno, la luna enorme detrás, un portal de madera: aquí se nota la influencia del arte japonés. El artista cuenta la historia de amor entre la diosa lituana del mar, Jurate, y el pescador Kastytis: pinta las ruinas del palacio ámbar que compartieron bajo el mar. Un cielo con anuncio de tormenta es la aparición del dios del trueno Perkunas. La serpiente verde de hierba, Zaltys, es un símbolo peligroso en la mitología baltica, pero el artista lo consideraba más ambiguo, como en su pintura “Sonata de la serpiente”. “Rex” muestra su fascinación con la egiptología y el arte antiguo de Medio Oriente: es una estatua vista en tres planos, y en tres cuadros diferentes, como si Ciurlionis usara un lente que abre y cierra el horizonte, algo que ni siquiera los futuristas pensaron. Las trece pinturas de Creación del mundo muestran floras desbocadas y un creador esquelético. Más cerca del simbolismo está la serie Himno, un tríptico de ángeles, algunos con instrumentos, y esas iluminaciones fastuosas a la Moreau. El misterioso tríptico Cuento de Hadas no tiene un significado claro y la “Sonata No 7” o “De las pirámides”, que consideró un “allegro”, es una fantasía de obeliscos y palmeras bajo la luz dorada y verde del desierto. Las más inquietantes, quizá, sean las de la serie Procesión funeraria, un entierro en las colinas con asistentes encapotados, monjes negros que ingresan a una tumba secreta de la montaña. La más hermosa puede ser “Serenidad” (1904), de sus pocas pinturas en pastel, una isla o monte que refleja en el agua tranquila dos líneas de luz, como ojos, quizá de botes en su lejana orilla, o fogatas en su playa.

Las pinturas de Ciurlionis son, en general, témperas, y en muchas aparece ese paisaje del lago de su infancia, visitado con frecuencia por figuras angelicales, llenas de luz, y también por seres de sombra, de propósitos desconocidos. Una de las series más populares es, por supuesto, la del Zodíaco de 1907: son doce, claro, y une sus dos pasiones: la obsesión con la astronomía y la observación de las constelaciones, y la dimensión mística y ocultista que todo hombre de su época encontraba en el ambiente intelectual. En todas está el sol y, en Escorpio, un edificio de apariencia asiria aparece flanqueado por árboles finos y marciales.

Ciurlionis, "Cementerio lituano" (1909)
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NACIONALISMO Y MISTICISMO

Ciurlionis fue un pintor tardío: a los 28 años empezó a estudiar Bellas Artes en Varsovia. Así ingresó en los círculos intelectuales de Polonia y se interesó por el el ocultismo al mismo tiempo que encontraba al movimiento nacionalista lituano. Ciurlionis comprendía y leía lituano, pero no lo hablaba, y tampoco lo escribía. Empezó a estudiar la lengua y a escribir una ópera en lituano. En 1906 organizó en Vilnius la primera Muestra de Arte Lituano, y se encargaría con distintos grados de responsabilidad de las siguientes. Esas muestras fueron centrales para unirse al círculo de artistas locales y confiar en la potencia de un arte nacional, cuya base etnocultural era folklórica y campesina. Sin embargo, esta cuestión ideológica no era importante ni se reflejaba de forma directa en la obra de Ciurlionis, que nunca hizo arte realista, ni social, ni obviamente político. Su activismo era una cosa: su identidad como artista pertenecía más al fin de siecle, el arte simbolista europeo y la potencia visionaria.

En ese sentido, una de las pinturas que cruza nacionalismo y misticismo, y de las más conocidas, es “Cementerio Lituano”, de 1909. Ahí se ven las particulares cruces lituanas artesanales, únicas en el mundo, y reconocidas como Patrimonio Intangible de la Humanidad. Son de madera, lana o metal. Y no sólo se erigen en cementerios, sobre todo rurales, sino en cualquier espacio abierto, como signo de devoción o búsqueda de protección. De hecho costó mucho preservarlas de manera física –el Museo tiene una sala monumental dedicada a ellas– porque los ataques zaristas y soviéticos solían derribarlas para borrar toda simbología nacional. La tradición, que puede rastrearse hasta el siglo XV, incluye ceremonias para la erección de las cruces y mezcla en su tallado figuras de la mitología báltica. Hoy es famosa la Colina de las Cruces, un santuario al aire libre, espontáneo, a 12 kilómetros de la ciudad de Siauliai, en la ruta que va de Kaliningrado a Riga. Se estima que hay cien mil cruces; muchas veces este templo popular quiso ser derribado pero de alguna manera se mantuvo en pie. Es, por supuesto, un lugar de peregrinaje.

En 1911, con varios achaques mal diagnosticados a pesar de su juventud, Ciurlionis se enfermó de neumonía y murió. No llegó a conocer a su única hija: tenía apenas 35 años. Desde entonces empezaron los esfuerzos por preservar su arte, algo muy difícil en un país atravesado por dos guerras mundiales, la Revolución Rusa, el estalinismo y, luego, la caída de la URSS. En 1913 sus amigos empezaron a comprar y recolectar sus pinturas. En 1921 lograron un museo y en 1957 la comunidad lituana en Chicago también se encargó de preservar obra. En los ’70 la casa natal se abrió a visitantes: también fue la década en que empezó el interés internacional por su obra, dado el revival místico de la época, pero el país estaba cerrado. Sólo se lo conocía por libros y, finalmente, por una exhibición de su obra en el festival de arte de Berlín Occidental. En 1990, con la caída del Muro, se pudo visitar el Museo con sus obras. Y en 2018, cuando Lituania, Letonia y Estonia festejaron el centenario de su independencia, se hizo una muestra en el Museé D’Orsay, en París, llamada Almas salvajes: simbolismo en el arte de los estados bálticos, que culminó la recuperación.

Pero quizá el homenaje póstumo más adecuado a Ciurlionis fue el que le dedicó en 1975 el astrofísico Nikolai Chernykh. Descubrió un nuevo asteroide, de un diámetro de ocho kilómetros, y lo llamó Ciurlionis: el nombre del pintor de las estrellas.