Estamos acostumbrados a que cíclicamente se informe en Argentina el índice de pobreza, lo hace el Indec, y también lo informa la UCA, no son los únicos, pero se ha convertido en parte de nuestro folclore enterarnos de esos datos y generar una polvareda de editoriales y discusiones. Es muy extraño que no pase lo mismo con la riqueza. Casi nadie informa el índice de riqueza: cuántos ricos hay, qué porcentaje de la riqueza total se concentran en pocas manos, cómo les ha ido mientras crecía la pobreza. Es llamativo porque es evidente que los dos fenómenos están conectados. Pero también es peligroso porque muchos discursos perderían su efectividad, el mapa de lo que está pasando en nuestro país aparecería completo y se vería con claridad que no es que no hay plata, sino que se la están llevando unos pocos.

El uso de la palabra pobreza, así en abstracto, medida en términos porcentuales, no tiene una larga tradición en nuestro país. Se empezó a medir de manera consistente y regular desde 1988. No porque la pobreza no existiera, obvio, pero no era un fenómeno estructural entre nosotros.

La llegada del primer peronismo al gobierno a mediados de los años cuarenta generó un panorama social en dónde la pobreza pasó a ser un fenómeno marginal. El sostenido aumento de los ingresos, la tendencia al pleno empleo, y las conquistas laborales se sumaron a la proliferación de centros de salud, escuelas, y la construcción masiva de viviendas. La pobreza por ingresos podía rondar un 4% de la población, los niveles de desocupación eran muy bajos, pero el acceso a la vivienda se vio complicado por la enorme cantidad de migrantes internos y de países vecinos hacia la periferia de los grandes centros urbanos. Ello tuvo como correlato la persistencia de las Villas Miseria. Los números de indigencia eran casi inexistentes.

Claro que las cosas empeoraron para los sectores populares a partir del golpe de 1955, pero la pobreza no llegó a ser un fenómeno estructural. En este sentido, Mario Rapoport (2004) menciona que, en base a datos del censo de 1970, la población en “villas de emergencia” representaba alrededor del 6% de los habitantes de la Capital Federal y el 10% de la de los partidos del GBA. La consideración de varios expertos coincide en señalar que la pobreza medida en ingresos era muy baja hasta mediados de los setenta, pero un crónico atraso en la construcción de viviendas populares hizo crecer los asentamientos precarios.

Los siete años de dictadura liberal que siguieron al golpe de Estado de 1976 marcaron un definitivo punto de inflexión. El poder de compra de los salarios experimentó una reducción de un tercio en el segundo trimestre de 1976, a pesar de que ya venían cayendo desde 1975 con el tremendo golpe a los ingresos que significó el Rodrigazo. Como resultado, entre 1975 y 1977, las remuneraciones reales promedio cayeron un 50%.

En 1974 la pobreza alcanzaba al 4,6% de los hogares. Cuando terminó la dictadura, en diciembre de 1983, la pobreza ya abarcaba al 22% de los hogares. Esa Argentina de la que nunca más pudimos salir.

Según datos del Centro de Población, Empleo y Desarrollo de la Universidad de Buenos Aires (CEPED-UBA), el primer gobierno de la democracia, el de Raúl Alfonsín, logró en sus primeros años bajar ese número al 14% en 1985. La inflación fue deteriorando los salarios y el número se elevó hasta un 20%. La hecatombe de la hiperinflación de 1989 elevó la cifra hasta el monstruoso 47%. Ese fue el contexto de la salida anticipada de Alfonsín de la presidencia, y la herencia que recibió Carlos Menem cuando asumió la presidencia. Durante su mandato también sufrió un proceso hiperinflacionario, pero, Plan de Convertibilidad mediante, en mayo de 1995, cuando se realizaron las elecciones presidenciales en que renovó su cargo, había logrado estabilizar los niveles de pobreza en torno al 22% de los hogares.

Sin embargo, en el segundo mandato de Menem, la pobreza volvió a aumentar. En esa serie se ve que la pobreza alcanzó en 1999 al 40% de los hogares. Es decir, que el segundo gobierno de la democracia ya dejaba en un altísimo número la pobreza, a pesar de que la inflación era muy baja.

Durante la presidencia de su sucesor, Fernando De la Rúa, todo empeoró. Para octubre de 2001 la pobreza ya alcanzaba el 46% y durante la explosión popular del 2001, y la crisis del 2002, la Argentina tocó fondo con 66% de pobres y el país en llamas.

En mayo de 2003, cuando el presidente provisional, Eduardo Duhalde, le entregó el poder a Néstor Kirchner la pobreza era del 62%, según la estimación del Cedlas. En el gobierno de Kirchner se logró bajar este indicador llevándolo a casi el 37% en todo el país en el segundo semestre de 2007. Esta caída de más de 20 puntos se debió principalmente a las políticas de recomposición de ingresos. Lo que demuestra que se puede bajar la pobreza si se está dispuesto a afectar los intereses que hay que afectar. Durante los ocho años del gobierno de Cristina Fernández, la pobreza que arrancó con el 37% logró bajarse en 2015 a 30%, siendo su mejor marca un 28% en 2013. Menos de eso ningún gobierno pudo lograr.

La presidencia de Mauricio Macri; con Federico Sturzeneger, Toto Caputo y Patricia Bullrich en el equipo; volvió a subir la pobreza hasta un 37%. Alberto Fernández, con la pandemia mediante y sin vocación de dar peleas políticas, subió los números al 40%. Javier Milei, en apenas nueve meses, llevó la pobreza al 53% y si se llegara a devaluar el peso, cómo muchos le piden, los niveles serían mayores aún.

Pero todo este relato carece de sentido si la mirada sólo queda fijada en los índices de pobreza. Porque al mismo tiempo que todo esto pasaba, una hiperconcentrada oligarquía se apropió de la riqueza que otros perdían.

La ONG Oxfam, que aborda estas cuestiones, publicó un trabajo en el que muestra que la fortuna de los hogares más ricos (unos 3000) ya equivale al 13 por ciento del PBI mundial. El dato es impactante, y más si se lo compara históricamente, en 1987 ese porcentaje de los ricos se llevaba el equivalente al 3 por ciento de la economía global. En pocas palabras, se amplía la brecha entre ricos y pobres y el 1 por ciento más rico tiene más riqueza que el 95 por ciento de la población en su conjunto.

La concentración de la riqueza en América Latina y el Caribe es tal que un puñado de menos de cien personas, conocidas como los mil-millonarios, reúne un valor que equivale al PIB de Chile y Ecuador juntos, es decir, unos 480.000 millones de dólares. Puesto en términos de tiempo de trabajo, a un trabajador que cobra el salario mínimo promedio de la región le toma 90 años ganar lo mismo que un mil-millonario en un solo día.

Todo esto mientras Milei no para de decir que hay que beneficiar a los empresarios, que son héroes los que evaden impuestos, y que ellos son los únicos que generan riqueza en Argentina. En la UIA, dijo “venimos a achicar el estado para agrandar sus bolsillos”.

Que el árbol de la pobreza no nos tape el bosque de la desigualdad y la concentración de la riqueza en muy pocas manos.