Con la muerte de Fredric Jameson el pasado 22 de septiembre, a los noventa años, se pierde al crítico cultural y teórico literario marxista estadounidense más destacado del último medio siglo. Erudito e imaginativo, agudo, abarcador, parecía que ninguna obra, época o corriente artística, que ninguna producción cultural ni autoría (en materia de literatura y teatro, cine y series) se le escapara, y a “todo” las conectaba: El Padrino y los Rolling Stones, los Beatles y Sófocles, el Barroco y Andy Warhol, El resplandor y una novela de Lovecraft, otra de Philip Dick y The Wire, John Cage y Tiburón. Deslumbrante autor de libros fundamentales -más de 30 títulos- para el análisis, debate y crítica de la historia, la política, la cultura, y en torno a la posmodernidad, nueva etapa o fase del capitalismo, que configura nuestro presente.
Oriundo de Cleveland (Ohio), Jameson realizó estudios universitarios, tuvo cortas estadías en Francia y Alemania, y su doctorado, al regresar a Estados Unidos, lo hizo en Yale bajo la dirección de Erich Auerbach. Posteriormente, realizará una nueva tesis, dedicada a Jean-Paul Sartre, siendo su primer libro publicado, en 1961. Durante esas décadas, hasta 1980, introducirá un linaje de autores ausentes en los estudios literarios, por entonces inclinados a priorizar las formas, dejando a un lado las cuestiones contextuales: socio-históricas, biográficas, etc. Lukács, Macherey y Brecht, entre otros, fueron algunos de los autores propuestos, en argumentados y sofisticados textos –como Marxismo y forma (1971). Buscando renovar la teoría, Jameson escribió Documentos de cultura, documentos de barbarie, benjaminiana traducción del original: The Political Unconscious: Narrative as a Socially Symbolic Act. Ante el dilema “historia o teoría” en la literatura, dice allí, existe una tercera posición: la dialéctica. Una metodología, una forma de pensar y razonar, que interviene en todos sus libros –defendiendo el concepto de “totalidad”–, de manera no dogmática, sino abierta y creativa, con sus respectivas y adecuadas mediaciones, especialmente en sendos volúmenes como Valencias de la dialéctica, renovadora y vivaz defensa y replanteo de Hegel, el más reciente Las variaciones Hegel –centrado en la Fenomenología del espíritu–, y Marxismo tardío, dedicado a Theodor W. Adorno.
Viajes por países y continentes, y el debate intelectual y mediático desde fines de 1970 en torno a la posmodernidad, llevaron a Jameson a ampliar sus temas. El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado (1991) evalúa el desarrollo del arte de posguerra en música, fotografía y cine. Siguiendo El capitalismo tardío de Ernest Mandel, Jameson discute el carácter y alcances de la transformación operada desde el boom económico: las discusiones sobre “sociedad posindustrial” y “de la comunicación”, dando paso al posmodernismo. Una “lógica” muchas veces mal comprendida y citada, que es parte de una transformación general de la economía y la sociedad, donde la publicidad, la propaganda y el marketing, junto a la creación cultural y artística, toman preponderancia en discursos e imágenes en la esfera pública, articulándose con el mercado. Cambia el paradigma epocal, y se acentúa con nuevos bríos ideológicos (reaccionarios) tras la caída del Muro de Berlín y la disolución de la URSS: el mercado avanza y se expande, y así, el espacio -aun manteniendo diferencias y particularidades- se interconecta y “homogeneiza”.
Desde las grandes interpretaciones sobre realismo y representación en arte y literatura, sobre vanguardias y “alto modernismo” (de Balzac a Zola, de Joyce a Beckett), Jameson busca dotar de especificidad al posmodernismo, lo contemporáneo en su modo de producción e ideología masiva, de puras superficies, caracterizadas por un “presentismo” sin orígenes ni historia. Sin genealogías, aunque muchas formas del modernismo y el posmodernismo se parezcan: fragmentariedad, discontinuidad, pastiche, collage, ironía. Como señaló en “Periodizar los 60” –publicado en 1984 y luego reunido en la gran antología Las ideologías de la teoría–, “una de las dificultades para dar cuenta de la especificidad del posmodernismo reside en la relación simbiótica y parasitaria que este sostiene con el modernismo”.
Jameson fue un portentoso creador teórico, tributario de un pensamiento que ha sabido manejar con puntillosa y exacta eficacia argumentativa toda clase de discursos, teorías y categorías, de Marx a Gramsci, de Lefebvre a Debord, Horkheimer, Marcuse, Barthes, Freud, e incluso (algo más críticamente) Lacan, Althusser, y toda clase de diálogos polémicos con autores como Foucault y Deleuze, Derrida y Negri, al igual que con autores clásicos de la sociología, la historia y la economía, además del cine (Godard) y la arquitectura (Koolhaas), entre múltiples disciplinas. Cada obra de arte, cada corriente artística o cada país, provee al analista y crítico una “alegoría”, posibilitando lo que denominara mapeo cognitivo. Para Perry Anderson –en el prólogo que hiciera para El giro cultural, de Jameson– “Ningún otro autor ha producido una teoría tan penetrante o general de las dimensiones culturales, socioeconómicas y geopolíticas de lo posmoderno”.
Unificador de tendencias en apariencia contrarias –el estructuralismo y la dialéctica–, arqueólogo del futuro –guiado por el trío Hegel-Sartre-Adorno–, Jameson insistía en que la tarea consiste en periodizar: historizar nuestro presente, su devenir, para poder explicarlo y actuar en él. Acaso como escribiera Shakespeare en el Acto primero de Macbeth: “quién puede mirar dentro de las semillas del tiempo y decir los granos que germinarán, y los que no”. En 2011, Jameson publicó Representar El capital. Una lectura del tomo I, regresando a numerosas cuestiones que planteara Marx y que poseen actualidad. Allí sostuvo que, ante “la derecha del libre mercado” y su discurso sobre la “innovación”, era tarea de un verdadero socialismo volver con Marx a la apuesta por la revuelta política combinada con una “poesía del futuro”. Una “batalla discursiva” todavía pendiente.