Pablo Verna advierte que “el horror escondido debajo de la alfombra no deja de ser lo que vas a tener bajo tus pies toda la vida”. Desde chico sintió que algo del piso debajo de sus pies no andaba bien, ese piso que compartió con su padre, el médico militar Julio Verna, quien ejerció cargo en Campo de Mayo. A él lo encaró en varias oportunidades y de diversos modos para consultarle por el horror sin todavía conocerle la forma. En 2013, recuerda, una última pregunta, y una última respuesta, transformaron sus dudas, tan grandes, pesadas y dolorosas, en certezas: “Mi papá me confirmó que participó en los vuelos de la muerte inyectando a las personas que iban a ser arrojadas vivas al río o al mar. También participó de secuestros”. Esos datos son los únicos, por el momento, que ubican a Verna en pleno exterminio durante la última dictadura militar, pero Pablo no puede aportarlos a la Justicia sin correr el enorme riesgo de que su denuncia o su testimonio sean declarados nulos. Hace una semana, en nombre del colectivo de hijos e hijas de genocidas Historias desobedientes y con Faltas de Ortografía, presentó un proyecto de ley en el Congreso para modificar los artículos del Código Procesal Penal que se lo impiden. “Mi papá tiene mucho para decir sobre los crímenes de Campo de Mayo”, aseguró.
–¿Cuándo comenzó a sospechar de la participación de su papá en los crímenes del terrorismo de Estado?
–A fines del 83 o principios del 84, con los comentarios que había en la escuela, aunque no desde el punto de vista crítico. Imaginate que crecí en una familia que estuvo parada del lado del exterminio. No era crítico ni podía serlo. Pero empecé a sospechar: mi papá había sido militar, entonces...
–¿Cuántos años tenía?
–Nací en el 73, así que, más o menos diez años. Después fueron pasando los años y las sospechas fueron más fuertes. Hasta que empecé a preguntar desde un lugar sencillamente imparcial y él había muchas cosas que las contestaba. Contaba cosas que habían pasado ahí. Yo le preguntaba que cómo sabía. Me respondía que le contaban enfermeras del hospital. Siguió pasando el tiempo y fui tomando una postura acusatoria. Las presunciones crecieron. En 2009 yo ya no tenía dudas de que mi padre había sido parte del genocidio pero no sabía con qué acciones concretas. Las averigüé y en 2013 lo enfrenté para que me lo confirme. En esos años, a pesar de las sospechas fuertes, yo me abracé a la duda muy fuertemente porque a pesar de todo era mi papá. El dolor de saber que quizá tendría que vivir toda mi vida con esa duda era muy espeso. Muchos de las integrantes del grupo de Historias desobedientes pasaron o están pasando por ese momento. La confirmación de su parte marcó un antes y un después. Y si bien cambié el dolor de la duda por el de la certeza, la prefiero. Prefiero saber.
Campo de Mayo es una de las guarniciones del Ejército más grande del país. Entre 1976 y 1983 fue depositario de hombres, mujeres y niños secuestrados durante la última dictadura cívico militar. Se calcula que pasaron alrededor de cinco mil víctimas por sus varios centros clandestinos de detención. De allí partieron aviones con hombres y mujeres adormecidos que fueron arrojados al mar o al río desde el aire. El Hospital Militar que funciona allí adentro fue convertido en una maternidad clandestina en la que mujeres secuestradas fueron obligadas a parir y separadas de sus bebés, entregados a otras familias. Allí y en esos años, Verna padre prestó servicios
–¿Qué le confirmó su papá?
–Que participó en los vuelos de la muerte inyectando a las personas que iban a ser arrojadas vivas al río o al mar. También que participó de secuestros. Después de la charla aquella me enteré que a otro familiar le contó sobre su participación en un hecho del año 79, que se lo conoce como el caso Berliner, en el que cuatro personas secuestradas fueron introducidas en un auto en el que había cañas de pesca y canastas con comida y simulando un choque fueron tiradas con auto y todo a un arroyo. La gente estaba anestesiada, pero respiraba. Murieron ahogados. En aquella charla en la que mi papá me confirmó su participación, una charla muy larga, obtuve un “sí” y un montón de justificaciones.
