El último libro de Ana Ojeda, Mujer peor, se ofrece como una travesía poética que desafía y enriquece la experiencia literaria a través de tres nouvelles interconectadas: Lograr los logros, Urara y Alcanfor. Cada una de estas obras evidencia la maestría de Ojeda en el manejo del lenguaje y una capacidad descomunal en el tratamiento de temas que van de la cotidianidad hasta fenómenos emocionales y naturales. La originalidad aparece, sin dudas, en ese estilo único que distingue desde siempre su escritura en versos, combinado con una aguda crítica social enmarañada con dosis justas de humor y operaciones paródicas que, así como interceptan la tradición literaria entran en serie con otros desafíos contemporáneos, sobre todo con la escritura de Leónidas Lamborghini.

El uso del verso en Mujer peor surgió, según explica Ana Ojeda, como parte de un proceso que comenzó en 2017 con su libro Mosca blanca, mosca muerta que se caracterizó por una fascinación de la escritora con la significación de la forma y la musicalidad. Este interés de Ojeda se codifica en al comienzo de Mujer peor a través de la "Nota von ética", la cual resalta la distancia entre la oralidad y la escritura en el habla rioplatense, especialmente en cómo la sonoridad de las palabras excede el significado puntual y vehicula una historia propia a una comunidad de hablantes: “Con esto me refiero a lo que pasa en nosotres cuando leemos: m-o-s-c-a y pronunciamos: m-o-j-c-a”, según señala la autora. La sonoridad en su caso es vista como un vehículo de evocación, similar a la madalena de Proust, que puede despertar recuerdos o conexiones sin necesidad de explicitar significados históricos concretos.

Ojeda adopta el verso como un recurso para ofrecer claridad al lector: “El verso apareció como una deferencia hacia quien lee y por el deseo de ser entendida (se ríe) porque me permite escandir las frases ¡y los sonidos! de manera de llenarlas de aire y espacios para respirar y pensar y dejar que eso que el sonido moviliza se asiente y vaya despertando adentro tuyo sensaciones y pensamientos”, explica. Pero a la vez la musicalidad limita la cantidad de palabras. Dice Ojeda: “Escribir es como si nadaras en una pileta: vas avanzando por un andarivel delimitado que a la vez te acompaña y te guía, te muestra por dónde tenés que ir”.

SÁTIRA INSOLENTE

En Lograr los logros, la primera de las "fabulitas" (como las denomina Ojeda), se presenta un escenario inusual: el Convento de Nuestra Señora del Rosario de Fátima, en General Rodríguez, se transforma en un campo de batalla de la modernidad. Tres monjas, Sor Floro, Sor Doro y Sor Noro -cuyos nombres trazan una rima consonante y rememoran a los juegos onomásticos de la película Entre tinieblas de Almodóvar- enfrentan una crisis provocada por un hombre armado que apila bolsos a la entrada del convento. En un giro irónico y mordaz, ellas intentan reconvertir el convento en un “importante emprendimiento inmobiliario”.

El título de los poemas en esta sección es revelador de la atmósfera que Ojeda busca crear. Sentencias como "Pasaron cosas", "Fueron los peores cinco meses de mi vida" y "Si me vuelvo loco puedo hacer mucho daño", que evocan consignas y fragmentos de discursos políticos de un empresario convertido en presidente de la Argentina, se resignifican en el contexto del convento, creando una poética que se debate entre la rabia y la impotencia.

Al resignificar frases políticas en Lograr los logros, el objetivo principal de la escritora fue la diversión y la generación de hilaridad. Ojeda utiliza una estrategia antigua, que consiste en aplicar un contenido inesperado a un continente cargado de significados específicos, con la intención de provocar risa, similar a lo que se logra en los jingles humorísticos de Gelatina o en los sketches de Capusotto. El discurso político aparece de manera natural, como parte de la condición de ciudadana involucrada en los devenires histórico-políticos del país. Esto se inscribe en una tradición literaria extensa, como en La cadena del desánimo, de Pablo Katchadjian, que también dialoga con el discurso político. Al combinar lo cotidiano y lo político en el monjorio quería adensar esa mezcla grotesca tan nuestra, tan rioplatense, del río para no llorar, o de la Biblia y el calefón, con el objetivo puesto -como resulta inocultable- de lograr la risa”, detalla Ojeda.

