Silvia Pérez Cruz es una de las artistas populares más versátiles, potentes e inclasificables de la actualidad. Nacida en 1983 en Palafrugell, España, la cantante y compositora construyó con originalidad una canción en la que cabe la copla, el flamenco, el fado, el jazz, el folklore argentino, la música clásica y el bolero. En su séptimo disco, Toda la vida, un día (2023), Pérez Cruz propone un viaje sonoro de lo acústico a lo clásico a través de cinco movimientos: La flor, La inmensidad, Mi jardín, El peso y Renacimiento. Cada movimiento representa una etapa de la vida, incluso más allá del plano físico: infancia, juventud, madurez, vejez y transformación. 

"Estamos cerrando este círculo, pero es una cadena. Porque creo que todos los círculos vienen del anterior, como un collar de perlas. También es importante cerrar ciclos: hay que saber cuidar los principios, el camino y los finales”, le dice Pérez Cruz a Página/12 antes de cerrar la gira del disco este jueves 26 de septiembre a las 21 en Auditorio Belgrano (Virrey Loreto 2348).

Grabado durante un año en varias ciudades -Barcelona, Pontós, Madrid, Jerez, Buenos Aires, Coatepec (México) y La Habana-, el disco empezó a gestarse en 2020, en tiempos pandémicos. "Es un trabajo que nace de la soledad con voluntad de unir soledades: de ahí la contraposición de la intimidad de una voz y una guitarra con el coro", sintetiza la artista sobre este disco conceptual compuesto por 21 canciones o piezas musicales que transitan desde la intimidad luminosa hasta la alegría rítmica, pasando por la experimentación y el barroquismo. “Empecé a componerlo por necesidad en el confinamiento y luego fui entendiendo el concepto. Me gustaba la idea de ordenarlo en movimientos, hacer familias de canciones, como en la música clásica”, explica la artista catalana.

“En 2022 me invitaron a Punta Ballena, Uruguay, al Festival Medio y Medio, a cantar con Liliana Herrero, María Gadú y Pedro Rossi”, sigue Pérez Cruz. “Ese encuentro me afectó personalmente, aprendí mucho de ellos y me permitió hacer un repaso de lo vivido y lo que queda por vivir, porque estaba por cumplir 40 años y estaba en la mitad de la vida. Le compuse una canción a Liliana Herrero que se llama 'Toda la vida, un día' y ahí entendí que el disco que estaba haciendo tenía que hablar de una vida entera. Por eso hice un disco en cinco movimientos ordenado en edades, desde el nacimiento hasta el renacimiento”, dice esta artista que ha interpretado canciones en catalán, castellano, gallego, portugués e inglés, sin perder la audacia o la profundidad de su voz.

La presencia de los artistas invitados -todos con un sentido y una razón- en el disco refleja la versatilidad y la apertura con la que se mueve Pérez Cruz: Pepe Habichuela, Carmen Linares, Carles Benavent, Diego Carrasco, Juan Quintero, Natalia Lafourcade, Liliana Herrero, Salvador Sobral, Lola Cruz, Maro y Rita Payés. Un abanico que va desde el flamenco hasta el fado, pasando por el folklore del noroeste argentino y el jazz. “El primer movimiento es más de cantautor y aparecen las cuerdas; el segundo movimiento está grabado en espacios diferentes, entran vientos y saxos”, explica. “En el tercer movimiento hablo de la intimidad después de buscar lo imposible en la juventud y ahí grabo con Juan Quintero en Buenos Aires ('Ayuda/Martín') y con Natalia Lafourcade en México ('Mi última canción triste'). El cuarto movimiento empieza con un aire de zamba y la idea general es lo clásico; por eso hay arreglos de cuerdas clásicas y antiguas. Y el quinto movimiento lo pienso más desde la vitalidad, el latido; hay más percusión y es el más alegre”.

En vivo, Pérez Cruz (voz, guitarra, saxo, teclados y sintetizadores) estará acompañada por una banda integrada por Carlos Montfort en violines, percusión, trompeta, teclados y coros; Marta Roma en violoncelo, trompeta y coros, y Bori Albero en contrabajo, teclados y coros. El concepto del disco también está inspirado en un poema del poeta modernista estadounidense William Carlos Williams. “Aterrados/ buscan una flor familiar donde guarecerse/ y les asusta la inmensidad del campo”, escribe Williams. “¡Fue como una salvación!”, resalta la española sobre el poema. “Yo vivo en la montaña y durante el confinamiento esa inmensidad me daba un poco de miedo. Pensaba que lo que estábamos viviendo era una respuesta de cómo tratábamos a la naturaleza... no sabíamos qué iba a pasar. Aquí era primavera y vi nacer la flor de un cactus. Y pensé: 'está todo el año para hacer una flor'. Y por otro lado mi madre me iba mandando flores. Ante la inmensidad, el truco es ordenar las cosas de flor a flor. Entonces, apareció ese poema de Williams y entendí que estamos buscando flores donde guarecernos. Esa imagen me ayudó a ordenar también los movimientos”.

