La melancolía es como una pequeña antorcha que brilla en medio de la oscuridad. En la mirada de Benjamín Labatut quedan las esquirlas de una sobrecogedora tristeza, un vacío del que pudo emerger de la mano de los libros y la literatura. El escritor chileno, que participó del 16° Festival Internacional de Literatura Filba en un diálogo con la cineasta Lucrecia Martel, publicó recientemente MANIAC (Anagrama), un extraño y fascinante artefacto narrativo que empieza con el suicidio del físico austríaco Paul Ehrenfest para componer después una biografía coral del matemático húngaro John von Neumann, ese moderno Prometeo que sentó las bases de la mecánica cuántica, ayudó a diseñar las bombas nucleares, desarrolló la teoría de los juegos y creó el primer computador moderno. El libro culmina con la batalla entre un hombre y una máquina, esa “nueva” inteligencia artificial que no considera ninguna experiencia humana y que en un abrir y cerrar de ojos está evolucionando hasta resultar imbatible.

Aunque nació en Rotterdam, Países Bajos, en 1980, Labatut pasó su infancia en La Haya y a los catorce años se estableció en Santiago de Chile, donde vive desde entonces. “Lo que me llevó a la figura de Von Neumann es la descripción que hace un amigo, (Eugene) Wigner: ‘solo él estaba completamente despierto’. El despertar es una de mis obsesiones porque ahí está la tensión entre inteligencia y delirio, locura y racionalidad extrema. El éxtasis del pensamiento siempre tiene consecuencias oscuras. En el caso de Von Neumann, se dio probablemente de forma más intensa que ninguna otra persona en el siglo XX. Y todavía estamos lidiando con algunas consecuencias de ese despertar”, plantea el escritor chileno, autor del libro de cuentos La Antártida empieza aquí; Después de la luz, una serie de notas científicas, filosóficas e históricas sobre el vacío, escritas después de una profunda crisis personal; Un verdor terrible y La piedra de la locura.

Puntos de vista

-¿En qué sentido estamos lidiando con ese despertar?

-Hay que pensar que Von Neumann matematiza una serie de aspectos de la ciencia cuando la ciencia no tenía la forma que tiene actualmente; era más analógica, más lenta, un poco más humana también, en el sentido de que era hecha por humanos. Luego una parte de nuestro quehacer empieza a ser razonado por máquinas y él dice que esto va a abrir perspectivas que nunca hemos tenido sobre la realidad. Hemos olvidado hasta qué punto el hecho de que hayamos podido llevar a cabo este viejo sueño de la razón de que el pensamiento funcione por sí mismo como si fuese un cálculo, que es un sueño de Leibniz, de Ramón Lull, de George Boole, esta exteriorización de un aspecto de nuestra mente, nos ha mostrado cosas del mundo que ahora están cada vez más a mano. En los últimos años esto se ha vuelto algo innegable porque tomó forma en el habla, porque entidades matemáticas están ocupando el lenguaje de forma natural, un habla que habla por sí misma sin ningún sujeto detrás. El impacto que tiene sobre el mundo Von Neumann es tan profundo que los cambios así de grandes se demoran un par de generaciones en madurar y volverse visibles. Antes de eso están infectando todo por debajo. La computación para mí es como el año cero del cristianismo, el nacimiento de una entidad nueva. Si uno mira alrededor, la computación se ha vuelto como el espíritu santo; está en todos lados, lo permea todo, nos define, nos contiene, nos tortura y está poniendo en jaque lo humano mismo.

-¿Cómo funciona el vínculo entre la realidad de la que partís para escribir y la ficción? ¿La ficción sería como una suerte de epifanía que te permite alcanzar una verdad?

-La ficción trabaja con núcleos condensados de sentidos; es una química muy concentrada, muy distinta a la realidad. La no ficción tiene sus poderes y sus capacidades; te da ciertos puntos de vista, te entrega una especie de saber y la ficción te entrega otro. Yo sencillamente las mezclo de muchas formas distintas. Las operaciones que hago entre una y otra son múltiples; no es una sola porque una de las pocas cosas que aprendí en los últimos años es la necesidad de mezclar puntos de vista para obtener una visión mayor; no hay otra manera de acercarse a un objeto complejo que tener múltiples puntos de vista.

