A 85 años de la muerte de Freud, en nuestra ciencia han convivido la fecundidad y la repetición, la apertura a lo nuevo y el fanatismo. Sin embargo, es más preciso decir que esos signos forman parte más de la comunidad de analistas que de la teoría. Al fin y al cabo, el psicoanálisis como práctica no escapa a la psicología de las masas.
Como sea, Freud nos legó una teoría que reúne un vasto territorio de conceptos y una originalidad infrecuente. A su vez, su abarcatividad permite comprender un conjunto de fenómenos diversos: clínicos, institucionales, comunitarios y sociales.
Más allá de estos rasgos (riqueza, originalidad y abarcatividad) tenemos presente la ética epistemológica de Freud, de cuyos numerosos caracteres podemos evocar tres:
1. La osadía de la diferencia sin desmentir afinidades ni orígenes: Freud expresó el reconocimiento a sus maestros e, incluso, asumió la inevitable criptomnesia (uno recuerda algo sin saber que es un recuerdo). Su audacia consistió a emprender un camino que, a priori, tenía vedado (por razones económicas y religiosas) y construyó una perspectiva novedosa que se distanciaba del paradigma de los círculos académicos que integraba y contrariaba los mandatos culturales de su época;
2. El innegociable respeto de los hechos: pese a que Freud apreciaba sus propios desarrollos teóricos, estos no lo cegaban frente a los hechos, clínicos y sociales, que contradecían sus hipótesis. Aunque hay ocasiones muy conocidas de aquella actitud, como cuando afirmó que ya no creía en su teoría de las neurosis, habría tantos otros ejemplos para mencionar (por caso, su acuerdo con la frase de Charcot: “las teorías son buenas, pero eso no impide que las cosas sean lo que son”). Algunas ediciones de sus obras también indican las revisiones que exponía Freud, o él mismo recuperaba años después un antiguo caso para proponer nuevas conjeturas. Cabe agregar que en la exposición del sueño de la inyección a Irma, lo motivó la investigación de los sueños y, también, el trabajo sobre su propio fracaso clínico con la paciente;
3. La renuncia a la omnipotencia explicativa: si bien Freud dialogó con diversas disciplinas (neurología, psiquiatría, filosofía, literatura, antropología, sociología, economía, historia, etc.) nunca pretendió la ilusoria posibilidad de una teoría omniabarcativa. Por eso rechazó que el psicoanálisis fuera considerado una cosmovisión, pues en ciencia no hay opción de una concepción unificante. Más bien, mantuvo siempre una posición específica: abordar solo un conjunto acotado de los problemas que se presentaban y, a su vez, encararlos desde los interrogantes que el psicoanálisis podría responder. Esta perspectiva cobra especial relevancia en el estudio de fenómenos diversos de la clínica y Freud la hizo manifiesta en sus investigaciones sobre el totemismo, la psicología de las masas y el monoteísmo.
En suma, construir lo nuevo sin desmentir el pasado, no dejarse llevar por los dictados de la época, atenerse a la realidad por sobre las propias ideas, desistir de toda explicación totalizadora y afirmarse en los propios interrogantes.
La ética epistemológica en que se posiciona la tradición freudiana, entonces, es profundamente humanista, una ética que se asume desde la propia vida pulsional, entendida, como decía Freud, como una exigencia de trabajo para lo psíquico. Dicha exigencia, que habilita el desarrollo del propio pensamiento sobre la clínica, la política, la historia, la cultura, etc., debe atenerse a dos condiciones esenciales: la permanente revisión de lo propio y el rechazo a toda posición autocomplaciente.
Ser autocomplaciente, pues, es el nombre de la arrogancia, de la pura repetición de frases, de la fascinación con el propio gorgojeo, de la superficialidad, de la confusión entre hegemonía y moda, de todo lo cual resultan afirmaciones generalizantes, un fanatismo que excluye la diferencia y la imposición del mero prestigio.
Algunos debates
A la luz de lo expuesto, examinemos un debate que, saludablemente, siempre retorna, el de los atravesamientos entre subjetividad y cultura, sintetizado en la frase “lo personal es político” y al que Freud aludió cuando sostuvo que “la psicología individual es simultáneamente psicología social”.
a) La sexualidad: cual si ratificara el rol fundamental que le atribuyó Freud, la sexualidad sigue generando interesantes debates, ya sea sobre un conjunto de conceptos (identidad, género, etc.), ya sea sobre la diversidad de experiencias singulares.
Sin embargo, en tales debates parece haber cierto extravío si la polémica gira entre argumentos que jerarquizan lo biológico o lo cultural. En efecto, ambas posiciones coinciden en ubicar lo psíquico en el lugar de un desenlace, de un producto del encuentro entre eso biológico y cultural. Cuanto mucho, le asignan un papel reproductor de las condiciones sociales.
