El presidente Javier Milei comenzó su mandato con una megadevaluación del tipo de cambio, cuyo resultado fue un fogonazo inflacionario del 25,5 por ciento en diciembre del año pasado. Hay que remontarse a la última hiperinflación menemista (diciembre de 1989 a marzo de 1990) para encontrar una inflación mensual superior al umbral del 20 por ciento.

En lo que va del 2024, el fuerte ajuste fiscal y monetario (sumado al virtual anclaje del dólar) apuntaló una tendencia descendente de la inflación hasta mayo. A partir de allí, el Indice de Precios al Consumidor (IPC) se mantuvo en torno al 4 por ciento mensual. Es más, la inflación núcleo mostró una ligera suba en los últimos tres meses: 3,7 por ciento (junio), 3,8 por ciento (julio), 4,1 por ciento (agosto).

Lo cierto es que el retorno a una inflación de la “era Guzmán” generó algo de alivio a una población muy agobiada luego del complejo escenario de precios del último semestre del año pasado. El “éxito” oficial en esta materia explica porque, en varios sondeos (no en todos), se observa una mutación en el ranking de preocupaciones ciudadanas. En algunos casos, la mayor pobreza o el desempleo desplazó a la inflación como principal fuente de inquietud. El creciente temor a la pérdida de la fuente de trabajo, que reflejan las encuestas, es un dato elocuente del elevado costo social asociado a la estrategia antiinflacionaria oficial.

Más allá de eso, la percepción social sobre la evolución de la inflación no es unívoca. La “sensación térmica” ciudadana es muy distinta entre los diferentes estratos sociales. Los resultados de la Encuesta Nacional de la Consultora Casa Tres resulta bastante ilustrativa de esa disparidad subjetiva. Ante la pregunta ¿crees que la inflación está bajando?, la respuesta fue afirmativa en el 49 por ciento del universo de alto poder adquisitivo. El porcentaje cayó al 27 y 22 por ciento, en los sectores medios y bajo, respectivamente.

¿A que se debe esa diferente percepción?. Una de las causas de ese fenómeno radica en la disímil composición de las canastas de consumo familiares. A fines de la década del cincuenta, el inglés Sigbert Prais advirtió sobre el sesgo plutocrático del IPC: la canasta “promedio” de bienes y servicios suele ser más representativa de los patrones de consumo de los sectores acomodados (por su mayor participación relativa en el gasto total). Prais defendía la idea de construir índices “democráticos” asignándoles idéntico peso a todas las familias.

Los investigadores Demian Panigo, Fernando García Díaz, Sergio Rosanovich y Pilar Monteagudo explican en El impacto asimétrico de la aceleración inflacionaria en Argentina (2015-2016) que “los procesos inflacionarios afectan de manera asimétrica a los distintos sub-grupos poblacionales dependiendo críticamente de la dinámica de los precios relativos. Tradicionalmente, las familias de mayores recursos poseen un patrón de consumo intensivo en servicios (personales, esparcimiento, turismo) y bienes durables. Por el contrario, en los hogares de menores ingresos las erogaciones se concentran principalmente en alimentos, transporte, alquileres y servicios públicos (luz, gas y teléfono)”.

El director del Indec, Marco Lavagna, se metió de lleno en este debate cuando reveló una conversación doméstica. En una entrevista radial, Lavagna contó que “el otro día voy a visitar a mi madre y me dijo: ¿cuánto te dio el IPC? Y le dije 4 por ciento, y me dijo “¿4 por ciento? A mí la verdulería me aumentó más”. Y le digo: ¿vos también? ¡no!”.

Más allá de esa anécdota risueña, las estadísticas no son “verdaderas o falsas” (salvo que se falseen a sabiendas) sino “mejores o peores”. Lo que no hay que perder de vista es que las estadísticas son un grupo de técnicas desarrolladas para la recopilación, presentación y análisis de datos. Los indicadores intentan captar un aspecto de la “realidad” con la mayor rigurosidad posible.

La medición del Indec

Las estadísticas son un insumo imprescindible para la formulación y evaluación de las políticas públicas. A su vez, las veloces transformaciones sociales obligan a revisiones metodológicas para obtener una “foto” lo más cercana posible a la “realidad”. Por ejemplo, las encuestas de opinión telefónicas reemplazaron los llamados a la telefonía fija por la celular. Algo similar ocurre en el terreno del cálculo de la inflación. La canasta de consumo no permanece inalterable a lo largo del tiempo.

El Indice de Precios al Consumidor (IPC) refleja la evolución de los precios de una canasta fija de bienes y servicios representativa del consumo poblacional. El “armado” de esa canasta se realiza a partir de los insumos proporcionados por la Encuesta Nacional de Gastos de los Hogares (Engho). En particular, el IPC actual se calcula en función a la canasta de bienes y servicios relevada en la Engho realizada entre octubre de 2004 y diciembre de 2005.

Hace tiempo, el Indec prepara una actualización de la canasta de consumo en función de los resultados de la última Engho efectuada entre fines de 2017 y diciembre de 2018. Las diferencias en los ponderadores son importantes. Entre ellas, el peso de los servicios públicos (luz, agua, energía, telefonía, educación, transporte y comunicaciones) se incrementaría 8,5 puntos porcentuales en la nueva canasta. “Por lo tanto, considerando que los servicios con precios regulados viene aumentando en mayor medida que el resto de los bienes y servicios que componen la canasta del IPC, el costo de vida que enfrenta un hogar puede ser sensiblemente mayor al que esté reflejando el nivel general del IPC”, sostienen en la Consultora Vectorial dirigida por los economistas Haroldo Montagú y Eduardo Hecker.

Esta cuestión metodológica podría explicar por qué muchas familias “sienten” en sus bolsillos una inflación superior a la informada por el Indec.

“Pero hay un factor adicional que puede estar incidiendo entre la aparente contradicción entre una expectativa de inflación en aumento y el desaceleración mensual que viene registrando el INDEC en el IPC. Al ser los servicios públicos no sustituibles (a lo sumo se puede consumir menos) con relación a otros bienes de la canasta, ante el fuerte aumento de tarifas la estructura actual de ponderaciones del hogar se concentra -justamente- en estos servicios y decrece en otros rubros reforzando así la percepción de una inflación mayor”, concluye la Consultora Vectorial.

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@diegorubinzal