Hace pocos días tuve un encuentro con un muy importante filósofo y jurista italiano. Luigi Ferrajoli es posiblemente uno de los pensadores indispensables a nivel global. Le transmití mi agradecimiento por ese encuentro al que, desde mi perspectiva, consideraba como una necesidad de catarsis producto de una enorme angustia y una tristeza profunda.

Por razones evidentes comencé por aplaudir su iniciativa de sumar esfuerzos para el logro de una Costituzione della Terra como un espacio de reflexión sobre los desastres que la era global de modo dramático ha generado poniendo en riesgo visible el futuro de la humanidad. Se trata de una invitación intelectual pero también emocionada sobre el calentamiento climático, el riesgo de un conflicto nuclear, las pandemias, el crecimiento de la desigualdad y muerte de millones de personas por falta de alimentación y de asistencia sanitaria. Me comprometí a colaborar humildemente con su conmovedor esfuerzo.

Al mismo tiempo que Ferrajoli describía ese escenario yo intentaba justificar mi preocupación un tanto más nacionalista. Me detuve unos minutos en el combate irracional al Estado, a la educación pública, en el castigo y desprecio a los jubilados, en el no reparto de alimentos a los que se encuentran en situación de emergencia, en la persecución policial de los desposeídos, en la represión a los que se manifiestan, en la criminalización de la niñez y en la falta de entrega social de medicamentos.

Ya en los primeros 15 minutos era evidente que hablábamos de lo mismo. Se trataba en él y en mí de describir el daño descomunal del modelo capitalista globalizado y deshumanizado que, por otro lado, sólo piensa en la riqueza inmediata de pocos aunque también empiece a ser inmediato el peligro de la desaparición global.

Lo raro es que esos diagnósticos, con sus grandes diferencias de brillantez, eran expresados por dos juristas que en buena parte de sus vidas nos hemos dedicado al derecho penal ¿Cuál es la razón? ¿Por qué quienes se ocupan de los problemas de la política criminal deben estar sensibilizados por estos escenarios?

La respuesta no es compleja. Desde hace muchas décadas que el control penal es cómplice de la instalación de modelos sociales desiguales, de exterminio de los excluidos, de los vulnerables y de garantía del disfrute no traumático de los pocos e irracionalmente beneficiados.

Primero se genera pobreza; luego directamente hambre, de muchos, cada vez más, luego se pasa a la situación de calle, se los reprime, se los ¨barre” (literalmente) para que los ricos no tengan que soportar la culpa que genera el escenario visual. Muchos mueren y otros resisten y se quejan. Para los que se quejan hay que generar excusas criminalizantes (estado peligroso, “vagos y maleantes”, “intranquilidad pública”, “inseguridad ciudadana”, supuestos “atentados a la autoridad”).

La precisión del diagnóstico no es producto de un trabajo empírico de alcance científico, sino que surge de nuestra memoria reciente. Esa misma memoria nos alerta sobre el riesgo de que las instancias policiales se victimicen (ante las manifestaciones masivas) y se busquen excusas para la intervención militar (cuando digo “riesgo” acudo a cierta sutileza).

La deshumanización y la violencia son siempre parte de círculos viciosos, en cambio la empatía y la solidaridad invitan a procesos virtuosos.

Salir de unos e ingresar en otros depende de que con urgencia, constancia y compromiso intervengan aquellos que ven el mundo y nuestra Argentina desde el mismo prisma, que sienten el mismo dolor pero que de manera inexplicable todavía no intervienen. 

* Doctor en derecho (UBA). Profesor Titular de Derecho Penal y Procesal Penal (UBA)