–¿Cómo se justificó? ¿Se mostró arrepentido, dispuesto a hablar ante la Justicia?
–No. No mostró ningún grado de arrepentimiento. Incluso nos ha amenazado después de la difusión de todo este tema. El sábado pasado le mandó un mensaje a mi mamá diciéndole que tuviéramos cuidado con el camino que íbamos a tomar y le dijo: “Vos, él, su esposa y su hija son mis enemigos. En cambio yo soy el único enemigo de él. Sacá tus propias conclusiones.” Nos amenazó a todos, incluso a mi hija, que tiene siete años. Yo sé que tiene mucha información para aportar. En una charla que tuvimos en 2009 me había dicho que aunque lo torturaran no iba a dar datos, ni nombres, ni fechas ni lugares. Eso quiere decir que los tiene, a esos datos los tiene y que no está dispuesto a darlos. Nosotros, los hijos de genocidas, seguimos insistiendo tanto a nuestros padres como al resto de nuestras familias que tienen la oportunidad de cambiar la historia. De traer un poco de paz, después de tantos años, a aquellas personas que quieren saber cuál fue el destino de sus familiares desaparecidos y traerse un poco de paz a sí mismos. Nosotros estamos diciendo que mientras estén con vida, esa posibilidad existe.
–Bueno, de aprobarse el proyecto de ley que creó y presentaron en nombre del colectivo Historias desobedientes los habilitaría a ustedes a poder hacer esos aportes...
–Claro. El proyecto tiene que ver con una lucha que empezó hace más de 40 años con las Abuelas y las Madres. Pedimos poder hacer nuestro pequeño aporte a esa lucha. Sin generar falsas expectativas, porque mi caso puede ser un poco más contundente, en materia de que mi padre me admitió a mí los crímenes que cometió, pero en otros pueden ser cosas que escucharon de alguna conversación, o elementos que reconocen de algún botín. Nunca sabemos cuándo algunos de esos conocimientos que los hijos de represores registramos en nuestra memoria puede eventual y potencialmente llegar a ser un elemento que favorezca la reconstrucción de los hechos. De todas maneras, queremos romper con el mandato de silencio social que nos imponen estos artículos del Código Procesal Penal de la misma manera que rompimos con el que vivimos dentro de nuestras familias.
Pablo Verna se refiere a los artículos 178 y 242 del Código Procesal Penal, que son los que determinan que estos hijos e hijas de represores no pueden declarar contra sus padres por ese simple hecho, porque son sus padres. El proyecto de ley que presentaron hace un par de semanas por mesa de entradas de la Cámara de Diputados solicita que los artículos no sean tenidos en cuenta cuando las denuncias o los testimonios hablan de delitos de lesa humanidad. En su caso, la posibilidad de que su declaración sea tomada en cuenta a nivel judicial es fundamental para avanzar en la causa de vuelos de la muerte de Campo de Mayo. Él es el único que, por el momento, puede testimoniar sobre la participación de Verna en esos delitos.
–Poder realizar esos aportes es importante para el proceso de memoria, verdad y justicia. ¿También los ayuda a sobrellevar el proceso personal de cargar con el dolor de la certeza de que sus padres participaron de esos crímenes?
–Para nosotros es una oportunidad. Es importante para poder poner esta cuestión sobre la mesa de la discusión pública y social. Los artículos que estamos pidiendo que sean desactivados para los casos de lesa humanidad son artículos que en esos casos están violando jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Necesitamos la oportunidad no solo a nivel social, sino también jurídico, de diferenciarnos de nuestros padres. Nosotros entendemos que haya familias de genocidas que no puedan hacerlo. Pero aprovecho para transmitir que el horror escondido debajo de la alfombra no deja de ser lo que vas a tener bajo tus pies toda la vida. Tapar el horror no resuelve nada. No lo resuelve a los hijos de los protagonistas, ni a los hijos de sus hijos. La verdad es como la humedad en las paredes. Por más de que intentes frenarla, va a encontrar algún lugar por dónde mostrarse.