El día que falleció Juan Forn, Esteban Rial sintió una desazón particular. Y es que al dolor que ya sufría por la pérdida de su amigo y mentor, que a fines de los ‘90 lo había introducido en el ambiente periodístico y literario, se agregó la pena de saber que ya no podría alegrarse viendo editadas (¡al fin!) esas canciones y discos que tanto le insistía que publicara. "Juan siempre me alentaba. Me decía que escribiera más artículos, hiciera más canciones, grabara más discos, que él iba a estar ahí para apoyarme. Y yo le hacía caso. Pero después, por ahí, las dejaba en un cajón. O las grababa pero no las editaba. Su muerte entonces fue como un golpe de atención, un escarmiento. Si no es ahora, ¿cuándo?". Eso, ¿cuándo? Gran parte de la vida artística de Esteban Rial se podría resumir en esa pregunta que, al igual que otros inteligentes y talentosos antes que él, se demoró más de la cuenta en contestar.
En los ‘90, con Perdedores Pop, el grupo que lideraba junto a su hermano Santiago, supieron captar como ningún otro por estos lados cierta apatía creativa de la época. Ese desgano que contagiaba vitalidad porque la pregunta que los animaba era (sigue siendo) cierta: ¿qué sentido tiene triunfar? Los Perdedores Pop, por supuesto, no triunfaron. Pero desde que se separaron –no sin algo de pena y, también, una pizca de gloria– nunca dejaron de ser citados por todo indie que se precie de tal. Y por cualquiera que, como ellos, quisiera lograr esas canciones que parecían normales (lo eran) pero que en realidad eran geniales (lo eran aún más).
Desde entonces, Esteban siguió grabando y tocando bajo distintos nombres (El Joven Low-Fi, Esteban R. Esteban, Esteban & Las Palabras); escribió un libro (aún inédito), fue y volvió de España, rearmó y desarmó Perdedores Pop junto a Santi (Museo celeste, un estimulante EP, fue el efímero testimonio); ahondó con intermitencias en el periodismo de rock (artículos y columnas de barroca y suave ironía en Página 30, La Mano, Rolling Stone, La Viola y más); participó de un documental sobre el filósofo jesuita Ismáel Quiles (sin estrenar); cubrió por Instagram una edición del Cosquín Rock e incluso el inesperado triunfo de Trump. Y básicamente se mantuvo activo a su manera. Es decir, nunca concretando demasiado nada, siempre evidenciando el don y la gracia en todo. Y suponiendo, para satisfacción de tantos allegados y amigos (como Forn) que no querían seguir viendo tanto talento desaprovechado, que en algún momento los planetas se irían a alinear.
El destino, como se sabe, tuvo otros planes. "Sentí cierto pesar por mi negligencia. Ser tan 'yo hago lo que se me canta' cuando, si uno tiene algo que le parece que está bien y es compartible con los demás, medio que tiene la obligación de concretarlo. Un deber moral". Su cumpleaños número 50, recuerda Esteban, también funcionó como un click. "Me dije: 'bueno, tal vez ya es hora hora de armar una banda donde recopile mi repertorio y le dé una forma definida’". Volvió entonces a vivir en Adrogué, su terruño de infancia y juventud, se puso revolver en su archivo de canciones, un revoltijo papeles y cuadernos con infinidad de temas ya terminados en letra y música ("Después de tantos años estoy sobre stockeado de canciones", se jacta). Y efectivamente armó una banda, La Ley de Alquileres, que no sólo resultó satisfactoria y afín a sus intereses estéticos sino que lo ayudó a concretar su primer disco en mucho tiempo, el excelente por donde se lo mire Justicia poética.
"Además de ser una banda de amigos musicales y parientes bonaerenses tan suburbana y entusiasta como cualquier otra, una de esas que se juntan una vez por semana a ensayar en plan terapia grupal o partido de fútbol mixto, La Ley de Alquileres es una compacta y expresiva selección intergeneracional de ricas personalidades", pondera Esteban, que no tiene una respuesta precisa del por qué de semejante nombre, aunque sin duda tuviese que ver con ese estilo suyo de darle una vuelta lúdica a los temas más repetidos de la coyuntura informativa. "Además, cuando lo nombran en los diarios siente que es una instalación de marca gratuita", acota sonriente. "Hacemos canciones de desamor y de vínculos. Y si bien, en este momento, hay todavía algunos matrimonios estables y propietarios, en general no pasa eso. Y los contratos son como un trasfondo de las relaciones y, a la vez, un buen trasfondo para canciones románticas", señala el mayor de los hermanos Rial, que para Justicia poética reunió muchas de sus mejores canciones de relaciones y las plasmó con gracia y sencillez, lo que sin duda mejor le calza.
"Musicalmente, la receta es simple y directa: sobre una base rítmica tan curtida y como ajustada, entre la sutileza y el desparpajo, se despliegan un desgarrado y cautivante saxo tenor con delay, por un lado; una desbordante y generosa guitarra eléctrica punta de flecha, por el otro; y, entrelazándose ambos solistas, un bajo que siempre pide pista, y los arreglos y desarreglos del caso", sintetizó en un fanzine repartido en shows que describe bien ese power pop sereno y maduro que logró en el disco. Y en el cual destacan "Tan actual", con su puesta en escena de las rutina de una pareja entrada en años ("Reunión de chicas mínimo una vez a la semana y él con sus amigos de la infancia y cada domingo parientes"); "El amor de recreo" y los neuróticos vericuetos de hacer feliz al ser amado ("Me preocupa más tu felicidad que la mía, que depende de la tuya, que es directamente proporcional") y "Sin remito", donde queda claro, una vez más, que cuando uno se entrega al otro nunca hay red que valga ("Ahora tengo que olvidarme y masticar, retomar viejas rutinas, coordinar con mis amigos y exiliarme de tu táctica lunar").
El abordaje en todos los casos es cierto distanciamiento irónico a la vez que sensible. Un humor agrio pero sin amargar. Una mirada del mundo que consuela a la vez que hace sonreír. "Me han dicho que es un buen disco para limpiar la casa. Un animal doméstico", se congratula quien no habrá pagado todas sus deudas con este Justicia poética (todavía quedan muchas canciones en el cajón) pero sí, al menos, trazó un camino perdurable. "Hasta acá había llegado sin parar la pelota. La paré entonces, mostré cómo fue hasta hoy, y me dije: esto sigue", cuenta Esteban en una declaración que es música para los oídos de todos los que lo quieren. Y seguramente, desde el cielo, para su amigo Juan también.
La Ley de Alquileres toca el viernes 11 de octubre en Lalalá, Álvarez Thomas 1541. A las 21.