Un 25 de septiembre, hace cincuenta y tres años, Alejandra Pizarnik se suicidó, y descansa hoy en el cementerio de La Tablada. Unos meses antes de hacerlo le envió una carta a su querida amiga, Ivonne Bordelois, que decía “...no solo te extraño sino que te necesito. Acaso porque somos antípodas y nos damos mutuamente garantías acerca de nuestras vías”. Eran amigas íntimas, colegas, tenían proyectos juntas y mantuvieron una larga correspondencia que la editorial “Las furias” acaba de reeditar. El libro lleva por título “Aquí estoy, todavía”, una de las frases que le dice Pizarnik a Bordelois en su última carta.
La recopilación recorre la amistad entre ambas, la vida y el mundillo literario de los sesenta, sus lecturas, sus miradas sobre el país, los personajes de la época y sus escrituras. Son cartas llenas de humor, acidez y una profundidad que hace trinchera. Se ve un país y una clase cultural, que aunque lejana, pareciera estar a la vuelta de la esquina. La primera carta de Bordelois habla, sin ir más lejos, sobre la situación precaria de los jubilados en el país. La correspondencia contiene chistes internos, coqueterías, chismes, charlas sobre la precariedad. Una Pizarnik que come polenta, pasa frío y gestiona fuentes económicas para que ambas puedan seguir escribiendo, entre otras intimidades.
“Alejandra nació con el sonido del riachuelo, en Avellaneda, pero yo nací en la provincia de Buenos Aires campo adentro, en una de las áreas más ricas y prósperas, que linda con Santa Fe, Alberdi. Tuve el privilegio de tener una infancia campesina y creo que es uno de los grandes privilegios del mundo: andar a caballo a pelo, amigos tamberos, puesteros, ir a una escuela rural con piso de barro, donde estábamos todos mezclados, el hijo del médico con el del peón. Había mucha mezcla y se armaba como un sentido de la democracia. Tuve una infancia más protegida que la de Alejandra. Ella tuvo que soportar las pintadas “judios de mierda”, otro ruido, otro smog. El paisaje fue una espalda muy grande, para mí, durante mi vida, no solo en mi vida como escritora sino como persona, cuando tenés eso, hay una solidez que te da. La certeza de que todos los días sale el sol, que todos los días pastan las vacas, te da una confianza en la vida que ninguna otra cosa te da” reflexiona Bordelois, que estará presentando el libro en compañía de María Malusardi este jueves.
Poeta, ensayista y lingüista, Bordelois nació en 1934. Egresó de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires para luego realizar estudios literarios y lingüísticos en La Sorbona, donde conoció a Pizarnik. En el epílogo, Bordelois escribe sobre cómo Pizarnik se identificaba con la noche y ella con el día. La una necesitaba a la otra y a la vez había algo irreconciliable en el vínculo. Cuando se conocieron Bordelois tenía 26 y Pizarnik dos años menos. “Ella era mucho más reventada, se vestía como una linyera, puteaba y carajeaba todo el tiempo. La casa era un desorden. Tomaba un montón de alcohol. No sabía manejarse en la vida cotidiana, había que llevarla al banco, a la farmacia. Era como una nena de cuatro años. París fue un desafío porque se tenía que arreglar sola. Lo hacía entonces todo a medias. Pero siempre deslumbraba a todos, porque tenía esa personalidad fantástica, esa conversación seductora. Y nos complementábamos muy bien” recuerda Bordelois, quien luego se mudó a Estados Unidos, perdiendo la cotidianidad que tenía con Pizarnik.
"Cuando yo me recibo en MIT, en el prefacio de tu tesis te piden que cuentes tu vida. Yo escribí: "tuve la fortuna de nacer en la provincia de Buenos Aires y tengo que decir que la mejor educación que he recibido en mi vida, la he recibido allí, que los años que vinieron después nunca pudieron destruir esa educación que estaba basada en la admiración". Fue una patada para el MIT, que estaba basado en la competitividad. Cuando mi papá leyó eso, que no sabía inglés, pero se lo traduje, se lo mandó a mi maestra de Alberdi, que ya había fallecido, pero los hijos se volvieron locos de alegría pensando que el nombre de su mamá estaba brillando en las aulas de MIT. Fue la mejor maestra de mi vida” dice Bordelois, que siempre se definió como anti porteña. “Este es un país muy poco federal, si no estás en Capital no importás. Me parece muy mal eso” agrega.
