A Laura le tocó en suerte abrir el juego. Llegó temprano, puntual, como le habían pedido, pero equivocó la dirección. Tocó a la puerta de otra casa, de otra calle, donde tal vez un hombre dormía su borrachera o yacía junto a su mujer. O peor, hacía el amor con ella, y ese cambio brusco que no registrará nadie, abrirá un sinnúmero de historias posibles que, lamentablemente, no conocemos.

Acalorada y un poco avergonzada también por los últimos minutos debidos a su torpeza, Laura entró al fin en la dirección correcta, al filo de la hora de la cita, y encontró un lugar vacío muy cerca del hombre que dictaba el curso esa mañana.

*

En el simbolismo chino- dice Juan Eduardo Cirlot- la constelación constituye el tercer elemento. El primero es la fuerza activa y luminosa (Yang) y el segundo la fuerza pasiva y oscura (Yin). Significa también la conexión de lo superior y lo inferior, el lazo que liga lo diferente.

Es uno de los emblemas imperiales.

*

El hombre que veo en la foto, se parece a un ex jugador de fútbol, y es seguro que, si no estuviese allí adelante del grupo con las expectativas que todos le asignan -gente que espera encontrar y encontrarse, entender el universo en su sucesión, la imagen del mundo vista desde adentro- bien podría pasar por ser un artesano o un vendedor ambulante de los trenes.

Laura se vio favorecida por el azar. Lo que es todo un acontecimiento en sí mismo y debería ser explorado un poco más. La suerte, cuando es favorable, suele ser subestimada, tratada como un asunto normal. Y no lo es: ¿cómo una serie de números escritos en unos papelitos dispuestos en una caja que reemplaza la galera del mago o los antiguos oráculos, convierte a Laura en la primera en actuar?

Podría engalanarse este momento diciendo que, al ingresar su mano en el recipiente y extraer el papelito, se oyó un tañer de campanas o un revolotear de palomas. Pero eso no tiene de nada extraño, puesto que el lugar está cerca de una iglesia, son las once de la mañana y en estos días las palomas abundan y, quizá estén en celo, así que es mejor concentrarse en Laura de pie en el frente del salón y con los ojos cerrados.

*

Wálter Benjamin habló de lo semejante, y de la idea de la semejanza extrasensorial. También dijo que la magia pudo no haberse perdido sino verse superada. En el lenguaje está presente, en la mímesis, y en la idea de la observación. Así, leer es percibir, mirar, como los antiguos astrólogos leían las conjunciones estelares y los fenómenos de la Tierra.

*

Antes de pasar al frente, Laura ha declarado, no sin alguna conveniente sonrisa, que se considera completamente escéptica con lo que vaya a suceder. Porque ella no puede mentir, así que recibe la evidente tacha de racionalismo que el oficiante encuentra como excusa normalizadora, amable, y se hace eco en el resto de los presentes que no quieren ni oír hablar de racionalismos ni epistemologías. Solo están allí para conocer el secreto personal que los liga a sus males, que los remonta a zonas oscuras, puntuadas por fotografías -en blanco y negro o en color, de acuerdo sea la edad de los convocados- siempre en papel impreso, acostadas en cajas, en negativos que se revelan mal, y pierden lo mejor de la serie: ese viaje, aquella fiesta, aquel bautismo o ceremonia en la que quizá falte la imagen principal, uno de los más viejos, ese que resulta el cabo suelto que amarrará el concepto, el viento del absoluto en las velas de la nave frágil del presente.

*

Laura se ha inclinado un poco, manteniendo los ojos cerrados. Ha perdido el equilibrio por un instante. Parece una plantita que necesita un tutor. Respira y ya no sonríe, ni mucho menos llora, porque a ella le cuestan mucho las lágrimas.

Recuerda que necesitaba un vasito de agua para llorar, como se hacía antes, cuando un berrinche cualquiera; alguien -padre o madre- colocaba un vaso con agua delante del que lloraba, más para aferrarse al vaso que para beber y así no ahogarse por dentro.

Laura respira y pronuncia palabras que no pasan por su boca, que más bien se eyectan de ella como paracaidistas en la noche sobre un campo de batalla, entre un cielo elegidamente encapotado y el brillo de los aceros de la guerra.

*

- ¿Cuál es la consulta?

-Un dolor de cabezas, unas migrañas.

*

Laura me ha contado que ahora- en el ahora del relato entiéndase- ella es una mujer decapitada, un fantasma cuyo nombre y forma, su identidad completa, se ha trasladado, por pedido del constelador, a otra mujer del público que ha aceptado la consigna (así es el procedimiento), y con ella han ido migrando las propiedades más tangibles de sus males- la inveterada migraña- hasta asentarse cómodamente -si es que el dolor puede ser cómodo- en la otra mujer del grupo que es su espejo, su par, su doble. (Aunque me cueste decirlo así.)

Y esa mujer que no conoce a Laura, ni ella ha visto jamás, entra en una suerte de trance, y se lleva una mano a la nuca- las migrañas no suelen hacer doler la nuca, pero las de Laura sí- y también pronuncia una serie de palabras que no se entienden muy bien, pero parecen ser la sucesión de lo que Laura había estado diciendo en el pasaje de una a otra, y que no reconoce para nada, después, ni siquiera como propias.

*

-Bueno, el dolor podía ser en la nuca o en la frente, estaba a un 50 por ciento. Lo que ocurrió es racional- ratifica ella, que no cree en toda esa sesión mesmérica que va a terminar muy pronto en este relato.

 

Un poquito más tarde, cuando ella regrese a su sitio y su espejo se una al resto del grupo para la foto colectiva.