Sin embargo, no es esta la perspectiva freudiana y, de hecho, si lo fuera no sería necesario el psicoanálisis ya que alcanzaría con biólogos y antropólogos. Para Freud, lo psíquico tiene su propia carta de ciudadanía, desde luego, con sus articulaciones con lo biológico y con el mundo de los vínculos. Lo psíquico también tiene un papel determinante y posee sus propias lógicas de funcionamiento, no es una tabula rasa que, en blanco, busca sus modelos identitarios, no es, apenas, un derivado de las huellas que imprime lo social.
Allí, entonces, se encuentra la potencia de la hipótesis freudiana sobre la sexualidad, en la pulsión como concepto límite entre lo psíquico y lo somático, como empuje que surge desde el apuntalamiento y, reitero, bajo la forma de una exigencia de trabajo anímico. De hecho, es desde la pulsión que para Freud surge el universo de significaciones, donde se construye la argamasa determinante de las palabras, las frases y los relatos. Es la libido, en última instancia, el fundamento de los lazos sociales.
b) Dicen que dijo Freud: resulta notable que quienes predican que no debemos repetir a Freud reproducen sus dichos de manera acrítica. Un sencillo ejemplo lo observamos cuando se dice que “los pacientes de hoy no son los pacientes neuróticos de Freud”. Esta afirmación se basa en una comparación ficticia porque no se comparan los pacientes de una y otra época, sino las hipótesis respectivas. Dicho de otro modo, cuando se habla de los pacientes que atendía Freud, lo que se “dice” es lo que Freud decía de sus pacientes; no obstante, si releemos los casos que expuso (Ana O, Elisabeth, incluso la misma Dora, etc.) fácilmente nos damos cuenta de que hoy no diagnosticaríamos como histéricas a aquellas mujeres. Resulta mucho más fecundo, en cambio, recuperar las detalladas exposiciones de sus casos y descubrir qué hay en ellos que no hubiera sido detectado por Freud.
En esta misma línea, pero también relacionado con lo señalado sobre la sexualidad, parece algo reduccionista sostener que Freud normativizó la heterosexualidad. En primer lugar, porque la normalidad no es una categoría freudiana, a su vez, porque Freud estableció la bisexualidad constitutiva del sujeto y, por último, porque si hay algo que le debemos a Freud fue haber problematizado la heterosexualidad.
c) La psicopatología: recién indiqué que la normalidad no es una categoría freudiana. Más aun, si hay algo que ocurre actualmente es la emergencia de un esfuerzo mucho más notable en cuanto a la normalización. Sin duda, la expresión “despatologizar” tiene un propósito virtuoso, ya que combate estigmas que estancan a los sujetos y prejuicios que facilitan la discriminación.
Sin embargo, la perspectiva freudiana propone expandir la mirada psicopatológica, despojándola de toda consideración moral. Agreguemos que aquella mirada no es estática ni reduccionista (ningún sujeto se comprime en un único diagnóstico) e, incluso, da lugar al concepto de salud. En todo caso, psicopatología (en psicoanálisis) es el concepto con el que designamos al sufrimiento humano, al punto que Freud tituló Psicopatología de la vida cotidiana a uno de sus libros, prescribió el análisis de los analistas, universalizó la eficacia de la pulsión de muerte y de los complejos de Edipo y de castración, propuso el análisis de los sueños y, también, el estudio de las patologías culturales.
d) Las masas y los pueblos: por último, respecto de los atravesamientos entre subjetividad y cultura, mencionemos la psicología de las masas y de los pueblos, ambas estudiadas por Freud. Contrariamente a lo que muchos consideran, Freud no tenía una opinión negativa sobre los fenómenos de masa. Al contrario, no solo valorizó sus creaciones sino que cuestionó a los autores que tenían una visión despectiva sobre las mismas. Resulta notable que haya analistas que definen a las masas bajo las mismas características con las que, históricamente, las describió la derecha conservadora. Curiosamente, fue en el libro sobre las masas que Freud advirtió que primero se cede en las palabras y luego en las cosas.
Asimismo, es hora de retomar las indagaciones de Freud sobre la psicología de los pueblos, diferente pero estrechamente enlazada con la de las masas. En efecto, si deseamos comprender nuestra actual situación social, no podemos prescindir de la hipótesis filogenética (bastante desestimada por los psicoanalistas), así como del peso de la tradición, de las latencias históricas y los rasgos de carácter en el marco de la transmisión intergeneracional de los traumas.
Comentario final
Mientras el título parafrasea la primera parte de la frase de Goethe que Freud citó (“Lo que has heredado de tus padres adquiérelo para poseerlo”), el desarrollo del artículo intenta exponer, de manera parcial, la segunda parte de la sentencia: lo que debemos hacer si deseamos adquirir aquello que hemos heredado.
Sebastián Plut es doctor en Psicología y psicoanalista.