La de Salvatore Totó Schillaci fue una de las famas más efímeras de un Mundial. Desconocido para la mayoría, pero no para los italianos, en 1990 hizo seis goles en siete partidos, incluída la selección de Bilardo y Maradona que llegaría a la final y perdería con Alemania. Cuando Schillaci fue convocado al seleccionado, jugaba para la Juventus. Entró por la puerta de atrás porque no era opción para el técnico, Azeglio Vicini.
El tema es que no paró hasta convertirse en el goleador del torneo. Tiempos de fútbol italiano a full por Canal 9, y con su fama recién estrenada, los domingos a la mañana cualquier partido del Juventus o del Inter (1992-93) en el que jugase Totó generaban expectativa. Pero su instinto goleador se fue apagando y terminó en el poco conocido Júbilo Iwata japonés.
Italia finalizó su Mundial tercera. Había caído en las semifinales en una definición por penales en la que Sergio Goycochea se recibió de héroe. Fue la noche en la que los italianos silbaron a Diego como nunca; y en la que Diego devolvió insultos. Lo cierto es que entre tantos símbolos de ese campeonato, Totó fue uno de ellos.
Tenía un carisma especial: se hacía querer, con sus goles se metió a los italianos en el bolsillo para siempre, sonreía humildemente ante la prensa y sus compañeros lo querían. Tal vez porque en principio no era competencia. Y posiblemente luego lo querrían más porque era la estrella del equipo. Sus sombras eran Gianluca Vialli y Andrea Carnevale. Pero cuando entró cerca del final del Italia-Austria y metió un cabezazo que fue el 1 a 0, se afirmó como titular y no paró su racha goleadora. Que siguió con Checoslovaquia, Uruguay, Irlanda, Argentina e Inglaterra (tercer puesto).
De pelada incipiente, desgarbado, delgado, tenía toda la pinta de los jugadores de antes, de esos que se recuerdan en blanco y negro. Contaba con ese instinto goleador que necesitan los que no tienen condiciones técnicas para el fútbol. Para que lo entiendan mejor las nuevas generaciones: era muy similar a Martín Palermo: no iba a gambetear pero en el momento menos esperado la mandaba adentro.
El mundo hablaba de él y después, cuando se le auguraba un gran futuro, se convirtió en pasado, en un héroe nostálgico. No jugó en el Mundial siguiente (Estados Unidos ‘94). Italia se había renovado y no había lugar para él, que apenas llegó a los 16 partidos en el seleccionado. Pero lo que hizo en el 90 le alcanzó para ser inolvidable.
A pesar de internet, del streaming y lejos de las transmisiones de Canal 9 (hoy todo se puede ver al instante), no se supo mucho más de él. Apenas que tenía tres hijos y que participó en un reality de famosos perdidos en una isla. Pero no más.
Hasta hoy, que después de dos operaciones no pudo recuperarse de un cáncer de colon y falleció el pasado 18 de septiembre a los 59 años. Quienes quieran recordarlo como corresponde podrán navegar en la web, donde encontrarán todo sobre él. Pero hagan lo que hagan, no dejen de poner de fondo la canción de aquel Mundial. Un verano italiano, de Gianna Nannini & Edoardo Bennato. Tal vez la mejor canción de los mundiales. Porque más allá de la calidad, marcó una época. La de transmisiones televisivas más masivas, con más enviados especiales para contar como antes no se contaba. Con un Maradona en decadencia pero siempre necesario.
Y con los goles de Totó.