El presidente de Zimbabwe, Robert Mugabe, se negó ayer a anunciar su renuncia, como se esperaba, pese a las presiones de su partido y de las fuerzas militares para que deje el poder tras 37 años, e insistió en “la necesidad de llevar a cabo acciones para devolver” al país africano “a la normalidad”, en un esperado discurso en la televisión pública.
Mugabe reclamó que el país no debe dejarse “llevar por la amargura” y dijo que tenía “en cuenta” las quejas de la sociedad y de su propio partido, la Unión Nacional Africana de Zimbabwe-Frente Patriótico (ZANU-PF).
Sobre el golpe militar del martes, Mugabe sostuvo que “nunca” fue “una amenaza contra nuestro orden constitucional ni contra mi autoridad como jefe de Estado, ni siquiera como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas”. También instó a “resolver nuestras diferencias con dignidad y disciplina” al considerar que el de su país es “un pueblo predispuesto a la paz” y reconoció que la economía nacional “está pasando por un bache”.
Lejos de la esperada renuncia, Mugabe habló de inaugurar “una nueva de cultura de paz” con el “compromiso de darle la vuelta” a la crisis.
Horas antes, el comité central del partido lo había destituido como número uno de la agrupación y le dio un ultimátum hasta hoy para renunciar a la presidencia, o en caso contrario será llevado a juicio político en el Parlamento.
El anuncio dirigido a la nación fue tras un encuentro con los militares para negociar una salida que finalmente no se produjo en la jornada de ayer, a cinco días del golpe militar que desató una crisis en el país africano.
“Les agradezco y buenas noches”, cerró Mugabe, de 93 años, franqueado por los altos mandos del Ejército. En su lugar al frente del partido quedó designado el ex vicepresidente Emmerson Mnangagwa, quien, además, fue nominado como candidato para las elecciones presidenciales de 2018 y cuya destitución, hace diez días, detonó el golpe de estado que llevó a los militares a controlar el país.
El comité central del partido de gobierno también expulsó a la primera dama, Grace Mugabe, de 52 años, de la Liga de Mujeres.
Mnangagwa, incondicional del partido y veterano de guerra, era muy resistido por la esposa de Mugabe, una figura sin carisma entre los ciudadanos y considerada la pieza clave de la caída de su esposo.
La crisis institucional se aceleró tras una marcha multitudinaria ayer en Harare, la capital de la nación africana, para repudiar a Mugabe y sus intenciones de dejar a su esposa como su sucesora.
Mnangagwa es ahora la figura estelar ya que, tras ser destituido, prometió volver de su exilio en Sudáfrica para “controlar los resortes de nuestros bellos partido y país”. Ahora es el nuevo líder designado por su partido, pero aún no ha roto un hermético silencio.
Conocido como el “Cocodrilo”, Mnangagwa, de 75 años, es un veterano de la guerra de liberación con fuertes lazos con el Ejército durante su etapa al frente del Ministerio de Defensa.
Y si bien es vitoreado en las calles, Mnangagwa jugó un oscuro papel como ministro de Seguridad tras la independencia en 1980 en la matanza de más de 20.000 miembros de la etnia Ndebele en la llamada Operación Gukurahundi, una purga étnica contra simpatizantes de la Unión del Pueblo Africano de Zimbabwe (ZAPU), que encumbró a Mugabe en su ascenso.
Ya más viejo, Mnangagwa reconoció que fue “instruido para destruir y matar” y que ahora vio “la luz” y su “recompensa está en el cielo”. Aunque su nombre siempre estuvo vinculado a conspiraciones para acabar con los Mugabe y ascender así a la Jefatura de Estado.
Su principal rival era Grace, la primera dama, que también quería heredar la presidencia y quien desde 2014 inició una campaña pública de desprestigio contra él. Incluso, Mnangagwa fue hospitalizado con síntomas de envenenamiento tras un acto de Grace, lo que consideró como un intento de asesinato. Un día después, el 6 de noviembre pasado, fue destituido.
Pero una semana más tarde, las Fuerzas Armadas se alzaron contra el gobierno, detuvieron al presidente, a su esposa a sus ministros afines en respuesta a las purgas en el seno de la ZANU-PF. Con el terreno allanado, ahora es el turno de Mnangagwa, quien tratará de conseguir su sueño de convertirse en presidente.