Martín García - 6 puntos

(Argentina, 2024)

Dirección: Aníbal “Corcho” Garisto.

Guion: Aníbal “Corcho” Garisto y Vanina Sierra.

Duración: 82 minutos.

Intérpretes: Ignacio Quesada, Thelma Fardin, Mora Recalde, Rafael Ferro, Martín Lavini.

Estreno exclusivamente en Cine Gaumont y Espacios INCAA. A partir del 5/10, todos los sábados de octubre a las 22 horas en Malba Cine.

El título señala la geografía. La imagen que abre Martín García, un plano que la voz en off que la acompaña carga de subjetividad, despide la tierra firme mientras el catamarán parte desde el Puerto de Frutos. El destino es esa pequeña isla argentina ubicada en territorio uruguayo. Un “enclave”, como lo describe una guía turística, emplazado en medio del Río de la Plata y la única frontera terrestre entre ambos países. 

Pero al realizador Aníbal “Corcho” Garisto no le interesan demasiado los datos duros, a pesar de provenir del cine documental (sus films previos incluyen El Polonio y Kombit). En su primer largometraje de ficción la flora y la fauna, los esteros y humedales, los edificios históricos y los próceres son una excusa para construir un relato sobre las relaciones humanas. Quienes parten hacia Martín García son una madre y un hijo (Mora Recalde e Ignacio Quesada, el protagonista de Cambio, cambio), la primera envalentonada con una nueva relación sentimental con un habitante del lugar (Rafael Ferro), el segundo un poco arrastrado por las circunstancias.

Allí desembarcan Claudia y Germán, el habitante número 110 de la Isla Martín García, a quien de inmediato comienzan a llamar “El mudito”, por su talante un tanto introspectivo. Germán dibuja y quiere hacer un mural en un edificio abandonado, misión difícil en una isla protegida por leyes de conservación estrictas, y la rutina alejada de la gran ciudad parece amenazar con tedios e incluso depresiones. Hasta que la visión de la joven guardaparques del lugar (Thelma Fardin), algunos años mayor que él pero no tanto, le llama poderosamente la atención, como suele ocurrir a esa edad en la cual la adolescencia apenas si ha comenzado a transformarse en recuerdo. En ese trance, con la cercanía amistosa de un anciano que cuida primorosamente su jardín y un empleado del restaurante aficionado al porro, Germán inicia una vida nueva, entre paseos en kayak, noches en el único bar del lugar y sombras chinescas al atardecer.

Si hay una palabra que define el tono de Martín García es “amabilidad”: más allá de los roces e incluso disputas que no tardan en surgir, la película apuesta por un humanismo tierno a la hora de describir la interacción entre los personajes. En ciertos momentos las tonalidades naif copan la parada en exceso, pero se trata de una decisión consciente que parece diseñada para proteger a las criaturas de cualquier atisbo de cinismo.

Garisto aprovecha además muy bien las locaciones, transformando a la isla en un ambiente que interactúa con los personajes, en lugar de ser un simple telón de fondo pintoresco. Y si bien al guion parecen faltarle algunos golpes de timón dramáticos –la falta de información y/o tensión no siempre implica minimalismo, a veces es simple carencia–, la trama ofrece a cambio, como en todo relato de crecimiento que se precie de serlo, una composición certera de un estado emocional que sólo puede describirse como en tránsito.