Entrevisté a Enzo N. varias veces. Enzo N. fue el autor de los disparos para matar a CFK, vicepresidenta de la República Argentina, en el mes de septiembre de 2022, el 1 de septiembre exactamente, casi a las nueve de la noche, y por lo tanto está acusado de intento de magnicidio. Los medios y los abogados aguardaban ansiosos los resultados psicológicos. Sin embargo, cada una de las entrevistas terminaba siendo un calco de las anteriores. Siempre lo mismo: 

-Una Voz me ordenó que la matara. Y, junto a la Voz, veía la Copa de Cobre- decía Enzo. 

-¿La Copa del Santo Grial, la de José de Arimatea? –pregunté yo en una oportunidad.

Recuerdo que me miró asombrado. Quizá porque yo me adelantaba a su relato. 

-No sé a qué se refiere -contestó contrariado- Yo veía la a Copa y escuchaba una voz -contestó él. 

-Bueno, cuando se habla de Copas y mensajes, inmediatamente se piensa en el Santo Grial y en los Caballeros de la Mesa Redonda, en el Rey Arturo… -le dije sonriendo.

Permaneció serio y esa tarde no quiso hablar más. 

¿Psicosis? ¿Delirio paranoico? Igual el Doctor Schreber, cuyas Memorias permitieron a Sigmund Freud profundizar sobre la psicosis. El Caso Schreber será luego estudiado también por Jacques Lacan, Elías Canetti, Gilles Deleuze y Félix Guattari. Claro, las Memorias de un neurópata, libro escrito por Daniel Paul Schreber, distinguido jurista, escritor, Presidente de la Corte de Apelaciones de Dresde, será un material invalorable para quienes desean asomarse a la comprensión de las neurosis y las psicosis, a los fantasmas que habitan nuestras vidas. Schreber, quien sufría de insomnio y caía en episodios hipocondríacos, quizás por exceso de trabajo, describe visiones y sueños, fantasías homosexuales y escucha las voces de las aves (como los poetas que oyen diálogos entre jilgueros, benteveos, tordos y palomas) y afirma con total certeza ser la mujer de Dios para engendrar una raza nueva. Estas indagaciones me llevaron a estudiar nuevamente el Caso Schreber y a leer los textos freudianos sobre él. Hay algo muy interesante en todo esto: Elías Canetti dice que la paranoia de Schreber tiene que ver con el poder, con sus ansias de poder y su sentimiento de superioridad sobre los demás. 

Pero tornemos al Santo Grial de Enzo.

-Vi la Copa infinidad de veces mientras leía o descansaba -contó- A veces mientras caminaba por el Parque Lezama (el escenario de Sobre héroes y tumbas, de Sábato, pensaba yo) y entonces miraba mis manos inútiles y le decía a Brunilda que debía ayudarme porque el país se destruía, se destruye día a día. El universo es infinito y podemos ir de un extremo a otro porque somos el centro de coordenadas que se interceptan en un único instante… podemos bogar por el espacio y adelantarnos a los hechos y también retroceder en el tiempo… 

-¿Entonces qué hizo? 

-Me decidí a un acto de heroísmo. La Voz que viene de eso Único que se llama Universo, de esa vorágine imperecedera, ahora me reprende… 

Comenzó a temblar, pensé que se desmayaba o estaba al borde de un ataque de epilepsia. Llamaron a los asistentes y lo retiraron hacia enfermería. 

Esto ocurrió varias veces. Las entrevistas se interrumpían por sus inesperados ataques de ahogos o mareos, o a veces se quedaba quieto como un catatónico y era imposible la comunicación con él. En la celda, dejó varias veces de comer y a menudo padecía de insomnio, cuando no gritaba a la madrugada pidiendo auxilio porque se le aparecían extrañas aves de rapiña sobre el respaldo de la cama. Alucinación. Hipocondría. Paranoia. Todo en ese cuerpo juvenil que hablaba maravillas de su novia Brunilda, también detenida. 

Sin embargo, Enzo hacía lazo social y podía razonar perfectamente, lo que me llevó a pensar que no estaba en presencia de un psicótico sino de un psicópata manipulador y que era capaz de actuar muy bien. Sus desmayos y mareos formaban parte de esa actuación. 

En una oportunidad, al finalizar nuestro diálogo, Enzo me regaló un cuadernillo en el cual narraba historias entre reales y ficticias y sobre todo su relación con Brunilda, su novia desde hacía bastante tiempo. 

Una tarde, en la que había estado muy excitado y nervioso, disconforme con la gente del penal y con su propia familia que no lo visitaba me dijo: 

-¿Y ahora, qué? Todo falló. Fallaron los cálculos. 

-¿Cuáles cálculos? -pregunté.

Sin duda se trataba de los planes que un paranoico traza en un mapa de delirios. Enzo sabía mucho de mitología eslava, novelas de caballerías, visones, magos y visionarios. Me habló, como siempre, de la Copa de Cobre (¿reminiscencias de Roberto Arlt por “La Rosa de Cobre”, en “Los siete locos”?).