Mirar a los monstruos de reojo

-¿Por eso no aparece la voz de Von Neumann y en cambio sí están las versiones de sus amigos, su hija, su exesposa?

-No, Von Neumann no aparece porque a los monstruos uno los debe ver de reojo para que tengan su tamaño real. Lo que es realmente grande tiene que aparecer por reflejo y Von Neumann es una mente colosal, es como un Bourbaki, ese grupo de matemáticos franceses que publicaban bajo seudónimo. Von Neumann podría haber sido sesenta o setenta tipos extremadamente brillantes. Entonces aparece siempre en boca de otros para darle su medida real a alguien que en muchos sentidos fue sobrehumano. 

-¿Por qué la ficción tiene cierta potencia para iluminar de otra manera hechos de la realidad que vistos desnudamente tal vez serían insignificantes o no tendrían el valor que le asigna la ficción?

-A diferencia de lo que creemos, los seres humanos nunca vivimos en lo real. Nosotros somos animales completamente afantasmados, seres muy oscuros que proyectamos sobre las cosas nuestras luces y oscuridades. Somos incapaces de percibir un vaso sin agregarle una cantidad de capas de sentido. Eso es algo que uno aprende estudiando el budismo treinta segundos: la percepción pura no existe, la experiencia está teñida de todo tipo de tonalidades emocionales. Ese es el funcionamiento que la ficción reconoce. Tanto la ficción como la razón son abstracciones, concentraciones de sentido. La visión descarnada de la realidad como objetiva no es posible. Gran parte del poder moderno ha sido establecer un método, que es la ciencia, que busca justamente desnudar las cosas hasta su esencia. La realidad en sí misma parece una rareza que no cabe en nuestros esquemas limpios o racionales. Se nos escapa, se vuelve tan misteriosa como la sustancia de la mente. Yo creo que ficción y no ficción es una sola cosa; realidad e imaginación es una sola cosa; es como si siempre estuviésemos infectados por el sueño, por el deseo, por la distorsión y al mismo tiempo sabemos que somos animales delirantes, creativos, atrapados por nuestras redes de sentido y por nuestro lenguaje. Porque soy dolorosamente consciente de esto me atrae tanto la abstracción, me atraen tanto los sistemas que son capaces de conectar las cosas al hueso, de llevar las cosas a una esencia. En mi búsqueda personal he ido desde la química a la física, de la física a la matemática y de la matemática a la lógica. Cuesta mucho adentrarse en estos ámbitos de la abstracción sin encontrar estructuras gramaticales y verbales muy parecidas a las que se dan en la lógica. La paranoia se encarna en estos lógicos matemáticos; hay relaciones de promiscuidad absoluta entre la matemática, la locura y la literatura; hay un ámbito gravitatorio o semántico que las une.

-También aparece la desesperación ante la evidencia de que “para el progreso no hay cura”, según Von Neumann. ¿Entonces qué hacer?

-El pensamiento es como una enfermedad del espíritu que padecemos todos; cualquier persona que se dedique a los libros entiende la relación que hay entre tristeza y pensamiento. Hay una cierta melancolía que es inevitable y que toma por completo a Paul Ehrenfest. La melancolía es un modo de conocimiento; por eso Paul Ehrenfest es un hombre con profundidad que entiende cosas de la realidad que a alguien maníaco como Von Neumann se le escapan. Lo que hemos perdido al ganar velocidad es hondura, lo que hemos perdido con la luz fría de la lógica y con estas entidades matemáticas que son capaces de hacer milagros, es la cosa corrosiva de la tristeza, de la melancolía, de la lentitud, que nos da una relación más profunda con el fenómeno de la existencia. Von Neumann dice que para el progreso no hay cura y es lo que me fascina y aterra con respecto a los avances de la ciencia. Pero luego él continúa la cita y dice que no nos olvidemos de que esto es un invento nuestro, que es nuestra responsabilidad ver qué hacemos. Para citar a (Roberto) Calasso, lo que la mente ve lo ve para siempre. Las verdades de la ciencia no pueden ser tiradas bajo el tapete, no pueden ser negadas; lo único que nos queda es abrazarlas, lidiar con ellas, buscar antídotos. Lo que teníamos antes y que hemos perdido eran antídotos a la razón. Hemos perdido la ritualidad, hemos perdido el sacrificio como tecnología; no digo que hay que andar matando cosas, pero hemos perdido nuestra relación con lo divino. Todavía estamos faenando el cadáver de Dios y ni siquiera hemos construido una casita con los huesos, lo dejamos tirado en el suelo.

