El jockey - 8 puntos

Argentina/España/Estados Unidos/México/Dinamarca, 2024

Dirección: Luis Ortega 

Guion: Fabián Casas, Rodolfo Palacios y Luis Ortega

Duración: 96 minutos

Intérpretes: Nahuel Pérez Biscayart, Úrsula Corberó, Daniel Giménez Cacho, Roberto Carnaghi, Osmar Núñez, Daniel Fanego, Mariana Di Girólamo, Luis Ziembrowski, Roly Serrano, Adriana Aguirre.

Estreno en salas.

Elegida por la Academia de Cine local para representar a la Argentina en las preselecciones a los premios Goya y Oscar, El jockey de algún modo funciona para Luis Ortega, su director, como una especie de regreso a ciertas fuentes. Tras la experiencia que significó su exitoso trabajo anterior, El ángel (2018), en el que se registraba un acercamiento a un tipo de relato cinematográfico un poco más clásico en sus modos y formas, su última película recupera algunas de las características identitarias que era posible observar en su obra previa.

Para contar la historia de Remo, un exitoso jockey profesional con un importante problema con el abuso de sustancias (todas), Ortega vuelve a recurrir a una forma de relato de intención más bien onírica, pero con explosivos accesos de realismo, remarcados por la presencia dentro de la trama de personajes interpretados por actores no profesionales. Se trata de roles muy secundarios en términos narrativos (a veces no pasan de un cameo), pero con un impacto sumamente notorio en lo formal. A partir de ellos, la realidad se mete de manera brutal dentro de la fantasía para hacerle un espacio a sectores normalmente excluidos, tanto de la sociedad como de la representación cinematográfica, como la pobreza y lo marginal, pero también personas con diferentes tipos de discapacidad. Elementos que vuelven a ocupar un lugar muy visible dentro del relato.

Pero en El jockey también es posible reconocer un impulso novedoso dentro de la filmografía de Ortega, porque se trata de una comedia, un género con el que hasta ahora no había trabajado de forma tan clara. Eso no quiere decir que el humor no estuviera presente en sus trabajos previos, pero se trataba de un recurso más, dentro de relatos en los que primaba el tono dramático. A diferencia de ellos, acá hay una búsqueda muy clara ya desde el guion, coescrito junto a Rodolfo Palacios y Fabián Casas, por construir situaciones cuyo objetivo es conseguir la risa del espectador.

Para lograrlo, la película utiliza una serie de procedimientos clásicos. Uno de ellos es el humor físico, muchas veces violento, que en algunos momentos recuerda incluso a los dibujos animados de la época de oro de la Warner o la Metro. Otro de los recursos usados consiste en minimizar las manifestaciones físicas de las emociones de los personajes, creando una divergencia notoria entre sus expresiones y las situaciones que deben atravesar. Esta técnica es conocida en el cine como deadpan y tiene en Buster Keaton a su mayor representante. De hecho, El jockey explota al máximo las similitudes fisonómicas entre el notable actor estadounidense y Nahuel Pérez Biscayart, a cargo del rol protagónico. Un tercer recurso, el más inocente pero no por ello menos efectivo, tiene que ver con limitar el lenguaje a su mera literalidad, representando de manera exacta aquello que fue expresado como metáfora, como si los personajes (o los guionistas) tuvieran síndrome de Asperger.

En esa búsqueda, El jockey también exhibe con claridad sus influencias, que van del cine de Wes Anderson al de Aki Kaurismaki. El parentesco con este último se encuentra subrayado por la presencia en la dirección de fotografía de Timo Salminen, habitual colaborador del gran cineasta finlandés. Aunque comparte con ellos una gran ternura en la forma de acompañar a sus criaturas a través del recorrido dramático que les impone, la diferencia más notable con ambos, en especial con Anderson, está dada por la presencia constante de cierta sordidez, elemento siempre central en el cine de Ortega. A pesar de esto último, la elocuencia y naturalidad con la que todos esos elementos se amalgaman en pantalla hacen de esta la película más amable de su director, una que es imposible no disfrutar.