“Las canciones lo saben todo siempre antes que nosotros”. Casi un verso, casi el título ideal para esta nota, casi la última de las muchas líneas que el lector dejará subrayadas al terminar la lectura de Quiero verte otra vez, el nuevo libro de Martín Pérez.
En él se reúnen 41 escritos que, en un principio, parecieran formar parte de aquello que el manual del periodismo desde hace años intenta definir sin suerte y a fuerza de eufemismos: notas de prensa, columnas de fondo, artículos de opinión, comentario de autor, y un largo etcétera. Si bien los escritos de Pérez fueron creados originalmente (y publicados) para (y en) diversos medios gráficos, y si bien en ellos se advierten las marcas de las exigencias del género (extensión, justificación a partir de la noticia, referencias), ubicarlos únicamente en algunas de esas vagas categorías mencionadas, sería algo así como dejar de oír por omisión los sonidos melódicos y armónicos de toda una obra.
Sabemos muy bien entonces que ahí donde termina la comunicación periodística (musicalmente: el registro melódico), lo que sigue es la literatura (el registro armónico), ese lugar donde lo que verdaderamente importa no es sólo el hecho comunicativo en sí, sino (y, además) la construcción de una voz reconocible, de una trama de detalles sonoros (amplitudes y resonancias del lenguaje) que trascienda lo meramente argumental, es decir: una música propia. Por lo tanto, sería injusto afirmar que Quiero verte otra vez es sólo un libro que reúne los momentos Pérez en el periodismo (en un arco temporal que va desde el inicio de la pandemia hasta hoy), siendo lo más justo decir que es un libro donde Pérez (a diferencia, incluso, de sus otros libros recopilatorios) propone desde el espacio comunicacional “un sonido” diferente, levanta una voz compacta, trabajada por los años, serena, que sabe armonizar las canciones. Es decir, la música de alguien que escribe sobre la cultura popular hace más de 35 años, que la analiza y la somete a reflexión desde los diversos lugares que le tocó ocupar en gran campo del periodismo: como cronista, redactor freelance, comentarista radial, escriba de redes, reseñista de shows en vivo, editor o entrevistador.
“No arranqué a escribir estas columnas pensando en un libro, pero como coinciden temporalmente, creo que eso las ata. También que al escribirlas yo estaba más o menos persiguiendo lo mismo, respondiendo preguntas, satisfaciendo curiosidades, aprendiendo a tirar de los hilos de cada tema, buscando cosas para contar y compartir. Quiero creer que lo que las une finalmente es que encontré una voz”. La sospecha Pérez es una confirmación: Quiero verte otra vez, es un libro de autor.
Las “canciones” que suenan en este trabajo hablan de músicos, escritores, dibujantes, guionistas, fotógrafos y pintores, hombres y mujeres atados a instantes de sus vidas que Pérez convierte en escenarios ideales para reflexionar sobre el misterioso arte de la creación. De eso se trata, también, este libro: cómo, cuándo y por qué las ideas se vuelven música.
Apuntemos: Paul McCartney y sus largas caminatas por Londres (Frase a subrayar: “Estar atrapado no es cantar siempre los mismos temas sino dejar de hacerlo”); Neil Young y la destinataria de su inolvidable “Unknown legend” (“Hay algo en esos versos y esa melodía que destilan lo más accesible a la esencia de Young”); Carlos Trillo y la última vez que vio una película de Truffaut (“Desde que escuché la noticia de su inesperada muerte, quiero volver a soñar”); las dudas de una banda de cumbia al grabar un clásico del rock (“Esa sensación, ese vértigo traficante, es posible volverlo a sentir cuando el ruludo Rubén Deicas canta inmutable al frente de Los Palmeras eso de ´Voy a bailar el rock del rico Luna Park´”); las sensaciones durante una charla nocturna e íntima con Quino (“Alcancé a ver a un hombre que se había refugiado toda su vida detrás de un tablero de dibujo, que se había entregado a su arte, a su lugar en la batalla”); la postal soleada y tremendamente humana de un crítico y director de cine en el mar (“Lo vi dejar la toalla, los lentes en la arena, correr hacia la orilla, y en seguida no lo vi más. Es verdad: Curubeto nadaba”); o una meditación sobre el tiempo presente y el tiempo que se va a partir de versos de Prince (“A mis clásicos no les puedo esconder nada, me acompañan desde hace tanto tiempo que me conocen más que mis mejores amigos”).
Esta galería sobre la creación está construida a partir de recuerdos (de vida y de lecturas), de amargas despedidas (pero nunca la muerte como lamento) y, sobre todo, de la curiosidad de quien ajusta su lente para observar un mundo. Un combo que, sumado a una decisión narrativa de hacer foco sobre el segundo plano de los acontecimientos, produce verdaderas piezas literarias. Por ejemplo, cuando parece que se hablará de Jules et Jim nos enteramos de la vida del fotógrafo que retrató al trío en un poster inolvidable; cuando parece que se hablará de la cantante africana Angelique Kidjo se termina aprendiendo más sobre David Byrne; cuando todo indica que se hablará del disco de Dylan Bringing It All Back Home el lector descubre quién es la morocha que mira desde la portada; o cuando se espera una anécdota de Enrique Symns sobre Hunter S. Thompson, se comprende el porqué de Tom Wolf como cronista.
Y si esto fuera poco para un libro de apenas 120 paginas, hay un acierto de Pérez al intercalar, acaso como entreactos, historias de un deliberado tono personal, canciones íntimas, que de alguna manera acompañan el proceso de escritura de los textos de este libro. Esos entreactos de pura narrativa son “Recuerdo de una gata” donde se despliega una breve e intensa historia familiar; “El mismo camino”, reflexión sobre la ciudad de Buenos Aires vista desde una bicicleta y, acaso, la mejor canción del libro titulada “Las piedras y la historia” donde Pérez rememora un viaje de mochilero al sur y la conversación con un hombre que vio y permitió ver una parte de la historia argentina.
Y para responder a la pregunta que surge de aquella frase acerca de lo que saben las canciones antes que nosotros, nada mejor que subrayar una línea del hermoso retrato “Desarma y sangra” con Fito Páez y Liliana Herrero abrazados. Escribe Pérez: “Lo que cantamos son canciones desnudas que nos desnudan, retratos de un pasado que está siempre con nosotros, abismos en los que mirarse y descubrir cosas nuevas”.