El teatro como un puente a la memoria. Y como una nueva confirmación de que lo personal es político. Algo de todo eso se conjuga en Pastor Alemán, puesta teatral escrita por Franco Maurizi, en la que se revela, a partir de una historia familiar, parte del entramado de lo que fue la última dictadura militar. Las funciones son los domingos a las 18, en el Teatro El Grito (Costa Rica 5459). Y las entradas se adquieren en Alternativa Teatral

Alberto era el mejor abuelo del mundo para los hermanos Maurizi. Payaso y bailarín, fue el artista que los inspiró a continuar con ese legado. Pero esa admiración se quebró cuando la familia descubrió que el abuelo se había convertido en miembro de las Fuerzas Armadas y entrenador de perros de policía en plena dictadura. En ese marco, el teatro se convirtió en una herramienta necesaria para rearmar las piezas de una identidad rota.

“¿Quién es mi abuelo? ¿Y quiénes somos nosotros?” Esas fueron las preguntas que resonaron como disparadores de la historia que sube a escena, y que es también un proyecto familiar. Dirigida por Sofia Jaimot y Franco Maurizi, la pieza es interpretada por Pedro Maurizi y Victoria Maurizi (hermanos de Franco), y cuenta con la música en vivo de Diego Maurizi (su padre).

“Nuestra intención con esta obra es construir un lugar de encuentro y acción para abrazarnos y reflexionar sobre nosotros y nuestra historia, desde quiénes somos, hasta quiénes podríamos ser. Visibilizar las temáticas que nos constituyen como sociedad y hablar desde nuestra historia para poder construir un futuro con memoria, verdad y justicia”, señala Franco Maurizi, en diálogo con Página/12.

-¿Cómo surgió la idea de llevar esta historia a la escena teatral?

-Creo que más que una idea fue un impulso que necesitaba materializarse, y como el trabajo y el lenguaje que manejamos nosotres es el del teatro, se materializó así. Yo estaba cursando en la Escuela Metropolitana de Arte Dramático junto a Sofia Jaimot, codirectora de la obra, y teníamos que hacer un trabajo de filosofía que nos planteara un dilema. En simultáneo, recién empezaba a atar cabos y a darme cuenta de que mi abuelo, el que nos había hecho debutar en un escenario y nos inclinó hacia nuestro oficio de artistas, había sido policía en la dictadura. Empecé ahí a delinear un primer boceto de la obra, y luego terminé el texto en una tutoría con Fabián Díaz. Ahí reuní a mis hermanos y a mi papá para contarles que quería que actuaran ellos, y que este fuera un proyecto familiar. Nosotros gestionamos un centro cultural en Llavallol (Puerta Abierta) y algo de ese ejercicio cooperativo facilitó el ensayo y el proceso creativo.

-Ustedes hacen referencia en la obra al hecho de cómo impactó en su identidad saber el rol que había ejercido su abuelo durante la dictadura. ¿Sienten que esta obra ha sido y es una forma de afrontar ese duelo?

-Sí, por lo menos en parte. Porque todavía estamos esperando informes por parte del Estado sobre la participación de mi abuelo durante el Proceso. Todo lo que sabemos es en base a testimonios de familiares, recopilación de datos extraoficiales y conjeturas muy probables, y para nada confortables, pero que todavía no adquieren carácter de certeza. Sin embargo, lo que sabemos alcanza para problematizar y romper el ideal que teníamos de familia y el ideal sobre la figura de mi abuelo y empezar a hacernos preguntas incómodas sobre nuestra identidad y sobre cómo nos constituimos. Hay bastante de dolor y bastante de revancha. La obra tiene para nosotros también un carácter de ritual donde volvemos a lanzar al público unas preguntas que son un poco de todos. Porque como argentinos, compartimos las heridas y cicatrices de la última dictadura, y hay muchas cosas que todavía no fueron conversadas.

-¿Han conocido historias familiares similares?

-Sí. A lo largo de las funciones, han aparecido testimonios de personas e incluso grupos familiares enteros que venían a ver la obra y luego nos contactaban. Hay muchas charlas pendientes en las mesas argentinas, muchas conversaciones incómodas que todavía no tuvimos. En paralelo, nos mantenemos en diálogo con Historias Desobedientes, el colectivo de hijxs y nietos de genocidas, el cual nos abrazó desde el momento en que nos conocimos y con el que nos gustaría seguir construyendo. Creemos que siempre es un buen momento para indagar sobre nuestra historia y nuestra identidad y, como el colectivo lo enuncia, siempre es un buen momento para la desobediencia. Esta también es una invitación a contactarse para cualquiera que esté leyendo esta nota y crea o sospeche que dentro de su familia ha habido familiares con participación en la última dictadura.

-¿Cómo se resignifica la obra en este contexto en el cual desde el poder se formula un discurso negacionista?

-Nuestra intención fue que ningún sesgo ideológico filtrara la obra a nadie, y por eso la planteamos desde un lugar casi inocente. Esa es nuestra estrategia para desarticular el lugar común de la teoría de los dos demonios que busca imponer el discurso oficial. Nuestro objetivo es poder llegar a todes para poder generar un lugar de consenso colectivo a partir de las heridas que llevamos nosotros y que compartimos con el público. Al nosotros hacernos cargo de nuestra historia, y al hacernos preguntas que nos duelen frente a un otre que no conocemos, la obra plantea un combate desde la ternura contra la rigidez discursiva. La polarización de los discursos es algo que favorece al negacionismo y, si bien es muy incómodo, la única forma de transformar algo es llegar a eso junto a alguien que se asume “enemigo” para poder enfrentar el dolor juntos.

-¿Cuáles son las repercusiones en el público?

-Desde el estreno, hasta la última función, sentimos que el público nos ha abrazado. Estuvimos en festivales, en teatros municipales y en teatros independientes, y siempre estuvo presente esa energía del público que completa la obra con su mirada activa. Estamos proyectando una gira para el verano porque queremos ir a todos los rincones de la Argentina. Creemos que todas las historias familiares se vinculan, de alguna manera, con el período más oscuro de nuestra historia y, si bien hay algunas que ya conocen los roles y los relatos de sus familias en ese contexto, hay muchas otras que lo tienen pendiente o que no se les revela tan fácilmente y tienen que iniciar una investigación y una búsqueda para poder averiguarlo. Cada uno de los relatos del público, y de las historias que nos llegan, es combustible para seguir con este proyecto.