Para la artista Inés Raiteri, los hilos son como óleos. Pinta primero bocetos pequeños en sus cuadernos, luego borda con envidiable devoción. Un jardín del punto atrás, con curaduría de Bárbara Golubicki, en Ungallery, integra momentos claves de la prolífica producción de la artista: el hilo de su vida. Trama y revés.

Hay que entrar en Ungallery, gran espacio de 350 metros cuadrados que ocupa un antiguo depósito naval y conserva huellas de ese pasado, para descubrir el jardín secreto de Raiteri. Es hipnótico, exuberante y, al tiempo de una sutileza extrema. Algunas obras colgadas desde la parrilla del techo (con tensores y un barral enhebrado al tapiz) parecen flotar; otras están apoyadas en el piso y en los altos muros. Dos descomunales empapelados entelados ocupan dos estructuras de cuatro metros de alto construidas especialmente sobre las paredes para la exhibición. Además, en la sala del primer piso de la galería se puede ver La geometría armónica y el círculo como protagonista, de Magdalena Cordero, con curaduría de Ana Martínez Quijano.

Un jardín del punto atrás incluye textiles bordados, vaporosas telas sublimadas intervenidas, papeles blancos bordados con hilos del mismo color, y empapelados: todos realizados especialmente para esta muestra. En total, se exhiben más de medio centenar de obras que condensan una vida dedicada al bordado y al trabajo social. Formas pregnantes y colores deslumbrantes habitan en las piezas que integran la imperdible exhibición. La artista muestra la trama y el revés de sus creaciones. Además, no teme escapar de las formas tensas tradicionales del textil: en algunas ocasiones la tela evidencia la presión de la mano al bordar. No es un rectángulo perfecto, sino una tela irregular. “Es un jardín que tiene que ver con mi historia, en el sentido de cómo me fui construyendo como artista y todas las posibilidades que me da la exploración, tanto del textil como de la imagen pictórica. Puedo decir que como mi cabeza es de pintora: los hilos son mi excusa para seguir pintando”.

Campo de mariposas

Raiteri pinta con el bordado que le enseñaron desde muy niña, cuando visitaba la sala de labores de su abuela y sus diez hermanas. Allí aprendió a coser, tejer y bordar con técnicas exquisitas. Su abuela y sus tías tenían una mercería con una sala con bastidores que usaban para coser. “Eran muy perfeccionistas en relación a lo que tenía que ver con el bordado. Mirabas algo que habían hecho y era igual adelante que atrás, pero no es ese mi caso. Por eso, para mí es muy importante mostrar el otro lado”, dice la artista. Es por esto que decidió exhibir también el reverso de sus rutilantes bordados.

Participó del Programa de Talleres para las Artes Visuales Centro Cultural Rojas UBA/Beca Kuitca en 2003-2005, y tuvo como compañeros a Flavia Da Rin, Diego Bianchi, Matías Duville y Leopoldo Estol, entre otros. Fue becada por la Fundación Antorchas para la clínica Perfeccionamiento en Artes Visuales, a cargo de Sergio Bazán. Formó parte de Textos textiles, Ungallery (2021), la 14º Bienal de Curitiba, Brasil (2019) y Convergence and Crash, Laca Projects, Estados Unidos, (2019). Desde 2009, integra el colectivo PintorAs, un espacio de autogestión y visibilización de artistas argentinas.

Recuerda Raiteri que sus dos facetas, la artesanía y la pintura, fueron estimuladas desde muy niña por sus dos adoradas abuelas. Con una de ellas tejía, bordaba y pasaba las tardes jugando. Luego, fue su confidente. Su otra abuela, quien vivía en el campo, pintaba paisajes al óleo y solía darle cartones entelados para que incursionara en la pintura. “Creo que uno no puede tener todas las habilidades desarrolladas, pero si vos le das la oportunidad a las personas de que las desarrollen desde la infancia, eso se logra. Hay un lugarcito donde vas a volver y vas a explorar esos espacios”, dice la artista, quien además es licenciada en educación y trabaja con chicos y comunidades rurales desde hace 30 años.