La propuesta de reedición del libro llegó de la mano de la editorial independiente, Las Furias, que notaron que con el correr de los años y las ediciones, entre los libros que reúnen las cartas de Alejandra desaparecieron las de Bordelois. Cuando vuelve a la Argentina en 1994, trae consigo la idea de publicar la correspondencia entre ambas y un libro suyo de poemas. "En ese momento yo frecuentaba unas reuniones que armaba María Esther de Miguel y al comentar que iba a hacer este trabajo, empezó a aparecer gente con cartas. "¿Por qué no juntas a todos los que tenemos sus cartas?" me decían. No era mi idea, pero lo hice. Juntamos treinta personas. Yo tuve que visitar siete editoriales hasta que me dieron bola, los editores decían que nadie leía cartas. Después de siete editoriales, Paula Pérez Alonso me abrió las puertas en Seix Barral y ahí salió. Pero en las otras ediciones, como se aumentó mucho, no tenía sentido que estuviera la ida y la vuelta de nuestras cartas y entonces se retiraron mis cartas y quedaron las de Alejandra. Los de Las Furias, dijeron: es hora de que aparezca este libro. Actualmente tiene un valor distinto, hay otra perspectiva” relata.
En las cartas Bordelois actúa como soporte dialéctico de lo que Pizarnik piensa. “Ahora cuando releía las cartas pensaba que Alejandra podría haber sido directora o editora de una revista o una editorial. El nivel de agenda y nombres que ella manejaba, gente que no era conocida y que después tuvo mucho reconocimiento. Había un potencial fenomenal en ella” acota.
La correspondencia entre ambas se interrumpió por una discusión. Juntas habían traducido al poeta francés Yves Bonnefoy para la revista “Sur”, pero Pizarnik decidió publicar una selección de lo traducido en el diario La Nación sin consultarle a Bordelois. Ella consideraba que esos poemas no eran los mejores para publicar y se enojó. A los pocos meses, Pizarnik falleció y eso la destrozó. “La internación de ella fue muy al final y antes que las mías, de eso no hablamos. A mí me preocupaba porque oía lo de las llamadas de ella a los amigos a cualquier hora, sus gestos de desesperación, leía sus poemas. A todos nos preocupaba. No creo que existieran psicoanalistas acá que pudieran…Pichon-Rivière tiró el poncho. Ella se escapaba los fines de semana y se daba con todo. Había un destino inatajable. Cuando me preguntan por qué creo que se suicidó Alejandra, yo siempre digo la pregunta no es esa, sino por qué no se suicidó antes, el nivel de angustia y ansiedad que tenía era muy alto”, recuerda su amiga.
Ambas combatían padecimientos mentales, aunque no fuera tema relevante en sus conversaciones. A los pocos meses de la muerte de Pizarnik, Bordelois tuvo su primer brote de manía. “En mi familia había antecedentes. Mi primer brote fue motorizado por la exigencia del MIT. Yo tuve acceso al litio. En mi caso tuvo bastante eficacia, con efectos laterales complicados. Lo de la manía se me repitió en Estados Unidos, y luego en Holanda, que fue bastante grave la cosa, fue después de que me despidieran de la universidad. Te volvés hiperactiva, no podés dormir, te moves mucho, tenes una extra lucidez. Yo reivindico eso de la manía. La tesis yo la escribí bajo el estado de la manía, la leo hoy y no me reconozco. Me da bronca que los psiquiatras de ahora no concedan eso maravilloso que pasa en los estados maníacos, es algo pasa en el cerebro y es bastante positivo. Hay gente que sin mirar el reloj, sabe la hora exacta…o una no tiene frío, o por ejemplo nunca supe tocar el piano y maníaca lo tocaba a la perfección. ¿Cómo pasan esas cosas? Una dice yo no puedo hacer esto y en la manía eso se desinhibe. Hay un mandato fuerte de la sociedad que te inhibe. Obviamente, para lo bueno y también para lo malo. Perdés plata, te acostás con quien no corresponde. Hay un elemento patológico, pero hay algo muy interesante. Pero Alejandra solo tenía la parte depresiva. Ella vivía en estado de inspiración, pero no inspiración maníaca. No hablamos nunca de esto, porque yo tuve mi primer brote un año después. Yo creo que la muerte de Alejandra tuvo que ver. Mi cabeza hizo lo que pudo” recuerda.
La presentación de “Acá estoy, todavía” será este jueves a las 19hs en la Biblioteca Nacional. Además, el sábado, Bordelois leerá sus poemas en el ciclo “Lo de caronte” dónde también Pizarnik será homenajeada.