Desde Lincoln
A pesar de que no supera los 50 mil habitantes y en la zona coexisten ciudades más grandes –como Junín o Pergamino–, en el Partido de Lincoln se entreveran muchas de las aristas que tensan la construcción de identidad social y cultural del país: por un lado, la creación del pueblo como una necesidad del Estado nacional del siglo XIX de ganarle espacio a las comunidades indígenas sentando presencia en el fértil norte bonaerense (la plaza central, la municipalidad, la Iglesia), y, por el otro, la instalación de su legendario carnaval (un clásico que el verano próximo cumplirá 125 años) como un curioso trasplante de las fiestas populares de otros lares en la pampa de los hacendados.
De esa cruza de tradiciones contrapuestas se fue tejiendo al calor de la expansión ferroviaria un extenso conglomerado de muchos pueblos (el segundo más grande de la provincia de Buenos Aires), pero sin tantos pobladores: Lincoln –la cabecera– tiene algo más de 28 mil, aunque sólo cinco de las diez localidades (a las que se le suman tres parajes) superan la barrera del millar de habitantes.
Por todas estas particulares características no debe sorprender entonces que sea en Lincoln donde se realice una de las experiencias artísticas más complejas, revulsivas y cautivantes de todo el país: la residencia internacional de arte contemporáneo Comunitária, destinada a artistas visuales de todo el mundo que desarrollan prácticas relacionadas con comunidades y experiencias sociales y políticas. Tras una preselección de postulantes a cargo de distintos organismos culturales del Municipio local, cada uno de los artistas elegidos se instaló durante una semana en la misma cantidad de pueblos linqueños para interactuar con la comunidad, estimular su participación y, como producto de todo ello, dejar para siempre un hecho artístico trabajado colectivamente.
Todo comenzó en 2016, cuando el historiador de arte, museólogo y odontólogo linqueño Rodolfo Sala viajó junto a la artista Laura Khalloub a un encuentro sobre nuevas artes y pedagogías en Córdoba. Allí conocieron al crítico e investigador de arte contemporáneo Jorge Sepúlveda, de Chile, y a su colega cordobesa Guillermina Bustos, quienes venían trabajando en residencias artísticas colectivas. El círculo se cerró con la investigadora y editora Paola Fábres, de Brasil: así nació la primera edición de Comunitaria en Lincoln, realizada el año pasado.
Después de la gran experiencia en 2016, el evento volvió a repetirse este mes, cuando nuevamente once artistas de distintos países (cuatro argentinos, la misma cantidad de brasileros, un mexicano, una chilena y hasta un austríaco) fueron escogidos para trabajar en distintos pueblos de Lincoln. “El arte contemporáneo es una herramienta que activa espacios de conversación y encuentro”, sostiene Rodolfo Sala, quien también es Director de Museos de Lincoln pero, al mismo tiempo, se monta al caballo de un insoslayable cambio de paradigma en la producción y consumo: hoy las obras piden a gritos salirse de los cuadros y descolgarse de las paredes para tener nuevo sentido instaladas en medio de la vida urbana.
Después de una semana de trabajo, todos los proyectos fueron presentados el sábado pasado en el Teatro Porta Pía, una sala casi centenaria que, además de cobijar puestas artísticas, funge también como un poderoso espacio de debate público, ya que allí se suelen producir audiencias en las que la población linqueña discute en medio de las butacas sobre planes de agua potable o el uso de pirotecnia.
El trabajo de artistas forasteros con los pobladores locales desató poderosos procesos de identidad, porque la necesidad de interacción obligó a construir lenguajes en común para conducir las sensibilidades hacia un mismo lugar y dejar como resultado intervenciones artísticas movilizadoras. En Bermúdez, por ejemplo, las constantes inundaciones que se viven como un drama fueron utilizadas en este caso como una energía positiva, construyendo en la plaza central réplicas de las casas del pueblo con barro. Esto permitió, al mismo tiempo, visibilizar construcciones vacías y olvidadas que evocaban viejos oficios y que permanecían como silenciosos reservorios emotivos del pasado del lugar. En la misma línea, el cordobés Nicolás Bertona estimuló a los habitantes de El Triunfo a dejar registro oral de las historias del pueblo para luego reproducirlas todas juntas en una propaladora. Y, mientras tanto, en Roberts la brasilera Carlota Masson proyectó sus conocimientos de astronomía sobre sitios comunes como una cancha de bochas, demostrando que cada pequeño rincón puede ser al mismo tiempo un poderoso observatorio del cosmos.
A partir de la estimulación de la memoria se activó la vida social en todos esos pequeños pueblos que alguna vez supieron ser pujantes con la presencia de estaciones de trenes hoy abandonadas. Como en Las Toscas, donde la intervención artística logró reactivar una vieja calesita que hasta ese entonces lucía como una leyenda inmóvil del pasado.
Como en todo caso simular, la presencia de un “ajeno” siempre causa casi como acto reflejo un impulso de distancia y desconfianza por parte de los locales. Por eso, además del expertise propio del oficio, fue necesario de parte de cada artista un proceso de humildad para mostrarse inofensivo y amigable. “El propósito es insertarse en la comunidad para ganarse el respeto de los pobladores y volver arte situaciones dramáticas propias de estos lugares, como las inundaciones o la desolación que dejó el cierre de las estaciones de trenes”, apunta el chileno Jorge Sepúlveda. “La idea es ofrecerle a los habitantes, a través del arte, herramientas para abrir la forma en la que se acercan al 0mundo’, así se comprende lo problemático tanto de hacer arte como de vivir juntos en una sociedad. Y, a partir de ahí, establecer nuevas relaciones”, concluye Laura Khalloub, coordinadora de Museos de Lincoln.