-¿Por qué fue tan importante el encuentro con Liliana Herrero, a quien le dedicaste la canción que da nombre al disco?

-La empecé a escribir antes de llegar a Uruguay y se la llevé como un regalo. Y a María Gadú le hice "Estrela e raíz", que también está en el disco. Cuando las conocí las terminé. La frase "toda la vida, un día" apareció después de charlar con Liliana. Estaba en un momento muy frágil de mi vida, muy vulnerable, fuera de eje. Y me encontré con dos mujeronas increíbles, que hablaban con mucha propiedad, con una sensibilidad muy fuerte y con una conciencia de la vida y la muerte muy real. En Uruguay cantamos, comimos, lloramos y reímos, pasó la vida entera en un día. Y me sacudió mucho, me resonaron muchas cosas de mi vida. Fue como osteopatía emocional. Me pusieron en mi eje y me reencontré con partes mías que tenía un poco perdidas. Como estaba a punto de cumplir 40 años tuve la conciencia de la vida entera. Fue ver lo que había vivido y hacia dónde iba. Fue también reivindicar el peso y la virtud de la lentitud de la vejez.

-¿Qué encontrás en el diálogo con la música popular argentina y con artistas como Herrero, Jorge Fandermole, Juan Quintero, Juan Falú y Fito Páez?

-Cuando me encontré con el folklore argentino me di cuenta de que esas melodías me hacían bien y las entendía, como un vestido que lo sabes llevar. Pero con una poesía que no conocía. Hay algo poético que me emociona de Latinoamérica en general. Como un saber cuidar la palabra, valorar la belleza, una ternura. Las melodías también son muy bellas. El folklore para mí fue encontrar una casa. También me pasó con Brasil, que me ha influido mucho. Lo mismo en Cuba, porque mi padre estuvo muchos años yendo a La Habana a cuidar canciones anónimas y hacer un archivo ahí; recuperar cosas que se estaban perdiendo. Con México también tengo un vínculo muy fuerte. Estoy muy feliz de haber creado este puente y tener tantos amigos de Latinoamérica. Aprender y cuidarnos tanto desde la música, y sanar tantas heridas profundas. Mi vínculo con Argentina viene desde los ocho años porque mi padre me mostró "Alfonsina y el mar" cantado por Mercedes Sosa. Esa voz tan amplia y honda marcó el repertorio que luego quise cantar. Fue la primera canción que aprendí con la guitarra y la canté con mi padre hasta que él murió. Con esa canción también descubrí la vocación del canto.

-¿Fue difícil encontrar una voz propia, con tanta personalidad?

-Fui muy afortunada. Yo cantaba desde muy chica. Mi referente máximo era mi madre. Nací en un pueblo de mar y en la ciudad empecé a escuchar jazz. Me fijaba en las voces más distintas a mí, las más imposibles. Y un día canté como canto yo y alguien dijo: "me gusta". Y pensé: "Ay, qué bien, porque esta soy yo". Entonces, tuve la suerte de encontrar mi voz muy pronto, a los 19 o 20 años. A los 27 sentí la mayor libertad con la voz. Es un gran camino encontrar la voz. Siempre está la imitación para aprender, pero hasta que te desprendes de ese referente y encuentras tu voz a veces pasa mucho tiempo por miedo, porque no nos educan para potenciar las diferencias. Siempre quieres parecerte a algo y te da mucha vergüenza aceptar quién eres. La voz es algo muy transparente, entonces te puedes sentir muy frágil y el camino se puede hacer muy largo.

-Tu música no se ajusta a los parámetros del mercado, ¿Es un desafío mantener esa libertad?

-Yo me siento muy libre. Sé que no es lo habitual porque hay mucha presión externa. Mi madre me ayudó mucho. Ella tenía una escuela de arte donde se trabajaba mucho la libertad y la confianza. Soy muy consciente que en la música encuentro un amparo que tengo que cuidar, que vale oro. Entonces, no me sale hacer cosas que no me gustan y me siento muy viva, muy creativa. Y no puedo hacer más que darle forma a lo que siento. Al principio me decían que cantaba muchos estilos diferentes y que tenía que centrarme en uno. Pero lo que defiendo es la expresión, porque tengo mis herramientas para contar una emoción. Y cuantas más tengo más cosas puedo contar. La música clásica me ayudó en algunas cosas, el folklore argentino en otras, lo mismo el flamenco, el jazz, el pop, el punk y el rock. Todo te da colores para expresarte, entonces mi voluntad es expresar libremente lo que siento con lo que tengo.