A esta altura, llama un poco la atención que Victoria Baldomir y Sabrina Zelaschi no le hayan puesto nombre al dúo que, de forma medio involuntaria, crearon y sostienen desde hace diez años. Y no es que no hayan pensado en el tema alguna vez, pero por el momento no se les ocurrió ninguno que les gustara más que seguir siendo Victoria y Sabrina, Sabri y Vicky, Zelaschi y Baldomir. Hasta que aparezca el correcto, siguen esquivando la premisa, casi siempre acertada, de que lo que no se nombra no existe. Ellas, vaya si existen: arriba y debajo del escenario, alimentan casi a diario al monstruo de dos cabezas que conforman desde que se conocieron cursando algunas materias troncales de la Licenciatura en Actuación en la Una.
“Somos como un matrimonio”, dicen a dúo. Difícil encontrar argumentos para desmentirlas: desde que crearon una escuela de actuación para chicos y adolescentes pasan muchísimo tiempo juntas cada semana, sostienen un proyecto que se volvió más grande que la suma de las partes y comparten economía. Y, por si les faltara algo para constituir una pareja, Sabrina y Victoria también comparten cama cada tanto, aunque más no sea en la ficción. Tanto en Conurbano, cotidiano como en Imagen velada, las dos obras que hasta fines de octubre las tienen compartiendo elenco, el director Santiago Gobernori las imagina como amigas que de vez en cuando, cuando bajan la guardia, indagan en su relación por otros medios.
Cada viernes en el Galpón de Guevara las chicas le ponen el cuerpo a la cuarta temporada de Conurbano, cotidiano, una obra sencilla que indaga en las vidas aún más sencillas de sus tres protagonistas: dos amigas que viven en Luján, y un periodista recién llegado a la ciudad, hastiado de su vida en la Capital. Sin que eso implique bajarle el precio, Conurbano, cotidiano podría definirse como un espectáculo infantil para adultos: mediante recursos robados a otros géneros casi siempre despreciados por el teatro más “serio” –por ejemplo, títeres y canciones– el terceto va narrando su día a día a través de escenas creadas con lo que tiene a mano, y actualiza la pregunta por el centro y la periferia. ¿Es posible construir una vida interesante sin plata y lejos del lugar en el que “pasan las cosas”? Con sus pequeños éxitos y sus humildes fracasos, cada uno va ensayando algunas respuestas grupales y para sí.
Los sábados, el dúo vuelve a la misma sala para hacer, en el inusual horario de las cuatro de la tarde, Imagen velada, del mismo autor y director. La extrañeza de la convocatoria tiene explicación: el elenco está conformado por once actores de vastísima trayectoria en el off que difícilmente podrían coincidir en alguna hora pico del teatro. Para quienes hayan visto los sketches solemnes que durante años se hicieron en Bravard –el espacio que Gobernori lleva adelante junto a su histórico coequiper Matías Feldman– esta obra será una referencia directa, una evocación de aquellos modos y esencia. No solamente por las escenas cargadas de humor y amor por la pavada (¿qué es el teatro, sino un lugar en el que podemos darnos permiso para reírnos de los chistes más ramplones de nuestros amigos y que, aún así, nos causan gracia?). También por el hecho de ver a tantos intérpretes juntos y unidos por un mismo proyecto que reditúa únicamente con placer, risas (muchas) del público y aplausos entusiastas. Para Victoria, esta obra tiene algo de espíritu futbolístico, y no solo por el número de integrantes en escena, idéntico al de un equipo: “Somos un montón, venimos de lugares distintos, muchos jamás habíamos trabajado juntos. Y algo de encontrar el lugar común, y tirar todos para el mismo lado y salir a ganarse al público se instaló solo”.
En Imagen velada, Gobernori reúne a sus personajes en una casa de country, con la excusa de celebrar la despedida de dos de ellos que se están por ir a vivir a otro país. Como una parodia pop de las clásicas novelas de la tarde, la obra recurre a casi todos los elementos que hacen a un buen culebrón: hay parejas y exparejas, engaños y desengaños, deseos prohibidos, amores que sortean toda diferencia de clase, hijos no reconocidos. Y también está el alma de un indígena errante que alguna vez habitó las tierras en las que ahora existe un barrio cerrado, y que asiste como testigo casual a las patéticas experiencias del grupo de cuarentones de clase alta durante su fin de semana de diversión.
Sabrina y Victoria se ríen cuando cuentan que llegaron a esta obra por la puerta del costado. En un principio, Gobernori se había imaginado a dos actrices apenas más grandes para Ana y Clara, las dos amigas que interpretan: su idea era contar la crisis de los 40 valiéndose de un grupo de actores de 40. Pero finalmente volvió a acudir al dúo que ya había dirigido dos veces. No es la primera vez que Gobernori trabaja con ellas sin tenerlo planeado. En honor a la verdad, fue así cada vez que algún proyecto los reunió.
Cuando llegaron a él con la propuesta de hacer una obra a partir de una escena que venían ensayando en Bravard, su primera reacción fue una negativa: “¿Hacer una obra de una escena? ¿Les parece?”. Insistieron. Y así nació La verdad efímera, una pieza que vuelven a montar cada vez que tienen oportunidad (próximamente, en el marco del Festival de Teatro en la Cárcel que por estos días organizan Valeria Casielles y Laura Sbdar en Ezeiza). Con aquel primer trabajo compartido ganaron el premio S, que destaca a artistas escénicos jóvenes y les otorga dinero para hacer una próxima obra. Sabrina y Victoria volvieron a Santiago, que una vez más dijo que no y después se embarcó, aunque puso condiciones: si querían llegar a resultados distintos, tenían que buscar procedimientos distintos. Sumaron un tercer actor (Nicolás Giménez), se propusieron hacer canciones, proyectaron alguna escena con títeres. Lo demás es historia y ya se contó.
Cuando piensan en los proyectos venideros (tienen varios), casi siempre están juntas. “Para mí, ella es un poco como una red: si algo me da vértigo o siento que me voy a caer, sé que está ella, y que puedo saltar”, dice una. Cómplice, la otra mira y sonríe.
Conurbano, cotidiano se puede ver los viernes de octubre, a las 22.30. Imagen velada, los sábados a las 16. Ambas obras en El Galpón de Guevara, Guevara 326.