Las tres hijas - 8 puntos
(His Three Daughters; Estados Unidos, 2023)
Dirección y guion: Azazel Jacobs.
Duración: 101 minutos.
Intérpretes: Carrie Coon, Natasha Lyonne, Elizabeth Olsen, Rudy Galvan, José Febus.
Disponible en Netflix.
Suele hablarse y escribirse acerca del “teatro filmado”, casi sin excepciones con un sentido despectivo. Es lógico: el cine es el cine y el teatro es el teatro. Las tres hijas bien podría haber sido una pieza teatral: sus tres personajes centrales, unidos a la concentración temporal y única locación –con la excepción de algunas escapadas al exterior– son ideales para una posible versión sobre las tablas.
Pero Azazel Jones es un cineasta y el guion de su autoría fue gestado para interpretarse delante de una cámara. El hijo del también realizador Ken Jacobs, uno de los grandes nombres del cine experimental made in USA, viene alternando proyectos televisivos con largometrajes de ambiciones diversas, y su última película entrelaza las sensibilidades del terreno indie con la dramaturgia de cepa realista. Para ello convocó a tres actrices de fuste, aunque de raíces y temperamentos muy diferentes: Carrie Coon, cuya carrera teatral es aún más prestigiosa que la cinematográfica; la comediante Natasha Lyonne, el tornado pelirrojo de las series Poker Face y Muñeca rusa; y la exestrella infantil Elizabeth Olsen.
Esa disparidad de “temperaturas” actorales logra calzarle al film como anillo al dedo, ya que las protagonistas de la historia son tres hermanas (hermanastra en uno de los casos) que no podrían ser más diferentes entre sí. La contingencia que las reúne luego de un tiempo distanciadas no podría ser más tensa: es inminente la muerte del padre, postrado en una cama y a merced de una enfermedad terminal. Las tres hijas comienza con un plano medio, estático y frontal de Katie (Coon), la hermana seria y responsable, discriminando obligaciones y preferencias ante el cuidado del enfermo, marcando terreno ante las discrepancias con sus pares. Christina (Olsen), la más joven, separada por primera vez de su esposo y su pequeña hija, es la más comprensiva y de talante amable y “constructivo”, y por ello escucha el monólogo con atención, aunque un tanto absorta en sus propios pensamientos. Cuando sale de su cuarto, Rachel (Lyonne) es reprendida por Katie por su constante olor a marihuana, refugio químico de la única hermana que no ha cedido a las convenciones del matrimonio y la maternidad, y que prefiere pasar el tiempo fumando porros y perdiendo plata en pequeñas apuestas deportivas.
Resulta claro desde el minuto uno que ese departamento neoyorquino habitado solamente por el padre y las tres mujeres, con la presencia intermitente de enfermeros y un especialista en cuidados paliativos, se transformará más temprano que tarde en un polvorín de conflictos, recriminaciones y algún que otro llanto. Lejos de la severidad, aunque sin abandonar nunca el drama doloroso que envuelve a las protagonistas, Las tres hermanas ofrece un estudio de personajes y su inevitable interacción con un tono por momentos ligero, a pesar de los constantes choques entre unas y otras. Sobre todo entre Rachel y Katie, cuyos puntos de vista sobre la vida en general y el vínculo con el padre en particular parecen tan opuestos que no existe posibilidad alguna de reconciliación.
En otras manos, este mismo punto de partida –tres mujeres que bordean el arquetipo al borde constante de un ataque de nervios– podría haberse convertido en un típico relato psico-costumbrista pletórico de gritos y miradas afiladas. Pero Jacobs hijo logra sortear cada una de las trampas que podrían habérsele presentado y logra componer un film que es tan directo como tierno, a pesar del sendero lleno de espinas. Para ello es indispensable la performance del trío protagónico, casi siempre en estado de gracia actoral, y una cámara puesta al servicio de las escenas que, sin embargo, no se hace del todo invisible (esto no es, como se dijo, teatro filmado). Y cuando el destino está a punto de materializarse el guion se permite un breve juego fantasioso que puede generar algún desconcierto, pero demuestra ser la prueba más evidente del cariño por los personajes.