A los 24 años, el noruego Henrik Ibsen fue contratado como director y dramaturgo por un teatro de Bergen, la segunda ciudad más populosa de su país. Su compromiso con aquella sala recientemente inaugurada consistía en realizar el montaje de una obra de su autoría por año. Así, en 1855, dio a conocer su tercera obra de carácter histórico que tiene como figura central a una terrateniente, una dama que desde su castillo mueve los hilos de cuestiones políticas y familiares según su conveniencia. Se llamó Dama Inger de Ostraat y es la primera de las obras de Ibsen que es protagonizada por un personaje femenino.

Manada de lobos se llama la versión libre de esta misma obra que puede verse de miércoles a domingos a las 20 en el Teatro Alvear (Corrientes 1659), bajo la dirección de Helena Tritek, autora de la versión, junto a la escritora Liliana Escliar. La dirección está a cargo de la misma Tritek y el elenco está integrado por Monina Bonelli, Agustín Rittano, Josefina Bocchino, Juan Luppi, Nicolás Dominici, Martín Henderson, Milagros Almeida, Junior Pisanú, Ariel Pérez de María y Rolo Sosiuk.

Ibsen fijó la acción de la obra en 1528, cuando Noruega estaba invadida desde hace tiempo por daneses y suecos. No obstante esto, en diálogo con Página/12, Tritek asegura que el autor incluyó en la obra temas de su tiempo que lo preocupaban, “porque Noruega en el siglo XIX estaba todavía muy desunida, también en lo lingüístico”, afirma. En medio de alianzas y conspiraciones de corte shakesperiano, la protagonista de la obra guarda un secreto que ni siquiera sus hijos conocen.

“Siento una doble felicidad por estrenar esta obra tan poco conocida de Ibsen y por hacerlo en un teatro accesible para el público”, dice Helena Tritek. Destaca la directora que el vestuario de época fue facilitado por el Teatro Colón a instancias de Eugenio Zanetti, quien tuvo a su cargo la dirección artística del espectáculo. La música original es de Gustavo García Mendy; la iluminación, de Eli Sirlin.

-Inger termina malogrando la vida de sus hijos guiada por su propia conveniencia. Su accionar recuerda a la Madre Coraje, de Bertolt Brecht.

-Sí, se pueden encontrar semejanzas con el personaje de Brecht, aunque Inger tiene un refinamiento que no tiene Madre Coraje, que es más pirata. Inger está muy comprometida por el amor a su pueblo. Pero se equivoca, se arrepiente, y la obra puede verse como una enseñanza de vida.

-¿En qué se equivoca?

-En creer en la revolución y que luego no suceda. Como nos pasó en los '60. Hoy ya no se habla de eso. Lo que nos está invadiendo es el poder de la tecnología, que es el nuevo enemigo. Se nos mete en la vida privada y da la sensación de que nos están espiando todo el tiempo. Pero hablemos de teatro…

-¿Qué es lo que tuvo en cuenta la versión?

-De cinco actos quedaron tres y, aunque fueron suprimidas escenas, quedó la nervadura central de la obra, que muestra cómo la hija repite la historia de su madre y cómo el deseo es algo que no llega cuando la vida va hacia otros lugares.

-Este año estrenaste en una sala independiente La vaca atada, un texto de tu autoría, y ahora estás en el circuito oficial con una obra de Ibsen. Siempre fuiste una directora muy ecléctica…

-Sí, hace años hasta tuve el coraje de dirigir a Las Gambas al Ajillo. Hice tantas creaciones, tantos estrenos… Comencé a dirigir a los 40 y ahora tengo 80… Con La vaca atada hablo de la Argentina de los años '20, de los que vivían meses en Europa mientras sus esclavos trabajaban en sus campos. Investigué mucho para escribir esa obra. Lo hice porque me gusta hablar de nosotros.

-¿Vas al teatro?

-Sí, voy mucho y veo que ya no se hacen los clásicos, hay más comedias. Me gusta que sigan vigentes las palabras de los grandes maestros, como Ibsen, Chejov y Shakespeare. De todas formas, asombra que los sábados en Buenos Aires haya 400 espectáculos.