Estar en primera fila es la metáfora perfecta. Asistir, como si fuera un descubrimiento, a principios de los 80 en un cine de Madrid o de la avenida Corrientes, a las primeras películas de Pedro Almodóvar debió ser como estar en la primera fila de una trinchera. Era una vanguardia accesible y al alcance de la mano, una guerra sin violencia por un nuevo cine y una sexualidad difícil de representar

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