 

La atmósfera de Lograr los logros está marcada por un lenguaje cargado de insolencia y sátira, que destaca en el poema/capítulo inicial, "Lástima, feo día". Aquí, Ojeda opera con los recursos lingüísticos y narrativos de una manera casi teatral para construir escenas domésticas plenas de tensiones políticas y religiosas. La transformación del convento en un espacio de conspiración desafía las expectativas de solemnidad propias de ese lugar y resalta una crítica feroz hacia los roles de género y el funcionamiento de las instituciones tradicionales. La musicalidad del poema, marcada por un ritmo ágil, la rima y la inserción de onomatopeyas, crea un efecto escénico que acentúa el caos y la irreverencia, y en este proceder estético resuena tanto la antipoesía de Nicanor Parra como el uso y resignificación de materiales políticos que define la obra de Lamborghini.

El poema "Pasaron cosas" profundiza con picardía el conflicto entre la religión institucionalizada y la humanidad de los personajes, que representan las monjas del convento. Mediante una puesta en primer plano de la incongruencia entre el ideal religioso y la realidad caótica, Ojeda ubica a estas monjas en un dilema, las pone a sufrir al mismo nivel una crisis institucional y un desborde personal. Las imágenes caricaturescas y el uso de expresiones vulgares, subrayan la crítica hacia la doble moral en la Iglesia. Pero esta crítica pecaría, tan luego, de simplista y convencional si no estuviera acompasada por una sonoridad extrema, que introduce rimas inesperadas y hace del ritmo en sus juegos el factor constructivo del poema en tanto canaliza el tono satírico y la sensación de absurdo.

En "No somos magos", Ojeda aborda la comercialización de espacios religiosos y el choque entre la tradición y la modernidad. El convento convertido en un centro educativo y la burocracia eclesiástica se presentan a través de una lente grotesca que desarma el campo visual y hace aparecer el desarraigo institucional y la hipocresía moral. La transformación del espacio conventual en un escenario de enredos resalta la falta de autenticidad en la respuesta institucional a las demandas modernas.

LOS DÍAS REMOLACHA

La segunda fabula, Urara, narra un episodio transformador en la vida de Urara, una mujer trabajadora que, tras escuchar el descontento de Munda con la opresión laboral, experimenta un “shock existencial”. Esta historia reflexiona sobre la injusticia y la desigualdad sistémica que afecta a las mujeres en su entorno laboral, llevándola a una crisis personal y física.

La estructura de Urara se distingue por su uso innovador del calendario republicano francés, introducido por el poeta Fabre d'Églantine, que divide el año en estaciones y sans-culottides (días especiales de celebración). Esta elección no solo aporta una originalidad formal y toma partido por otras formas no convencionales de representación de la temporalidad, sino que también rinde homenaje a la Revolución Francesa y su intento de reformular la percepción del tiempo y la vida cotidiana.

El uso del calendario republicano francés en la obra aporta una capa de originalidad a la estructura temporal y se vincula con la historia de la revolución, tanto íntima como colectiva, que atraviesan las trabajadoras del relato. Ojeda reflexiona sobre esta idea: “En primer lugar, el calendrier républicain es en sí mismo hermosísimo. Cada día del año (doce meses de treinta días + 6 fiestas populares) tiene su propio nombre, que tiene que ver con los ciclos de la naturaleza. Se creó durante la Revolución francesa y se usó también en la Comuna de París, dos momentos de músculo popular importantísimos”.

Su creador, Fabre d’Eglantine, quería usar el sistema decimal para emanciparse de la monarquía y del cristianismo, que marcan el calendario gregoriano que rige casi todo el mundo desde el siglo XVI sin -salvo estas dos- interrupciones. Todo esto para Ojeda estaba a favor de la historia de Urara, que es “la de una revolución a la vez íntima y colectiva, la de las labriegas asalariadas de una multinacional”, explica. Es una historia de emancipación. Ojeda agrega: “Además es un calendario poético e imaginativo: los meses que llegaron hasta nosotros son sobre todo dos, el famoso Brumario y -para los lectores de Zola- Germinal, pero están también Termidor, Floreal, Fructidor, Ventoso, Nivoso; los días son un espectáculo, hay de todo: desde Calabaza Otoñal a Remolacha, desde Faisán a Pistacho. ¡Imaginate! ‘Hola, ¿cómo va? ¿Pistacho vamos al cine? Ay, no puedo, tengo médico, pero Remolacha estoy libre’. Es una genialidad”, dice Ojeda.

Para la autora, traer a nuestro presente sudamericano, a través del calendario, esas dos experiencias revolucionarias es su manera de desmarcarse de lo que Kathi Weeks frasea como “esa estrategia de ajuste social que es acostumbrarnos a desear solo lo que es probable que tengamos”, cuando reflexiona en torno de la potencia de la utopía y de la esperanza en su libro El problema del trabajo.

