-¿Cuál es la historia de estas cuatro piezas de cerámica de gran escala?

-Hace diez años que estaba buscando ceramistas que pudieran levantar piezas grandes. Fui a Salta, a San Juan a distintos lugares de Córdoba. Estuve investigando, viendo distintas técnicas. Y siempre tienen que ser técnicas precolombinas, porque ya no se hace cerámica grande en el país. Todos me decían que era imposible. Incluso me sugirieron hacer obras grandes en cerámica en frío… que al no usar fuego es como papel maché. Cuando yo buscaba levantar piezas de gran tamaño me parecía imposible que no pudiera hacerse, porque se había hecho en tiempos precolombinos: había, por ejemplo, urnas funerarias. Resulta que en el año 2022 yo seguía buscando y me encuentro con la ceramista Adriana Martínez en un stand que tenía en arteBA. Ahí había una cerámicas grandes, con paredes muy delgadas, que yo no había visto nunca. Me cuenta de dónde proviene ese trabajo y le propongo hacer cerámicas de gran tamaño e inmediatamente me dice que sí. Primero empezamos a trabajar en las máscaras que están en el Museo de Arte Moderno. A medida que ella iba trabajando me daba cuenta de lo extraordinaria que era en su oficio; el nivel de técnica y de dedicación; además de su disponibilidad. Ella investigó mucho las técnicas precolombinas y empezó a trabajar en ese mismo sentido.

-La escala antropomórfica vincula esta serie de obras con el cuerpo, a partir, por ejemplo, de los pliegues; ciertas formas de extraña belleza.

-Entre arcaica y alienígena; o tal vez una belleza del futuro. Porque estas piezas no remiten a formas que uno haya visto de culturas precolombinas.

-El uso del fuego, que define un instante en que las piezas están listas, remite también a las marcas de la pólvora, del humo y también del fuego en tu obra anterior.

-Las huellas me encantan. Este tipo de trabajo tiene muchas mañas: cómo se prepara la cerámica, cómo se fermenta, cómo se trabaja, cómo se cierran los poros mientras se está levantando la pieza. Y si la pieza caía porque antes de cocerla tendía a quebrarse… esas huellas me gustan mucho, porque sin duda se relacionan con las marcas y heridas que tiene mi trabajo desde siempre.

-¿Cuál fue el punto de partida que le diste a la ceramista para plasmar tal o cual forma?

- Las obras parten de dibujos míos precarios, casi infantiles, que hice recordando unas acuarelas de hace casi diez años y unas carbonillas que había hecho en 2018. En los diseños rápidos que tracé, transformé aquellas cosas en jarrones. Si por ejemplo en su momento había hecho dos figuras abrazándose, ahora las convertía en una especie de nudo y eso se puede ver en una de estas piezas. Volviendo al principio: llevamos todos los materiales a Punta Indio y Adriana se instaló un mes con dos asistentes para levantar estas cuatro obras de gran escala. Yo iba los fines de semana y algún día entre semana; colaboraba en lo que podía. Y si ella corregía un quiebre tratando de disimularlo, yo le pedía que no lo disimulara: “Dejale las marcas de la vida”, le dije. Y ellos se reían. Aunque respetaba mis diseños, el material le iba diciendo hasta dónde podía llegar en cada caso. Así que cada pieza se iba modificando. Fue una negociación constante, entre mi deseo, los materiales, su oficio; y lo que el clima permitía.

-Las piezas, por su tamaño, imponen una presencia y al mismo tiempo revelan una gran fragilidad.

-Hay una presencia que se impone y al mismo tiempo son piezas etéreas. En mi trabajo hay algo casi siempre volátil, ingrávido. Si repasamos mi trabajo con pólvora, humo, carbonilla o estas piezas, uno puede pensar que si las toca desaparecen o caen. Al mismo tiempo, hay algo azaroso, como un trabajo hecho a ciegas o con los ojos entrecerrados. En el caso de estas piezas tuve la fortuna de encontrarme con una artista con mucha convicción en su oficio y que no tiene miedo. Los ceramistas tradicionales pueden no entender estos trabajos, a pesar de tratarse de técnicas tradicionales.

-En las piezas hay accidentes de todo tipo y en algunos casos insinúan la evocación de un rostro.

-También de una sonrisa, de un monigote o de un animé.

-Por otra parte, de manera voluntaria o no, pueden verse citas posibles de piezas del norte argentino o incluso de la historia del arte, como la relación externo/interno en la escultura de Henry Moore.

-Casi no hay forma de hacer arte hoy sin citar algo. Siguen existiendo tradiciones y hay una historia de las miradas acumuladas del pasado en el presente, como cuando aún nos sigue llegando el brillo de una estrella que sin embargo ya se apagó. Hoy conviven muchos tipos de miradas. Hay todavía nichos que tienen una mirada renacentista. Hay quienes hoy reivindican la idea de creador y de genio. Y aunque se trata de modos antiguos, seguimos también inmersos en eso. Esta muestra dice mi nombre como autor, en colaboración con otra artista y con los curadores, Carla Barbero y Javier Villa. La idea de la autoría todavía aparece. Y en ese sentido afirmar la autoría implica hacerse cargo. Siempre se usan imágenes que nos preceden, que están ahí, que son de dominio público.

-Y en un no saber; en una búsqueda constante de una forma.

-Siempre se ingresa a cierta ajenidad.

-¿Cada una de las grandes piezas evoca una función?

-Una es el destilante; otra, el depositario; otra, un libatorio y hay una que quedó huérfana de nombre y entonces se transformó en la pieza que forma parte del conjunto pero sin embargo ve al mismo tiempo todo desde afuera. A esta la llamo El entenado, por la novela de Saer: es el testigo que tiene la función de contar lo que pasó.

-En la planta alta hay hay una larga serie de dibujos que, como en buena parte de tu trabajo; revela una realización urgente, casi compulsiva.

-La serie de dibujos de la planta alta partió de dos obras que se suponía iban a formar parte de una serie que no continué. Sin embargo, por sugerencia de los curadores seguí con esa serie que finalmente realicé durante dos semanas de dibujar sin parar, hasta hacer este conjunto que ahora esta exhibido en las paredes, rodeando una pieza de cerámica entre sexualizada y ensimismada.

* La exposición Un país ajeno, de Tomás Espina, con curaduría de Carla Barbero y Javier Villa, se exhibe en el Museo Marco, Almirante Brown 1031, de miércoles a domingo, de 11 a 19, hasta el 24 de noviembre.