-La Copa es brillante, como el agua de las vertientes, no de esos ríos barrosos como el Paraná o el Río de la Plata, y brillante como el sol del amanecer en las montañas, no de estas ciudades nubladas y llenas hollín, la Copa brilla como la luna llena que camina sobre los desiertos, quebradas y valles. Con Brunilda íbamos siempre a esos lugares… Ella parece una poeta, mejor dicho es una poeta. Me señalaba los árboles y luego las flores de las orillas de manantiales y laderas. Me pedía que nos zambulléramos en el agua cristalina, que hiciéramos el amor entre líquenes y musgos pero por sobre todo entre las piedras. No sé por qué a ella le gustaban tanto las piedras, de petra, piedra, de Pedro. A mí me atraen las piedras también, por ser los instrumentos primeros de la humanidad para construir y para matar… Sí… para matar. 

En un viaje, en medio de las montañas, contemplamos la Copa. Fue en una cabaña en plena quebrada. La casa era de adobe y los techos de paja. Entramos y vimos el brillo de algo. No había nadie pero el brillo destellaba. Pensamos que era fuego. Nos acercamos a una mesa de madera de cardón y la vimos. Era de cobre tallado con figuras míticas andinas. Nos acercamos y quisimos tocarla pero era imposible. Entonces escuchamos algo, algo… 

Otra vez me asaltó la duda, podía pensarse en un delirio con el que Enzo cubría el abismo de la locura, el agujero de lo real, o en una mera invención narrativa propia de un psicópata para despistar. 

Brunilda 

También entrevisté a Brunilda C., la novia de Enzo, detenida por coautora necesaria ya que ella fue la encargada de llevar el arma para que su novio la descargara en la cabeza de CFK. Lo hicieron pero la bala no salió. Algo o Alguien había decidido el fracaso del atentado. Brunilda era muy joven, tenía un rostro sonrosado, el pelo largo y claro y el cuerpo esbelto.

-Fue terrible -dijo Brunilda- Había sido todo planeado y sin embargo falló lo más importante o sea el asesinato.

-¿Por qué llegaron a ese punto? -pregunté.

-Enzo me dijo que una voz se lo había indicado -contestó ella.

Luego permaneció en silencio, como enojada, y no quiso hablar más.

Las entrevistas y las pruebas demostraron que era una persona bastante normal, con sus traumas infantiles, no deliraba ni actuaba. Su nombre me llamó la atención. ¿Por qué se llamaba Brunilda? Me contó que su padre era un admirador de las leyendas nórdicas y que por eso le puso ese nombre épico y legendario.

Posiblemente Brunilda trató de exculparse contándome el plan de Enzo.

-Le contaré la verdad, licenciada -me dijo. Debo contarle la verdad. No sé si Enzo estaba loco o si se mandaba la parte. Me dijo que había leído un artículo de Freud sobre la paranoia…

-¿El Caso Schreber? -pregunté.

-Sí -contestó Brunilda- Yo también leí ese artículo y Enzo me comentó que a él le pasaba exactamente lo mismo, lo mismo que a Schreber, o sea que escuchaba voces, que sentía algo femenino dentro de sí… A veces se comportaba como un hipocondríaco y una tarde tuve miedo de que se suicidara. Además leía y releía libros de literatura fantástica, también novelas de caballería, libros casi para niños y adolescentes… Me contó la historia que tuvo con su pareja anterior, una chica que lo dejó cuando viajaron a Bolivia por un muchacho indígena, justo a él que era un neo nazi, que se creía un ario puro.

-¿Crees que actuaba o que realmente sentía y vivía trastornado por algún trauma de la niñez?

-No lo sé; pero leía y releía el Caso Schreber.

Entonces pensé que la actuación de Enzo era perfecta. Había estudiado sobre la paranoia y podía por lo tanto manipular. Sin embargo no se podía asegurar un diagnóstico. Él hacía lazo social, se comunicaba y mostraba poseer un buen sentido, lo que me llevaba a descartar la psicosis. Había varias puntas que no cerraban: ¿Enzo era un farsante, un psicópata, o un neurótico grave, con fantasías utópicas y salvíficas que eran útiles a organizaciones oscuras que promueven la violencia? Por los medios corroboré mis sospechas. Se habían encontrado nombres, documentos y fotografías de legisladores y políticos muy importantes vinculados a los integrantes de “Los Copitos”, hacedores del atentado. Algunos de ellos habían sido grabados y los investigadores se encontraron con sorprendentes mensajes en los celulares de hombres y mujeres vinculados con los partidos opositores al gobierno. Todo hablaba de una terrible y escalofriante red.

Además el oficio de muchos implicados tenía que ver con la carpintería, oficio de sectas medievales, como la albañilería, actividad laudatoria de los masones que tiene entre sus símbolos elementos fundamentales del ese oficio como lo son la escuadra y el compás.

*Escritora. Premio Casa de las Américas de Cuba de Novela, 1993.