“Entrenar el delirio imaginativo me parece fundamental para no sucumbir a la desesperanza. El capitalismo, el patriarcado, no son las únicas maneras posibles de articularnos en sociedad que tenemos las personas. Por más que haya muchísimo invertido en que creamos que sí”, sostiene Ojeda.

En Urara, el realismo es percibido como “un límite insalubre”, se ríe Ojeda, lo que llevó a la elección de imágenes grotescas y metáforas surrealistas. La narrativa se desarrolla en un entorno laboral distópico, donde Urara enfrenta la explotación y el sexismo en el rol de jefa interina.

El jefe Toca Teta y el CEO Primavera representan figuras del patriarcado y la corporación que perpetúan la explotación laboral. Ojeda utiliza una escritura fragmentaria y surrealista, cargada de imágenes grotescas y metáforas físicas que transforman ese universo repulsivo en cultura del espectáculo. La figura de Toca Teta, que en el momento final de su existencia “rocía las tetas” tras estallar, desafía las imágenes poéticas clásicas y critica abiertamente consecuencias sobre los propios cuerpos que habilita el patriarcado en sus estructuras de poder.

El poema/ capítulo “Verano” captura la intensidad emocional y la presión acumulada en el entorno laboral, utilizando la estación estival como una metáfora del caos y la transformación. Esa época se convierte en una representación del descontrol y la opresión en el ambiente laboral, mientras que “Otoño” introduce el descenso emocional y existencial de Urara, simbolizando el final de un ciclo y la transición, como las hojas que caen, hacia la pérdida de identidad.

La tercera parte del libro, Alcanfor, se caracteriza por un enfoque fragmentario y casi distópico de la vida cotidiana. Fámula, la protagonista, se enfrenta a conflictos domésticos y a su pareja controladora, Bangalore. La historia explora la opresión y la resistencia en el contexto familiar, con un tono visceral y coloquial que vehiculiza la dinámica del desorden y la opresión.

Los sobrinos de una vecina anciana, Hernández y Fernández, intentan manejar el deterioro físico y el desajuste familiar tras la enfermedad de la mujer llamada Alversa (un nombre que en su versión masculina remite a otro presidente argentino, esta vez por la combinatoria entre el nombre de pila y el “verso” que presume la farsa).

Las imágenes en Alcanfor son perturbadoras. La simbolización de la vida doméstica a través de imaginaciones prosaicas, como la “montaña de arruga” y la “palangana”, subraya la desvalorización de las tareas de cuidado en el ámbito doméstico.

La musicalidad de Alcanfor combina dureza temática con irregularidades formales (rimas internas asfixiantes, aliteraciones recargadas) que intensifican el carácter crítico del texto. La repetición de sonidos y sintagmas, con el caso paradigmático de “pañuelo tras pañuelo”, funciona como correlato formal de la condición mecánica al trabajo doméstico: un objeto que fue singularizado en la lucha feminista aparece incluido en el flujo de lo cotidiano, dentro de la serie interminable y opresiva.

Ojeda explica que el humor, en lugar de equilibrarse con la crítica social, se potencia mediante la técnica de "cuánto más, mejor". La intención es utilizar la risa para generar una distancia crítica, permitiendo observar instituciones, comportamientos y costumbres sancionadas como "normales" o "naturales" desde un ángulo que las ilumina con claridad quirúrgica, revelando su verdadera naturaleza y dimensiones más allá de la aceptación cultural.

Mujer peor es una obra que desafía los sistemas de clasificación y apuesta un estilo y un tono diversos en cada una de sus partes. Desde la cruda y redundante introspección urbana de Lograr los logros, pasando por la celebración estacional y reflexiva de Urara, hasta la fragmentación textual, anecdótica de Alcanfor, Ojeda ofrece una visión multifacética sobre la condición humana.

 

La escritora sitúa su crítica social en las luchas de los feminismos contra todos los reveses del patriarcado, pero no repite fórmulas conocidas que podrían pasar sin más. Su obra es contemporánea porque, con ojos felinos, con destellos de luciérnaga, con un modo de ver de poeta, descubre las sombras de lo peor ahí donde las luces se abren para decir lo obvio. En este sentido, su obra es un testimonio actual de la capacidad de la poesía (y de esta poeta entrenada) para participar de un nuevo reparto de voces, energías, repertorios temáticos y tonos en la escena cultural contemporánea.