Constituye el resultado de una construcción política neoliberal que supo aprovechar y lanzar mediáticamente a un individuo que se situó histriónicamente en el punto de confluencia imaginaria de la mayoría de los votantes del país, es decir, aquella figura que interpretó, de manera consciente o inconsciente, la furia, el resquebrajamiento del lazo social, la desmesura, el odio a la política, la habitual frase del resentimiento: "que se pudra todo". 

La motosierra en sus manos obró de metáfora justa que condensaba los oscuros anhelos de aserrar las causas reales o imaginarias de las frustraciones sufridas, el brutal instrumento que representaba los ideales más sombríos, el objeto fetiche o el elemento mágico que cubrió por un momento el vacío y produjo la fascinación.

El significante "La casta" vino a completar la operación. La conjunción perfecta. Hacia allí se dirigió irreflexivamente el impulso de la masa, sin escuchar las voces que alertaban del peligro, sin atender las advertencias acerca del simulacro de imágenes y el engaño. 

Y efectivamente, al poco andar de la nueva gestión, la palabra "casta" pasó a convertirse en un significante vacío al cual van a parar, como al galpón del fondo, no los burócratas y repetidos vividores de la política, como era la promesa inicial, sino todo aquel, y todo aquello, que no comulgue con las intenciones del gobierno o que pretenda interpelar los negocios. En definitiva, a las elecciones las ganó la motosierra, esa temible herramienta que a muchos argentinos les gustaría ostentar psicopáticamente en sus manos.  

Pareciera que hoy la insensibilidad, la crueldad, la impiedad, la discriminación, la indiferencia ante la realidad y frente al sufrimiento ajeno, obraran como signos de pertenencia de clase o emblemas de diferenciación y prestigio para una parte de los argentinos, inclusive de sectores medios o humildes, identificados paradójicamente con los ideales de la ultraderecha. ¿Por qué votaron a Milei? 

Es verdad que, con el anterior gobierno, muchos no habían visto satisfechas sus expectativas y atravesaban por frustraciones económicas, pero atribuir las razones a esa sola circunstancia no contribuye por cierto a una explicación. 

El neoliberfascismo no es sólo un modelo económico sino también una formidable maquinaria transformadora de la subjetividad, un artefacto de manipulación de las mentalidades. Sus estragos en el mundo no sólo son económicos y sociales, sino fundamentalmente culturales y éticos. El escritor alemán Günter Grass y el español Juan Goytisolo, hace décadas, en una reunión que mantuvieron ambos, arribaron a la conclusión de que la finalidad última del acontecer capitalista sería el descerebramiento de la raza humana. La realidad hoy comienza a darles la razón. Aquello que tenga que ver con el saber, la reflexión, el pensamiento, no es bienvenido.

En la Argentina la mentira y el engaño, instrumentados como artera metodología política, la negación de la realidad, el desconocimiento histórico, estuvieron centrados en atribuir a los gobiernos de sesgo popular la suma de los males y la decadencia, cuando en realidad es el mismo neoliberalismo la gran factoría mundial generadora, principalmente en Latinoamérica, de creciente pobreza, marginalidad, exclusión y desinserción simbólica, es decir, el más efectivo mecanismo de producción de sujetos deshistorizados, erráticos, sin conciencia de clase ni misión en la historia, individuos sin una noción de futuro, inmersos en un eterno presente, como en el cuento de Jorge Luis Borges: "Utopía de un hombre que está cansado". 

Una de las estrategias del poder neoliberal es proyectar sobre los gobiernos populares los males que el mismo ocasiona, desculpabilizarse de sus propios estragos, localizar y construir a un otro como enemigo en quien poder localizar todas las frustraciones y enojos de los sujetos, no sólo acerca de los padecimientos económicos, sino sobre la existencia misma. Y muchos ciudadanos creen en sus engaños. 

Para la instalación de esa creencia ciega están los eslóganes, las frases hechas producidas por las usinas mediáticas del neoliberalismo, las holofrases que no se dialectizan ni se articulan en una cadena significante y se repiten al unísono: "se robaron todo", "se quedaron dos PBI", etc. Más allá de los errores que pudieren cometer, o no, los populismos, está la intención neoliberal de asignarles la culpa por la suma absoluta de los padecimientos. 

Ahora muchos votantes del actual presidente comienzan a estar enojados y casi que dicen: "Yo no voté a Milei, sino a la motosierra". 

*Escritor y psicoanalista