-A propósito del tema de la responsabilidad en el caso de la Inteligencia Artificial, ¿Quién o quiénes son responsables, si lo que hay es un algoritmo autónomo de la voluntad humana?

-No hay un sujeto detrás del algoritmo. Sigue siendo una máquina autopoyética; son juegos lógicos que giran en redondo y que son capaces de crear cosas en base a cosas creadas anteriormente. El fenómeno humano excede con mucho las operaciones solamente de la razón y de la racionalidad. En tanto somos mamíferos, la responsabilidad surge de que estamos en relación unos con otros. Somos máquinas de empatía para todos, hasta las personas más monstruosas aman a sus perros y quieren a sus hijos. Las cosas más hermosas de la inteligencia humana son no verbales, son personales, son oscuras e insondables, y van a seguir siendo así. Eso no hay que olvidarlo. El ser humano siempre va a ser oscuro para sí mismo. No importa cuánto avance la psicología o la física; podemos tener una teoría completa y perfecta de la física y nuestra mente va a seguir siendo misteriosa para nosotros mismos. La responsabilidad va mucho más allá del uso de la inteligencia artificial o de la ciencia. La responsabilidad siempre ha sido más o menos una sola y es la obligación que tiene cada ser humano de desarrollar una relación más profunda, cada vez más luminosa en el sentido de amplia, con una realidad externa de inteligencia. Eso no ha cambiado. El ser humano siempre ha tenido la obligación de trabajar esa mente. Todos sabemos lo difícil que es porque la mente va hacia lo oscuro. Somos muy esclavos de los sistemas que la vida ha implantado en nosotros. No hay libertad posible con respecto a eso. Pero sí hay libertad con respecto a no esclavizarnos a los productos de nuestra razón.

La voz de los maestros

-Si Roberto Bolaño trabajó con poetas y escritores, pareciera que preferís escribir a tu manera “Los científicos salvajes”. En la construcción de este artefacto híbrido que es “MANIAC”, ¿qué influencia han tenido escritores como Sebald y Bolaño?

-Me interesan cosas que son lo más alejado del salvajismo, son productos de la razón pura, son entidades matemáticas, son emociones abstraídas de la carne. Como soy escritor, mi deber es lidiar con el delirio, con el salvajismo, porque la literatura es un arte muy encarnado; son verbos hechos carne. Las influencias son gigantescas y te diría una que no aparece mencionada porque es tan obvia que pasa desapercibida. Borges es un Von Neumann en la literatura; todavía estamos teniendo que lidiar con las cosas que descubrió y que dejó cifradas en lo escrito. Cuando uno tiene a Borges, obtiene a Kafka de yapa. Me gusta la palabra libro porque los libros, a diferencia de las novelas o los cuentos, son conjuros que están buscando cazar espíritus. El mayor cazafantasma de la modernidad también es Borges. Bolaño justamente rescata el corazón del animal, inyecta un erotismo que sedujo al planeta. Bolaño aumentó la velocidad máxima a la que uno puede andar en la literatura. Y lo que hizo Sebald fue traer de vuelta a la literatura ritmos del sueño, la lentitud, y lo perfeccionó siguiendo a Borges abiertamente en la forma del libro como laberinto. Cada libro de Sebald es un laberinto en el sentido que apenas lo abrís ya estás perdido. Y nunca encuentras la salida. La melancolía de Sebald es como el deseo de Bolaño, es algo que contiene todas tus penas, todas tus tristezas, y eso es hermoso. Y podría seguir con las condensaciones de Juan Forn, lo que logró con las contratapas, una innovación de la forma en la que podía convertir un libro en dos páginas atrapando su esencia. Yo escribo solo desde la admiración y no puedo escribir sin un modelo. No puedo pensar un texto si no estoy conscientemente pensando a quién estoy imitando, en qué estilo estoy escribiendo. La pretensión de originalidad o de estilo propio me parece una de las mayores fuentes de pobreza en la literatura. Hay que hablar en la voz de los maestros.