El 21 de abril de 1985, los brasileros y brasileras amanecieron con una noticia poco menos que insólita: Tancredo Neves, que había ganado las elecciones, acababa de morir un día antes de la asunción presidencial. Quedaba entonces José Sarney, elegido vicepresidente, que aunque no le correspondía, asumiría la presidencia tras un acuerdo político del colegio electoral.
En Argentina gobernaba Raúl Alfonsín. Ambos presidentes retomaban la tarea de armar las nuevas democracias post dictadura, pero con génesis diferentes. Sarney era un hombre ligado al gobierno del general Joao Baptista Figueiredo, por lo que se apresuró a decir que seguiría a pie juntillas el plan de Tancredo Neves en paz para todos, mientras que Raúl Alfonsín estaba dispuesto -en principio- a no tener paz llevando a la dictadura al banquillo de los acusados. Sólo coincidieron en algo: el plan económico, que acabó en una catástrofe para ambos países. El plan Cruzado y el plan Austral resultaron en unos gemelos de un experimento genético de probeta que no alcanzaron el segundo suspiro pero igual contaminaron el aire para siempre dando inicio al neoliberalismo, con una propuesta que claro, no funcionó: lograr la inflación cero.
Y hasta acá llegamos haciendo piruetas y creando martingalas fantásticas. También llegamos llenos de cifras. Y de actitudes. Y claro, de comparaciones. Ya no vale decir “las comparaciones son odiosas, pero…” porque son inevitables, y se extienden hasta cosas tan fundamentales e intangibles como la felicidad popular.
Llegamos, sin ir tan lejos, a la semana pasada, con algunas fotos. Las de la ONU en dos momentos distintos. Uno, la del presidente argentino leyendo un discurso para casi nadie en un recinto silencioso, y otro momento, donde el presidente de Brasil, Lula da Silva habló para un espacio atestado de gente que lo interrumpió tres veces para aplaudirlo.
Las actuales cifras económicas entre ambos países hablan a las claras de la situación entre estos que, más allá de ser los más grandes del continente, siempre buscaron la hermandad. Fuera de las canchas de futbol, claro. El mismo Lula da Silva dio muestras de esa búsqueda interponiendo sus buenos oficios para que Argentina entrara al BRICS, accediendo así a un mercado de miles de millones de personas que suman el 34 por ciento del PBI mundial, planificando un crecimiento inmensurable y siendo piedra fundamental para que el desarrollo económico no tuviera techo visible y fuera la base de sustentación de la soberanía regional. Era la cara contraria al experimento Sarney-Alfonsín. Y entonces creímos que aquellas políticas regionales neoliberales habían sido, con inteligencia, superadas. Y entonces llegó Milei, nos sacó del BRICS y como los colectiveros antiguos, nos mandó para atrás.
Las cifras de la semana son claras: Lula consiguió con sus políticas, asegurar la comida a veinticuatro millones de brasileros, reinsertándolos en el derecho a comer dentro del marco de la soberanía alimentaria, mientras el presidente argentino empujó a casi la misma cantidad de personas a vivir bajo la línea de la pobreza. La diferencia sustancial es que en el caso de Argentina, es más de la mitad de la población. Brasil, lleva su PBI creciendo hasta el 3,2, mientras Argentina apunta a esa misma cifra, pero decreciendo, empatándonos con la economía de Haití. Las políticas de Lula da Silva crearon, solo en el mes de agosto, doscientos treinta y dos mil puestos de trabajo, con un alza del 5,8 por ciento, mientras gracias a las políticas del gobierno argentino, hubo en el primer semestre de gobierno más de doscientos mil despidos y los nuevos monotributistas, que en su mayoría hacen repartos en bicicleta, alcanzan cifras de fantasía.
El gobierno argentino nos sacó del BRICS y nos alió a Estados Unidos. Y fue caro: hubo que entregar todo a cambio de nada.
No se sabe si Argentina tendrá una nueva oportunidad de entrar a ese mercado emergente y fabuloso, pero mientras tanto hay que saber dónde pararse, y el que encontró la punta del ovillo fue Axel Kicillof que hace un tiempo comenzó negociaciones con India, Brasil y China, asegurando mercados e intercambios entre esos países y la Provincia de Buenos Aires, que finalmente es la provincia más productiva de Argentina y que aporta el treinta por ciento del PBI nacional.
El gobernador Kicillof está hace tiempo dándole señales al resto de las provincias del país, de cuál es la salida al bloqueo internacional que Milei ejerce desde adentro del mismo estado argentino. A veces se entiende y otras veces, no. Pero nada le impide seguir armando relaciones comerciales, políticas y económicas con los países que el presidente argentino despreció en favor y por orden de los capitales de Estados Unidos.
Tanto China, cómo India y Brasil, tienen largas trayectorias en los acuerdos llamados “subnacionales” y esto no tiene que ver con que Javier Milei nos esté convirtiendo en una sub-nación a pesar de que lo está logrando sin mayor esfuerzo, sino con que estos países encontraron la forma de que sus provincias o estados (como en el caso de Brasil) logren acuerdos con otras provincias saltándose legalmente trabas de las políticas nacionales. Y el duro enfrentamiento del gobierno nacional con la Provincia de Buenos Aires encuentra allí su más poderosa razón, sabiendo que al final del mandato -y aún mucho antes- la comparación de los gobiernos de Kicillof, contrastado con el gobierno de Javier Milei será un abismo de distancia, ya no una grieta.
Por suerte en Brasil gobierna Lula y no Bolsonaro, caso contrario repetiríamos la dupla económica Sarney-Alfonsín pero infinitamente más devastadora y cruel y perversa.
Sólo resta saber con quién se alinearán los gobernadores de las otras provincias, y sus diputados y senadores, a quien el presidente les pega en las canillas cada vez que se le antoja y los llama de “ratas” sin una mínima respuesta. O dicho en corto y claro: veremos qué tan duros tienen los huesos. Y a ver dónde se paran.