Quienes hayan sintonizado la pantalla de Telefe el domingo 22 a partir de las 22 habrán pensado que en realidad estaban viendo el canal Volver. O, tal vez, que un viaje en el tiempo los había depositado en plena década del '90. Es que el regreso a la pantalla chica de Susana Giménez demostró que el mundo y la industria audiovisual avanzan sin pausa, con excepción del clásico programa de la diva argentina radicada en Uruguay desde 2020. Ella parece haberse quedado atascado en aquellos años en los que compró un Mercedes Benz que había ingresado al país con certificado de discapacidad trucho para no pagar impuestos ni derechos de Aduana. En su debut, Susana desplegó lo único que puede dar hoy en día: su ignorancia sobre cada uno de los temas que abordó, a partir de la cual hizo una exitosa carrera y de la que se vanagloria sin ponerse colorada. La audiencia acompañó: fue el ciclo más visto del domingo con 16,3 puntos, aunque por debajo de los 18,6 que obtuvo en el debut de 2019.
“Lo primero que quiero que vean es lo flaca que estoy”. Así, volviendo otra vez sobre esa cuestión corporal que la obsesiona desde tiempos inmemoriales, Susana Giménez invitó a todos a un viaje al pasado al que ni ella y la producción se rehusan a bajarse. Eso sí: mientras en otras épocas la diva tenía los recursos económicos para sentar en su living a figuras internacionales, en estos años de vacas flacas el programa repite sus peores (o mejores, para el público que aún la elige) vicios sin otra cosa nueva para brindar. Como si el canal líder de audiencia de la Argentina se hubiera resignado a satisfacer al núcleo duro de seguidores de una diva anclada en el pasado.
La obsesión -fuera de época- por el cuerpo de la conductora se percibió desde la mismísima apertura de esta nueva temporada, que no fue otra cosa que un extenso sketch sin concepto artístico o narrativo alguno, carente del más mínimo trabajo de guión. En ese video, los filtros de las cámaras para afinar la figura de Susana condicionaron la textura de imagen de todos los que hicieron cameos desde el predio de la AFA en Ezeiza, blureados por la tecnología slim. Esa apertura, que se construyó bajo el concepto de acumular figuras y colgarse de la Selección Argentina de fútbol, campeona en Qatar, fue el mejor ejemplo de aquella TV entendida como una “fábrica de hacer chorizos”. Pretendidamente humorística, rancia en su concepción y puesta.
Tras la apertura y los saludos de rigor de la diva a la tribuna, y a sus jovenes y musculosos Susanos, el programa dio paso a las entrevistas a los invitados. Allí, Susana volvió a desplegar la galería infinita de errores, furcios y tropiezos que la caracterizan, pero que de tan repetidos más que gracia causan un poco de pena. Nadie pretenderá que uno de los iconos de la frivolidad de la cultura argentina se convierta en Jesús Quintero, el recordado presentador español de El perro verde. Ni siquiera en que esté medianamente informada, como lo hace Mirtha Legrand. Pero sí se le puede exigir a una conductora tener los conocimientos mínimos de las personas que entrevistará. O al menos leer y retener las preguntas e información que la producción se encargó de recopilar. Susana ni se molesta por eso.
La primera entrevista en el living de la temporada fue con Rodrigo De Paul y Leandro Paredes, los dos jugadores de la Selección. El reportaje grabado fue el comienzo de los tropezones a los que muchos llaman “espontaneidad” de parte de la conductora. El primer traspié se dio cuando le preguntó a Paredes por su madre Mónica, cuando en realidad se trataba de la mamá de De Paul. Segundos después, volvió a la carga con Paredes para consultarle si su “gran empuje” en su vida había sido su abuelo Osvaldo, cuando en realidad se trataba del de De Paul. Más tarde, Susana le preguntó a Paredes si estaba casado y si estaba esperando un bebé. El destinatario era correcto, solo que el jugador de la Roma se sorprendió porque -afirmó- “no lo habíamos contado todavía”. El colmo vino inmediatamente: la diva le preguntó si era su primer hijo, cuando Paredes ya tiene otras dos nenas. Todo eso sucedió, aún cuando la entrevista había sido grabada y se emitió visiblemente editada.
Mas allá de los furcios, que no serían los únicos de la noche, el tufillo noventoso se cristalizó cuando la diva invitó a los jugadores a jugar una partida de truco, en un legado timbero propio de Gerardo Sofovich, que sorprendió por su oportunismo: nadie pareció darse cuenta o importarle (lo que sería aún peor) el debate social que actualmente se da sobre la ludopatía que afecta a adolescentes por las apuestas electrónicas. La diva tuvo como pareja a Guillermo Coppola, que ingresó al estudio con la canción El matador, de Cacho Castaña, como cortina musical de fondo. Todo muy vintage.
La otra entrevistada de la noche fue la cantante María Becerra. La oriunda de Quilmes mostró toda su simpatía y carisma, incluso rompiendo el protocolo glamoroso para invitar a su tía Gladys, que estaba detrás de cámaras y es fanática de la diva, a sumarse al reportaje al que ya se había agregado su hermana. La cantante no salió indemne de los equívocos susanescos: en un momento de la charla le dijo a la cantante que había cantado con Coldplay, cuando en realidad fue Tini Stoessel quien lo había hecho. Fue la misma tribuna la que reaccionó al nuevo desacierto con un instintivo “nooooooo” generalizado que tomaron los micrófonos y escucharon todos los televidentes. La justificación fue aún más vergonzante. “Yo estaba afuera, acuérdense de que yo vivía en el campo”, dijo la diva, en referencia a su elección de vivir en “La Mary”, su lujosa mansión en Punta del Este.
Sin nada nuevo que ofrecer, haciendo gala de su brutalismo característico tan espontáneo como natural, Susana Giménez finalizó un programa que -con excepción de los invitados y de su pelo llamativamente “despeinado”- bien podría haber sido uno emitido en los '90. Le hizo honor a la letra de una de sus cortinas más famosas, esa que dice “soy Susana, soy siempre igual”. La misma de siempre, aunque ahora con domicilio fiscal del otro lado del Río de la Plata para pagar menos impuestos que lo que abona el público que aún la sigue.