Ejerció su profesión en el Registro Nacional de Trabajadores Rurales y Empleadores (RENATRE). “Me tocó trabajar en un área que se llamaba de gestión y de proyectos donde era la representante del organismo ante distintas instituciones, como la Dirección General de Escuelas, para trabajar el plan de alfabetización rural. También trabajé para la certificación de competencias laborales. Aprendías cómo hacían su trabajo los trabajadores rurales; ellos te contaban qué era lo más valioso para cortar la yerba mate, cómo era la parte de la poda, cómo agarraban las herramientas, qué herramientas utilizaban, todos los momentos del secado. Eso se llamaba certificación de competencias laborales. Y se organizaba con el Ministerio de Trabajo. Yo tuve la posibilidad de trabajar en esas instituciones en el lado de la educación también, siempre pensando en el trabajo, en la adquisición de trabajo, en el blanqueamiento del trabajo, y en que no hubiera niños trabajando. En ese momento tuve la oportunidad de hacer muchos proyectos para las comunidades rurales. Como pensar en organismos que fueran jardines maternales para los nenes mientras las mamás trabajaban en el campo, espacios donde otras mamás pudieran enseñar, plantear alternativas de enseñanza”, señala la artista, quien también trabajó como asesora pedagógica del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, en el CCK, la Fundación Vergel y en el Proyecto Escuela “Liliana Maresca”, en Villa Fiorito.

Desplegó su primera obra textil mientras cursaba la Beca Kuitca. Ahora pasa meses en cada una de estas piezas que demandan un trabajo puntilloso, arduo. “Uno se constituye como artista a partir de las habilidades que va adquiriendo. Nos constituimos como seres que hemos atravesado diferentes experiencias. El arte nos da la capacidad de explorarlas”, dice la artista, cuya obra integró numerosas muestras nacionales e internacionales.

Trabaja con instalación, bordado, y pintura. Por su formación académica, se interesa por la práctica social. Su trabajo hace foco en una variedad de temas que van desde el diseño y la arquitectura urbana, los cuerpos en el espacio, la interacción comunitaria, la memoria textil y lo íntimo. La línea, la idea de serie, el color, las escalas, el diseño y el juego pictórico definen su singular trabajo.

Su labor como educadora se entrecruza con su producción artística en obras como Sala de juego, en el Centro Cultural Recoleta (2017) y en proyectos de diferentes instituciones culturales en los que se ha involucrado como asesora pedagógica. La interacción entre las personas y la participación de la comunidad sucede en los proyectos de bordado colectivo Cuéntame tu secretoA bordar mi amor. La invitación a realizar una tarea individual en conjunto se transforma en un encuentro, en un espacio de construcción.

Otoño



Cuéntame tu secreto es una obra que vengo haciendo invitando a otras artistas a bordar una pieza. Cada una viene y borda un secreto”, explica. “No pido que me digan cuál es el secreto. Todo el mundo empieza diciendo no, no sé bordar, es complicado. Después, todos bordan. Porque un poco lo que hace el hilo y la aguja es dibujar. A mí lo que más me importa es que después ellos me devuelvan, en una pequeña descripción, cómo se sintieron mientras iban evocando ese secreto o esa intimidad a la hora de reproducirla. Esto es lo que yo pido, que me manden esas sensaciones. Y lo vengo haciendo con distintos grupos. Participan desde curadores a críticas, amigas, artistas, amigos. Van participando todos los que quieren venir a la propuesta a contarme su secreto”.

Otra de sus importantes creaciones fue Paisaje pintado, en Tecnópolis (2016). “Fue un laberinto”, recuerda la artista. “El reflejo del sol armaba en el piso una geometría de mi obra. Cuando estabas adentro, lo interesante de esa experiencia era que también estaba pensada como una maestra argentina, una maestra jardinera. Los padres siempre tienen como esta cosa de dónde está el chico. Entonces, la idea era que los padres los podían ver transitar a través de un vidrio coloreado por un plotter. Podían seguir el recorrido de sus hijos adentro de ese lugar sin tener que entrar. Muchos entraron porque les interesaba, pero otros podían seguir el recorrido de los chicos adentro de esos lugares. Tenías una visión de tu hijo, por dónde estaba yendo. Y lo podías seguir sin problema de tener que estar al lado del chico. Entonces, había algo de la independencia del niño, que para mí era importante que sucediera: esto de transitar un espacio que no conocían en distintas direcciones y volver sin miedo, como algo de la confianza en esta exploración. De todos lados: de quien te mira a quien está explorando”.

Ahora, Inés Raiteri nos invita a explorar, en Ungallery, un jardín silencioso, hecho de magnéticos bordados, telas de pana impresas intervenidas y monumentales empapelados entelados. Con preciso diseño expositivo, logra un efecto inmersivo en su jardín secreto.


Un jardín del punto atrás se puede visitar de jueves a sábados, de 14 a 18, en Ungallery, Ministro Brin 1335, La Boca. Hasta el 26 de octubre. Gratis.