Ganadora de premios importantes como La Llave de Cristal o la Gold Dagger, entre otros, Noches de Reikiavic es el primer caso del inspector Erlendur, famoso personaje islandés de la serie del islandés Arnaldur Indridason. En esta novela, Erlendur todavía es un agente de tránsito que se interesa por la muerte de Hannibal, un vagabundo ahogado en las marismas al que conoció en vida. Como nadie le presta atención al caso, Erlendur decide investigarlo en su tiempo libre contra las órdenes de la policía. El trabajo por el que cobra un sueldo consiste en ser parte de la guardia nocturna que responde a llamadas de urgencia en la ciudad capital de Islandia. Las urgencias describen una tras otra las miserias de la sociedad urbana de Reikiavic, sobre todo el drama de quienes carecen de vivienda, problema agravado en Islandia por el clima extremo y la oscuridad del invierno que ponen en peligro las vidas de todos, sobre todo de los vagabundos como Hannibal. El símbolo mayor de esa realidad cruel es la cañería rota de calefacción en la que se refugia Hannibal algunas noches, un lugar terrible que también es un sitio clave para la investigación. Dormir ahí “es como dormir en un ataúd”, se afirma, y esa comparación se convierte en realidad en más de un sentido.

A pesar de que todo transcurre en una época de clima más o menos suave, la cuestión de la temperatura tiene un peso enorme, hasta tal punto que, algunas noches, la policía permite que un vagabundo duerma en una celda vacía (con la puerta abierta, por supuesto, porque no está privado de su libertad). Esos favores no significan que todos en la comisaría se interesen por la situación de los vagabundos. Al contrario, solamente Erlendur sigue el caso de la muerte de Hannibal; para los demás, es más fácil decidir que se ahogó en una borrachera y la suposición es lógica porque el alcohol es uno de los problemas sociales graves en Reikiavic. Podría decirse que la bebida es uno de los fantasmas de las noches de la ciudad que dan título al libro, un fantasma capaz de causar desastres y tragedias tanto en el pasado como en el presente.

Aquí y en toda la serie, Islandia está marcada por su ubicación extrema: es esa ubicación la que permite que se hable de las noches “claras y soleadas” del verano y que esa expresión no sea ni un oxímoron ni una afirmación surrealista. La oscuridad del invierno y el clima son la causa de la frecuencia de las desapariciones. En Islandia, la geografía se traga a tantas personas como los crímenes de distinto tipo. Erlendur está fascinado por las desapariciones, tanto que se pregunta si ese interés no es la razón por la que se convirtió en policía. Justamente, la desaparición de una mujer la misma noche de la muerte de Hannibal es clave en el caso y, para la Argentina, ese hecho tiene un sentido especial porque hay aristas que lo conectan con nuestros “desaparecidos”.

La verdad es que no es fácil vivir en Islandia. Pensándolo bien, la “colonización” humana de la isla es un “milagro”: “¡Qué raro que hayamos querido vivir en esta isla durante más de mil años!”, se dice en un momento. Indridason muestra vidas apretadas por el frío y atacadas, además, por corrupciones, crisis y desesperanzas personales, políticas, éticas y económicas. Las existencias de Erlendur y varios de quienes lo rodean, por ejemplo, Hannibal y su hermana, están enraizadas en traumas graves, que hicieron nacer en ellos la culpa típica de quienes sobreviven a un desastre.

En cuanto a la estructura, la novela es un policial enigma, un típico “¿quién lo hizo?” de esos que avanzan de clave en clave, Como otros detectives del género, Erlendur es un hombre de ética inconmovible con una comprensión clara de las motivaciones psicológicas y una compasión y sentido de justicia excepcionales. Tal vez su lema podría ser: “todos deben ser iguales ante la ley”. Todos, sí, incluso los vagabundos como Hannibal.

En las guardias nocturnas que realiza con sus dos compañeros, estallan constantemente violencias de todo tipo tanto en las calles de los barrios de clase media como en los refugios para indigentes. La crítica social es constante en toda la serie. Aquí, por ejemplo, se habla incluso de la influencia de la televisión (que, en opinión de Erlendur, a sus compañeros les resulta más interesante que los casos reales), sobre todo de las series estadounidenses como Ironside, que inspira metodologías de robo a dos criminales.

Otra marca del género “enigma” son los momentos de epifanía en los que Erlendur descifra un punto importante. En esta novela, esos momentos se relacionan con dos objetos: uno que aparece desde el principio y se define como “el objeto que no cierra” y otro que sí cierra la investigación al final. Por supuesto, la inteligencia del detective es esencial para relacionarlos con el caso pero el joven Erlendur aporta más que eso a la historia porque cree que lo que hace es una herramienta para hacer justicia, no un desafío racional como pasaba en el caso de Sherlock Holmes. Su humanidad es la constante en las largas enumeraciones de los incidentes de las noches de trabajo que lo llevan a recorrer la ciudad, desde los barrios ricos hasta la Terminal de ómnibus, en la que se reúne la “corte de los milagros” de los desposeídos. Tal vez una de las historias secundarias más conmovedoras de la Terminal es la de una vagabunda cuyo único consuelo es viajar en transporte público con boletos regalados para compensar el hecho de que no va a ninguna parte, de que “siempre estoy en el mismo lugar”. Esa “vida sin rumbo” es parecida a la del Erlendur del principio pero el caso de Hannibal va a cambiar el futuro del protagonista.

No todo es desesperación en Indridason. Hay esperanza, por ejemplo, en el festejo patriótico en el que se da cita “la nación entera”: hippies, ricos bien vestidos, granjeros, empresarios, obreros y pescadores, “todos unidos en aquel día radiante, decididos a rendir homenaje a lo que fuera que Islandia representaba para ellos”. En ese país lastimado y hermoso, Erlendur es un héroe pequeño en una batalla personal por la igualdad y la justicia.