En 2023 se cumplieron diez años de la marcha que concluyó en la catedral de Santiago de Chile, aquel 25 de julio de 2013. Fue una marcha que convocó a una pluralidad de voces y movimientos feministas que venía exigiendo durante la post dictadura la reposición del aborto terapéutico y también su despenalización. Una deuda de la democracia con las mujeres chilenas, porque una de las últimas leyes que dejó Pinochet fue penalizar el aborto.
La motivación de esa marcha fue el hartazgo generado por el embarazo de una niña violada por su padrastro, y las declaraciones de la clase política validando esa maternidad y desestimando el aborto. Eso generó que las activistas feministas y de las disidencias sexuales convocaran a una marcha que resultó multitudinaria y terminó con el ingreso a la catedral de Santiago.
Julia Rojas Vásquez, Gilda Luongo y Angie Mendoza Araneda son activistas feministas chilenas y estuvieron en esa primera marcha de 2013. Julia dice: “La acción repetida en los años venideros y por casi 10 años allanaron el camino de la ley en tres causales –por inviabilidad fetal, riesgo de muerte de la madre y violación- lograda en 2017”. Gilda recuerda que aquella tarde-noche, se aglutinaron organizaciones, colectivos y feministas sueltas en la casa de la Marcha Mundial de Mujeres, en Malaquías Concha de Santiago, por la conmoción que desató el caso de Belén, la niña de 11 años, embarazada de su padrastro. Cuenta: “Fuimos un buen piño de activistas feministas de todos los estilos y vertientes quienes nos reunimos allí para verter nuestra furia, para discutir alguna acción que diera cuenta de nuestro posicionamiento frente a la violencia y al abuso hacia las niñas y mujeres en este país.”
Aquel día fue un punto de inflexión.
¿Cómo era el contexto socio-político en el que comenzaron a tomar fuerza las demandas del movimiento feminista y de las disidencias sexuales por el aborto libre?
Julia: --Era el primer mandato de la derecha de la post dictadura, con una fuerte impronta neoliberal y conservadora. Hay que decir que los gobiernos anteriores de centro y de izquierdas no habían avanzado en ninguna medida que permitiera despenalizar o legalizar el aborto y tampoco en reponer el aborto terapéutico. Y desde 2008 las feministas veníamos realizando acciones de “socorristas” (en Chile nunca se ha llamado así a las estrategias de entregar información sobre abortos seguros con pastillas), que permitieron que al interior de los feminismos se comenzaran a generar estrategias comunicacionales y organizacionales que han permitido re pensar las demandas del aborto. Esas acciones han derivado en el movimiento por el aborto libre.
¿Que pensaron cuando Piñera declaró por televisión que “Belén”, la niña de 11 años violada y embarazada, sería una “excelente madre”?
Angie: --Desde mi punto de vista la maternidad de las niñas, sobre todo cuando es producto de violencia sexual, se instala en la incapacidad de las sociedades latinoamericanas de visualizar los derechos sexuales y reproductivos de las infancias de manera integral y es de un adultismo profundo creer que las niñas no pueden decidir sobre sus cuerpos. Para mí sigue siendo violencia estructural, de género y de clase, cuando se les niega a las niñas decidir y recibir el acompañamiento debido para tomar esas decisiones, sobre todo si las familias no las apoyan.
Aquel hito del 25J de 2013 dio impulso a la escritura de un libro que acaba de salir, Una polifonía abortista. A diez años de la marcha por el aborto libre. ¿Por qué decidieron que era el momento?
Julia: --La idea del libro surge a partir de que en 2023 se cumplían 10 años de la marcha por el aborto libre y además se conmemoraban los 50 años del golpe cívico – militar. Para las activistas feministas que escribimos el libro y para quienes lo pensamos, esos dos hitos debían confluir, ya que la dictadura chilena, que caló muy profundo en la cultura chilena y que ha sido muy difícil de extirpar de nuestras vidas, de nuestras políticas públicas, de la noción del estado. Por lo tanto, era profundamente político hacer memoria de aquella experiencia donde nos atrevimos con un gobierno de derecha a exigir masivamente aborto libre. El libro es un ejercicio de memoria activa que intenta recuperar una experiencia feminista colectiva que pulsa por ampliar los significados de hacer políticas feministas y de la exigencia de derechos fundamentales en nuestro país, tan profundamente desigual.
