Hace muchísimo, mucho antes de conocerlo, escuché que alguien decía: “el Turco es el único argentino que aparece nombrado en el diario del Che” y de ahí en adelante fue para mí un personaje de novela. Una vez, charlando, me contó que habían viajado con Lila, su compañera de toda la vida, a Bolivia para encontrarse con el Che. “Tania viajó a La Paz para encontrarse con la gente de Jozami”, escribió el Che.

Se encontraron con Tania y viajaron hacia Ñancahuazú, hasta que en un pueblo cercano al campamento guerrillero se dieron cuenta de que el ejército había rodeado la zona. Esperaron 15 días en ese pueblito hasta que decidieron separarse. Tania se reincorporó a las filas del Che, y el Turco y Lila regresaron a la Argentina.

Yo tenía 16 años cuando fue el golpe de Juan Carlos Onganía, en 1966, y el Sindicato de prensa, que dirigía el Turco, fue el primero en ser intervenido por aquella dictadura.

Diez años después, que ahora parecen un siglo, desde el exilio hacíamos campaña por su libertad durante la dictadura del 76. Yo estaba en el comité ejecutivo de la FELAP y en cada congreso, reunión o intercambio, pedíamos por la libertad de los periodistas presos y desaparecidos. Y el Turco era como un símbolo.

Le decían Turco como le dicen gallego a todos los españoles. Porque era hijo de un militar libanés cristiano. O sea: de turco, poco y nada. Pero fue el apelativo que signó su vida. En su caso, imposible decir Jozami sin meterle el Turco adelante.

Salió en libertad en el ’82 y la acompañamos a Lila, que había sobrevivido a la ESMA, hasta el aeropuerto de México a esperarlo. Era un reencuentro de dimensiones míticas entre una sobreviviente de la ESMA y un sobreviviente del Pabellón de la Muerte, en la U-9, de donde los milicos sacaban prisioneros para fusilarlos aplicándoles la ley de fuga como le hicieron a Dardo Cabo.

Lo recuerdo bien. Bajó del avión con un impermeable detectivesco que quería darle un aire misterioso y una sonrisa Kolynos que se le escapaba de la boca porque se había hecho la dentadura al salir en libertad. Fue un abrazo normal en apariencia, entre una pareja que se quiere. Pero creo que la energía de tanta historia se expandía hacia todos lados como una explosión silenciosa con ellos en el centro. Nunca más vi a dos seres humanos con tantas cosas para decirse.

Allí lo conocí en persona, después de tantos años de nombrarlo. Y era un tipo más bueno que el pan. No hay compañeros de militancia o de la cárcel o del exilio que hablen mal del Turco. Lo cual tampoco es normal. Había aprovechado la cárcel para estudiar Economía y les daba clases sobre ese tema a los otros presos. Todos dicen que era de compartir y de intermediar cuando las discusiones políticas subían de tono entre los presos. Y que no era sectario.

Salió de la cárcel con una visión crítica de la historia anterior y asumió el juego democrático con la misma honestidad con la que había asumido la lucha de los años duros.

Dos o tres veces hemos salido de vacaciones juntos en familia. Una vez habíamos alquilado una casa en común y vi que entraba al baño para darse una ducha. La puerta quedó entreabierta y vi que se estaba duchando vestido. Pensé que tantos años de cárcel habrían tenido alguna consecuencia psicológica. Que había quedado mal. Le pregunté a Lila, ella se rió y me dijo que le preguntara a él, y él se mató de la risa. Era una costumbre que le había quedado de la cárcel, un año en la dictadura de Onganía y ocho en la de Videla. Nueve años preso en total con. La correspondiente tortura previa. Como les daban muy poco tiempo, los presos se metían vestidos a la ducha porque así lavaban también la ropa.

Era un gran lector y escribió la mejor biografía de Rodolfo Walsh, a quien había conocido, entre otros motivos, porque Lila integraba el equipo de ANCLA, la agencia clandestina que dirigió Walsh. Reflexivo, en general, sus respuestas eran meditadas y nunca con exabruptos y era difícil unir esas características con las que uno se imaginaba del “único argentino que figura en el diario del Che”. No era de hablar de esa historia aunque podía responder si le preguntaba. Pero le apasionaba la política y de eso podíamos hablar largo y tendido, como se dice.

Uno tiene amigos que, aunque a veces pase mucho tiempo sin verlos, siempre está su referencia. Eduardo funcionaba así en la amistad, en las razones, en la política. Esa función sé que no se pierde, que quedará pase lo que pase, aunque a partir de ahora también se lo extrañará.