Había una vez una película llamada Yo Ho Ho. Una producción búlgara dirigida por Zako Heskiya y estrenada en 1981 que muy poca gente vio, al menos fuera de las fronteras de su país de origen. Su historia es la de un joven actor que, luego de una fuerte caída, permanece postrado en una cama de hospital con su espina dorsal quebrada. Las perspectivas a futuro no son precisamente luminosas y la idea del suicidio revolotea a su alrededor como un pájaro sombrío, aunque algo detiene las intenciones funestas: la aparición de un niño de diez años que convalece en la habitación contigua con el brazo enyesado y la imaginación en estado de ebullición. El encuentro ocurre velozmente y el adulto, tal vez por no tener demasiado más que hacer, comienza a relatarle una historia de piratas con múltiples derivaciones, en la mejor tradición de Las mil y una noches. Y así, en la mente del muchachito la realidad comienza a ser invadida por la ficción, como un grupo de bucaneros tomando por asalto una galera comercial. Quien vio y disfrutó de Yo Ho Ho durante sus años de estudios universitarios fue un futuro director de cine llamado Tarsem Singh, un joven nacido en Jalandhar, en la región punyabí del norte de la India, hace 63 años. Aunque, como suele ocurrir con los sueños que se olvidan y reaparecen con fuerza de forma imprevista, debería transcurrir un buen tiempo para que esa fascinación juvenil tuviera un corolario creativo.

Basado libremente en el film de Heskiya, el segundo largometraje de Tarsem (así, a secas, como se hace llamar en ocasiones) tuvo un recorrido relativamente importante en el momento de su estreno, hace dieciocho años, para luego caer en el olvido, como también le había ocurrido a su inspiración cinematográfica. Recientemente exhibida en el Festival de Locarno y disponible desde hace un par de días en la plataforma Mubi, The Fall – El sueño de Alexandria, como se la conoció en varios países hispanohablantes, vuelve a la vida gracias a una primorosa restauración a partir de los negativos originales que es, asimismo, una reversión: el realizador volvió a insertar una escena relevante que se había eliminado del montaje en el momento del lanzamiento. Es la historia de una chica, Alexandria, enfrentada a varias semanas de hospitalización, de cómo conoce a un doble de riesgo en la California de los años 20, un hombre obligado a pasar los días y las noches en un lecho y, a partir de ese encuentro, de cómo los relatos más fantásticos comienzan a conquistar los sueños y también la vigilia. De manera similar a lo que ocurría en Yo Ho Ho, aunque aquí los cuentos de piratas son reemplazados por soldados, príncipes y vengadores solitarios, cinco héroes enfrentados a enemigos poderosos y también a la posibilidad de algún romance. Rodada a lo largo de cuatro años en locaciones reales de India, Bali, China, España, Italia, Namibia y Argentina, entre otra docena de países, antes de que la manipulación digital permitiera recrear artificialmente espacios y geografías, The Fall resucita y vuelve a demostrar la fascinación por el inmortal arte de la narración. La oral y la cinematográfica.



Cuéntame un cuento

La carrera de Tarsem Singh es peculiar y, a diferencia de otros colegas de profesión, los primeros pasos en la industria audiovisual no fueron dados en su país de origen. Instalado en California, el mundo de la publicidad de alto nivel se entrelazó con la actividad promocional de distintas bandas y solistas musicales, y el celebérrimo videoclip para la canción “Losing My Religion”, de R.E.M, con su inspiración evidente en El sacrificio de Tarkovski, le valió al joven artista no pocas alabanzas. Posiblemente la cantante Jennifer Lopez vio ese video promocional cuando aceptó ser la protagonista de la ópera prima del realizador, La celda, estrenada allá por el 2000. Le llevaría a Tarsem seis años estrenar su segunda película, luego de un rodaje extenso y no lineal, aunque en el camino consiguió el apoyo de nada más y nada menos que David Fincher y Spike Jonze, que hacen las veces de “presentadores” de The Fall, como lo anuncian los títulos de apertura. Desde Locarno, Suiza, el cineasta retrocede en el tiempo y recuerda los esfuerzos de todo tipo alrededor de la realización de la película, no sin antes destacar que, al menos para él, no se trata de una remake, al menos como suele entenderse el concepto.

“Realmente, nunca volví a ver Yo Ho Ho, que disfruté junto a un grupo de amigos de la universidad que estaban siempre fumando heroína, y para combatir la abstinencia tenían que salir del hostal. Así fue que terminamos en el Festival de Cine de Nueva Delhi, viendo la película de Zako Heskiya. Lo cierto es que sus imágenes nunca me abandonaron, se quedaron en el fondo de mi cabeza, sobre todo su estructura básica. Cuando comencé a hacer videoclips y películas mi estilo comenzó a desarrollarse sobre todo en términos visuales. The Fall fue el resultado lógico de ponerme a pensar qué historia podía caberle mejor a lo que creo soy mejor haciendo: contar una historia visualmente, sin límites ni fronteras precisas. Por supuesto, fue necesario adquirir los derechos de adaptación de Yo Ho Ho, pero durante muchos años fue imposible conseguir financiación para filmarla. Quería que fuera mi primera película, pero eso no ocurrió. Luego llegó la posibilidad de hacer La celda, y eso ayudo bastante para que finalmente ocurriera. Después apareció la niña, Catinca Untaru, que no tenía ninguna experiencia actoral y nunca más volvió a actuar. Y supe que tenía que hacerla de inmediato, antes de que creciera”.