En Chile, el aborto es un derecho pendiente, ¿cómo abortan las personas que deciden interrumpir un embarazo con una ley con tres causales?
Angie: --Está pendiente pues este derecho sólo llega al 2 por ciento de la población de mujeres o diversidades con las tres causales. Además la ley, a siete años de su vigencia tiene muchas trabas, sobre todo la objeción de conciencia de la institución médica y los médicos que aluden a este artículo de la ley para no atender a mujeres que deciden interrumpir sus embarazos. Existen redes paralelas de acompañamiento que aportan en el cuidado de mujeres y personas con capacidad de gestar que son quienes apoyan esta decisión respecto de otras causales que no dan respuesta a esa decisión.
Vivimos una coyuntura global de avance de las derechas que ponen en riesgo derechos conseguidos, ¿cómo definen el rol que tienen los activismos feministas en este momento?
Julia: --El feminismo es una política de las emergencias, que impulsa nuevos modos de acción y de reflexión. Es una política de lo inconforme por lo tanto los activismos feministas siguen siendo fundamentales para la crítica contra la precarización de la vida que busca la derecha y para imaginar salidas posibles y construir el andamiaje de otras posibilidades que tal vez no nos hemos atrevido a soñar.
La soberanía de mujeres y disidencias, contra las opresiones y el autoritarismo, es el horizonte a seguir, ¿qué miradas tienen sobre ese camino en el que estamos?
Angie: --Es indispensable la reflexividad feminista y sobre todo aprender a confluir en y entre la diferencia. El feminismo es oposición a cualquier tipo de autoritarismo y por lo tanto es práctica anti autoritaria. El ejercicio de reconocimiento de nuestros propios autoritarismos como feministas, sobre todo para las generaciones que crecimos en dictadura en América Latina es muy necesario. El feminismo no es el lugar seguro, el feminismo es lo que puede posibilitar un andamiaje posible, personal y político, para construir espacios seguros, libres de opresiones y autoritarismos, pero eso comienza por casa, echando mano a otras muchas ideas y creaciones que hemos elaborado y seguiremos urdiendo las mujeres y las disidencias cuando decidimos accionar colectivamente.
Gilda: --Se necesita prestar atención a las opresiones, subyugaciones, exclusiones y dominaciones que enfrentamos hoy. Sin embargo, a pesar de los avances de las derechas autoritarias, en estos tiempos, no es fácil aglutinarnos de modo más ancho. Pareciera que las diferencias han proliferado de modo agudo entre los feminismos: los institucionales, los de partidos políticos, los radicales y los del gobierno y las cuestiones álgidas de las políticas queer, no favorecen la posibilidad de llegar a acuerdos más o menos reflexivos. Pareciera que las disputas entre las singularidades feministas han generado un caldo de cultivo más proclive a las descalificaciones, cancelaciones y agresiones entre los mismos movimientos y posiciones feministas de diverso cuño.
¿Cómo dio respuesta a las demandas feministas el gobierno de Boric?
Gilda--En Chile, la llegada de un gobierno supuestamente atento, desde el discurso, a las demandas feministas desde la interseccionalidad no ha favorecido la confluencia de zonas sociales y culturales para la transformación, sino más bien ha generado una especie de conformidad que aplaca el impulso de lucha más radical en temas tales como el aborto, las infancias y su desprotección, las demandas laborales, la explotación sexual, la migración. Tal vez y siguiendo la propuesta de Angela Davis, necesitamos generar espacios de reflexión respecto de lo que nos ocurre como sociedad, antes de volcarnos a las acciones variadas de modo reactivo. No es fácil en el Chile invadido por el modelo neoliberal -por la pérdida de credibilidad en los colectivos, un Chile que votó masivamente en contra de una nueva constitución más progresista y que se niega a las transformaciones porque ha perdido conciencia política y ha decaído en prácticas éticas- levantar zonas comunes que alumbren nuevos caminos.