Las obras que Fernando Maza pintó desde los años 70 evocan paisajes. Son paisajes inventados a partir de fragmentos de arquitecturas que irrumpen inesperadamente en la naturaleza, paisajes compuestos por arcadas que proyectan sombras misteriosas, construcciones recubiertas por una atmósfera inquietante, habitadas por letras, signos y números que caen, rotan y se contorsionan. Pero, ¿son verdaderamente paisajes? ¿o son escenarios que Maza construyó para los personajes de una indescifrable comedia? Enigmas que solo pueden hallar respuesta en la misma pintura de este artista que en 1959 fue miembro fundador del Movimiento Informalista, aunque en el prólogo que Luis Felipe Noé le escribió a finales de ese mismo año ya advertía que se trataba de un joven abierto al mundo y a la búsqueda de un lenguaje propio.

En efecto, pocos meses después, Maza comenzó a cumplir los vaticinios de su amigo porque viajó a Nueva York, comenzó a perfeccionarse en artes gráficas con el apoyo de una beca de la Unión Panamericana y, pronto, fue dejando atrás los primeros trabajos abstractos de su etapa informalista. Desde ese momento, emprendió el camino hacia la conformación de una poética en la que progresivamente asomaron los elementos constructivos de la arquitectura –profesión que siempre deseó ejercer–, y los caracteres tipográficos que aluden a la escritura, especialmente a la poesía, que fue su otra pasión.

En los primeros años de la década del 60, surgieron algunas letras entre los fragmentos de planos, fachadas o alzados pintados con colores planos, texturas, transparencias o chorreaduras, aún deudoras del período informalista. Promediando la década, los caracteres tipográficos tomaron protagonismo en planteos que acusaban el impacto del arte pop y el neo-dadá de la cultura visual neoyorquina, etapa en la que pintó cuadros con grandes letras, pero también pinturas-objeto que combinaban telas y maderas recortadas, a las que llamó “construcciones”.

OTTO Galería presenta en esta muestra una selección de acuarelas, óleos y grabados que Fernando Maza pintó entre 1975 y 2007. Por un lado, en este período trabajó sobre formatos tradicionales; realizó acuarelas, aguafuertes, aguatintas o litografías sobre óvalos inscriptos en la ortogonalidad del papel; y también realizó acuarelas y óleos directamente sobre papeles recortados o sobre telas montadas en bastidores con los vértices redondeados. Por otro lado, desde los 70 Maza dejó de titular sus pinturas –tal vez en defensa de la naturaleza polisémica de su discurso plástico–, aunque comenzó a imprimirles no solo su firma sino también la fecha y el lugar en el que las terminó.

La obra de gran porte seleccionada para esta exposición responde a estos cambios, porque es una pintura realizada sobre una tela con los ángulos recortados y, junto a su firma, menciona el distrito londinense donde vivía y la fecha: “EC2, 1975”. Los volúmenes de las grandes letras pintadas arrojan sombras y organizan un espacio apenas sugerido por los contrastes y efectos lumínicos de las pinceladas del óleo, aun ligadas a la memoria informalista. Precisamente, en este período Maza consolidó una iconografía integrada por letras, números, signos y un variado repertorio de volúmenes provenientes del vocabulario constructivo de la arquitectura, algunos meramente geométricos y otros asimilables a objetos imaginarios o utensilios cotidianos de muy difícil identificación; repertorio que se mantuvo durante un tiempo, aunque con ciertos matices y caracterizaciones.

Hacia los años 80, Maza desarrolló paralelamente dos series diferentes. En un caso, las composiciones articulan muros, pilares y arcadas para configurar una suerte de escenario o telón de fondo delante del cual los signos, números y letras asumen el rol lúdico de un verdadero personaje de comedia. El otro caso muestra variaciones en la iconografía y modifica la resolución pictórica porque son paisajes que hacen foco en el mar y la playa vistos desde la ventana de su taller, ya que desde 1971 Maza vivió y trabajó durante el período estival en su casa de la Cala Deià, en la isla de Mallorca. A esta serie corresponden un óleo (1987) y una acuarela (1988) que se presentan en esta muestra, en los que la línea del horizonte se sitúa en un punto suficientemente bajo como para permitirle desplegar las atmósferas cargadas de los días tormentosos o los atardeceres rojizos del cielo mallorquín. Pero la diferencia más pronunciada de esta serie está dada por las formas extrañas –a veces espectrales– que irrumpen inesperadamente en el paisaje; son manchas indefinidas, cuya ambigüedad contrasta con el tratamiento minucioso de los signos y elementos constructivos.

Progresivamente, los muros, arcadas, escaleras, pilares o monolitos tomaron mayor centralidad en la obra madura de Maza. En las últimas décadas de su producción, esas edificaciones ancladas en parajes cada vez más solitarios subrayaron la pérdida de la función específica de la arquitectura como disciplina destinada a generar un espacio habitable, como se observa en las pinturas de grandes dimensiones (1991 y 1993) y en las acuarelas y los óleos de los años 2000. Este grupo de obras también muestra que las letras, números y símbolos fueron cediendo su rol en favor de cubos, prismas y otras figuras geométricas. Pintados con rayas, tramas decorativas o alguna nota de color, estos nuevos protagonistas asumieron posiciones que quebraron el estatismo de las paralelas, para dinamizar la quietud de esos panoramas desolados.

El clima metafísico que imponen estos paisajes con frecuencia fue asociado a la obra de Giorgio De Chirico. Si bien Maza admitió haberse interesado por la pintura italiana del siglo XX, reconoció su preferencia por los planteos de Giorgio Morandi. Aún así, sus panoramas solitarios son tan perturbadores como los de De Chirico, son paisajes que se presentan como un enigma que activa nuestras preguntas; interrogantes frente a los que al ensayar una respuesta, el mismo artista expresó: “Intentaré disuadir a los curiosos más obstinados diciendo que mi taller contiene los pasos del conjuro”.

* Doctora en Historia y Teoría del Arte; curadora de la muestra. Texto escrito especialmente para la exposición. En la Galería Otto, Paraná 1158, de martes a viernes, de 15 a 19, hasta el 25 de octubre, con entrada libre y gratuita.

Itinerario de Fernando Maza

Nació en Buenos Aires en 1936. Desde 1960 vivió en Nueva York, donde obtuvo una beca de la Unión Panamericana para estudiar artes gráficas en el Pratt Graphic Art Center. Recibió la beca de la John Simon Guggenheim Memorial Foundation en Pintura de 1971, fecha desde la que pasó el período estival en su casa de la Cala Deià, ubicada en la isla de Mallorca. Desde 1973 se instaló en Londres, donde permaneció hasta 1976, momento en el que se estableció en Francia, primeramente en París y luego en Nogent-sur-Marne, donde falleció en 2017. Entre sus premios se destacan: Bienal de San Pablo de 1965, Festival de Arte de Cali de 1968, Primer Premio del Salón Nacional de Pintura de 1984, el Premio Palanza de 1985, Gran Premio de Honor de 1987 y compartió con Jack Vañarsky el Premio de Pintura de la Fundación Fortabat de 1994.