Como en Gaza pero en Casa. De un lado, las y los Jubilados ante el desamparo más encarnizado. Azotados y cansados, a la intemperie y hambreados, ellos claman por justicia. Puertas adentro y al otro lado, el aspirante a profeta y sus apóstoles celebran un macabro acto cuyo sadismo pornográfico exhibe algo más que un odio de clase. Es la erotización de la máxima crueldad consumada en un asado en el que devoran y mastican la carne misma de las y los jubilados como una ofrenda expiatoria al capital. Así, embriagados con el vino de la sangre de sus víctimas, festejan la infamia saboreando el goce oscuro de un sacrificio para redimir del “riesgo de longevidad” -como lo llama el FMI- al dios mercado.
No la ven (venir). Como tan bien lo retrató Rembrandt, en aquel profano banquete nocturno en el palacio del temible rey Babilónico Baltasar, mientras celebraban y se gozaban de comer con las pertenencias robadas al pueblo, el terror se apoderó de todos ante la aparición de una misteriosa mano que dibujaba en la pared del palacio, palabras incomprensibles. Dice la narración bíblica que tal era el terror del rey que sus rodillas se chocaban entre sí. Nadie allí podía entender aquellas palabras enigmáticas que anunciaban su inminente destrucción y la caída del imperio. No entendían porque no la veían, hasta que un intérprete del pueblo le descifro el enigma al rey que decía: “conto dios tu reino y te ha puesto fin” (Daniel 5:26).
De igual modo -salvando la distancia que hay entre un rey babilónico y un gatito mimoso- ciertamente a él y sus verdugos, más temprano que tarde, les espera la misma suerte, solo que esta vez por la mano de la ira popular.
*Psicólogo. Psicólogo social.