El encargado de darle vida al stuntman Roy Walker, entre otros personajes de la ficción dentro de la ficción, fue un por entonces poco conocido actor de Oklahoma llamado Lee Pace, cuya carrera ulterior lo llevaría a participar en varias sagas de superhéroes, la trilogía de El hobbit y papeles secundarios en películas de Steven Spielberg y Stephen Frears, amén de varias series como la ambiciosa adaptación de los libros de Isaac Asimov Fundación. Untaru, en tanto, era sólo una niña rumana que aprendió a hablar el idioma inglés durante el rodaje de sus escenas en The Fall. “La película no existiría sin ella”, deja muy en claro Tarsem. “Finalmente la película se hizo, luego de nueve años de buscar a la niña indicada para el papel, pero aparecieron problemas. En cierto momento todo parecía irse al diablo porque no conseguíamos la visa para ella, e incluso alguien del equipo había conseguido una reemplazante, una chica sudafricana. Y allí fue que dije: ‘Paren. ¡Estamos haciendo esta película por ella! ¡Si no está disponible no hacemos la película! Y todo el mundo a casa’. Por suerte dos semanas más tarde se solucionó ese problema con la visa y ahí comenzamos a correr, porque sabía que en apenas cuatro meses la niña sería otra. Una niña diferente, ya que a esa edad los chicos crecen muy rápido. Siempre deseé que el personaje tuviera cuatro años, era la edad ideal para Alexandria. En mi mente estuvo siempre la actriz de Ponette, la película de Jacques Doillon. Ese era mi límite: cuatro años. Lo cierto es que Catinca tenía seis, pero al no hablar inglés eso introdujo un nivel de ingenuidad que ayudó a crear el personaje en pantalla. Al terminar el rodaje ya hablaba mucho mejor, y con acento británico”.



La única salvación

La caída del título es, desde luego, la de todas aquellas escenas de riesgo que Roy realiza delante de la cámara (hacia el final, un veloz clip de imágenes de films de los años 20 homenajea a Buster Keaton, a Harold Lloyd, a los arriesgados actores de la compañía Keystone y a tantos otros), pero es también la caída que lo llevó a languidecer en el hospital. Los frascos de morfina que el joven le hace robar a su amiguita, como si se tratara de una misión imposible y ciertamente peligrosa, son la única salvación. Calman el dolor y, tal vez en dosis más altas, logren terminar con el purgatorio en la tierra. Cuando el relato fantasioso se reinicia los colores estallan en la pantalla, y los cinco aventureros en tierras extrañas encuentran personajes y sitios fascinantes. A veces las imágenes recuerdan a Terry Gilliam, pero inflamadas de tonos chirriantes, o al Jodorowsky más lisérgico. En otras, para bien o para mal, se evidencian las raíces videocliperas de Tarsem. El término “caramelo visual” parece haberse inventado para una película como The Fall, que el realizador confirma lo llevó a la ruina económica, pero que volvería a filmar diez veces más, aun sabiendo que esa sería la consecuencia irremediable. También vuelve a insistir con el tema de los géneros cinematográficos, con la idea de que si la historia transcurre en los años 20 del siglo pasado eso está relacionado con el hecho de que, por aquel entonces, los géneros aún estaban en gestación, mutando y tomando su forma definitiva. La idea de la barrera lingüística, en tanto, tiene una referencia biográfica: “Crecí yendo a una escuela de pupilos en el Himalaya y viajando a Irán tres meses al año, viendo películas sin subtítulos ni entender en absoluto el idioma”.

La mirada atenta del espectador descubrirá un par de planos filmados en el Teatro Ópera, el Jardín Botánico y el Zoológico de Buenos Aires, entremezclados con imágenes registradas en Fiyi, la República Checa, Camboya y, desde luego, diversos templos y lugares históricos desperdigados en el inmensidad del subcontinente indio. “Es cierto que hoy en día una película así se haría en gran medida utilizando CGI. Si bien en ese momento ya se utilizaba la tecnología de efectos digitales, no me interesaba, en parte porque la historia transcurre en una época donde el CGI todavía no existía. Y la búsqueda de locaciones fue muy intensa, porque todos esos lugares que se ven en la película estaban cambiando a una velocidad increíble. El mundo cambió mucho durante estos últimos veinte años. Mientras filmábamos nos topamos con disturbios raciales y otras dificultades, pero por suerte pudimos superar todos los desafíos y seguimos filmando hasta que el dinero se acabó. De todas formas, fue muy difícil filmar en todos esos lugares tan lejanos entre sí. Tenía que estar un poco loco para poner toda mi plata en el proyecto, salir a filmar durante cuatro años y volver con la película terminada sin saber qué iba a ocurrir con ella. Hay mucha gente en la industria del cine y el audiovisual que suele decir ‘bueno, algún día haré esta película personal’, pero en general eso no sucede porque las circunstancias no se dan. El timing en mi caso fue perfecto: no tenía esposa ni hijos en ese momento, pero sí la plata que había ahorrado durante toda mi carrera”. Los sueños, sueños son, pero a veces se hacen realidad. El sueño actual de Tarsem es que su “película personal” sea redescubierta y apreciada, con sus potentes imágenes de seres más grandes que la vida y paisajes tan fantásticos como reales cobrando nueva vida en la pantalla.