En el primer River de los tres que realizó AC/DC durante la primera semana de diciembre de 2009, no solo las cámaras sino también las miradas directas a escena focalizaban en los dedos carniceros de Angus Young descociéndola en temas candentes como “Let There Be Rock” y “The Jack” (strip incluido), o en el histrionismo callejero y carismático de Brian Johnson, el cantante de la boina vieja. Las imágenes, casi repetidas, se repetirían viernes y domingo (la función a la que había asistido este cronista fue la del miércoles) y solo lateralmente torcerían el foco hacia el lado del –tal vez y en varios aspectos- verdadero cerebro del grupo: Mr. Malcolm Young, un as de la viola rítmica y la composición, que murió ayer a los 64 años. Cosas de la dictadura de las cámaras, que le dicen. O del capricho estético-escénico que privilegia la fama ante el arte. No sería exactamente éste el caso, pero sí un elemento propicio de comparación para correrse del business y posar la atención en Malcolm.
Malcolm, que durante aquella tríada inolvidable de shows que derivó en DVD de culto con ciento ochenta mil tipos y tipas como testigos directos, fue –como lo había sido hasta ahí y como lo sería hasta que le dio el cuero– el verdadero sostén rítmico de la agrupación que, en esa instancia histórica, completaba Cliff Williams en bajo y Phil Rudd en batería. Metrónomo humano, Malcolm, que ponía en órbita, una y otra vez, a los rostros preferidos de las cámaras (no por los rostros, sino por mandato de las cámaras, claro). O que cumplía la función “secundaria” de plafón estribillista para que Angus se pusiera al hombro, liberado de esas cargas “secundarias”, el rugido humano de campo, platea y popular. Malcolm, obligado repetir su nombre las veces que sea, no solo fue fiel cancerbero de las locuras de su hermano menor desde que ambos muchachos –escoceses ellos– parieran el grupo en Sydney en 1973, y lo sostuvieran a mil decibeles, cuarenta y un años, y unos veinte poderosos discos, hasta que una demencia detuvo la sabia rítmica del Young mayor, y fue reemplazado por un miembro menor de la dinastía: Stevie, sobrino de ambos.
Contar la historia de AC/DC con Malcolm implica entonces quitar solo los últimos tres años (grabación del discreto Rock or Bust incluida) y contemplar todo el resto, que es casi todo del todo aicidiciano. En general, las grabaciones de discos que, tras cada edición, amagaban cambiar el paradigma del rock duro y crudo. La del primerizo y genial High Voltage (1975), con Bon Scott como cantante. La de Highway to hell (nadie se puede morir sin escucharlo entero) de 1979. La del parteaguas Back in Black (1980) que, además de ser un tributo al querido Scott, muerto meses antes por una intoxicación alcohólica, significó el portón de entrada a una nueva dimensión en el sonido de la banda y, por supuesto, la apertura de un dique de dólares para las arcas del grupo, con más cincuenta millones de discos vendidos a lo largo y a lo ancho de universo, récord solo superado hasta ese momento por Dark Side of the Moon, de Pink Floyd. También la publicación, cinco años después, de otro disco nodal, en línea con el anterior, llamado Who made who (¿quién de los que pintan canas no ha roto algo contra la pared escuchando semejante furia traspasada a música?)
En lo particular, Malcolm, nacido el 6 de enero de 1953 en Glasgow, fue quien le enseñó a tocar la guitarra a su hermano menor, y el que craneó el nombre del grupo al ver las iniciales de Alternating Current/Continue Current estampadas en la parte inferior de la máquina de coser con que Margaret (hermana de ambos y fana de Chuck Berry) les zurcía los vaqueros destruidos de tanto raspar veredas en Sydney, ciudad australiana a la que la familia Young había migrado en 1963, proveniente de Glasgow, Escocia. La etapa musical pre aicidiciana de Malcolm estuvo signada, además, por un derrotero under que lo paseó por bandas sin demasiada trascendencia en el país de los canguros. Una tal Velvet Underground, tan lejana musical como geográficamente de la de Cale y Reed, u otra tal Beelzebub Blues, que se evaporó como lo sólido en el aire. No ocurrió lo mismo, felizmente, con los AC/ DC que los Young brothers fundaron en Sydney, pero hicieron fuerte en Melbourne cuando Scott, un marginal por elección, se hizo cargo de la voz en reemplazo de un par de aficionados con escasos recursos vocales. Tras los ochos años signados por los discos antedichos, una experiencia puntual y reveladora de Malcolm (principal letrista del grupo, además) fue su labor como productor de Flick of the Switch, trabajo que no tuvo el mismo prestigio caníbal que aquellos, pero tenía en el tema epónimo a un buen caballo de batalla. Otro caso puntual, esta vez en forma de traspié, fue en 1988 cuando problemas extramusicales hicieron que Malcolm se abstuviera de participar de la gira presentación de Blow up your video.
Reemplazado entonces por el mismo comodín (su sobrino Stevie), fue como un presagio cruel de lo que vendría veintiséis años después, cuando la salida definitiva de la banda sumergiría a Malcolm en un devenir que terminaría con su vida tres años después, a los sesenta y cuatro. Según el informe oficial, su deceso fue producto de la demencia que lo había obligado a dejar el grupo. “Malcolm falleció pacíficamente en su cama rodeado por su familia. Con enorme dedicación y compromiso, fue la fuerza impulsora detrás de la banda. Como guitarrista, escritor y visionario, fue un perfeccionista y un hombre único. Siempre se apegó a sus armas e hizo y dijo exactamente lo que quería. Se enorgulleció de todo lo que él procuró. Su lealtad a los fanáticos fue insuperable”, es el escueto pero sentido comunicado rubricado por la banda, que circula por las redes. Malcolm, alma y cerebro de una banda que está pagando un precio por haber vivido la vida a pleno. Y como quería.