La comunidad científica desestimó oportunamente múltiples teorías conspirativas que decían que el covid 19 era resultado de un arma biológica creada por EEUU o por China, de acuerdo a los intereses o planes geopolíticos quien imaginara la conspiración. Marquina Díaz, Santos de la Sen y Vicente Sánchez definen al arma biológica como todo ser vivo, virus o cualquiera de sus productos tóxicos, empleado con el fin de producir la muerte, incapacitar u ocasionar lesiones a seres humanos. Los autores recuerdan que el ser humano conocía los efectos nocivos de ciertas enfermedades infecciosas que recibían el nombre de pestes. Eran llamadas “agentes bélicos invisibles”. Encontramos la peste de Atenas de (430 AC), la de Siracusa (396 AC), la amarilla (550 AC) la Negra (1347-1392), entre muchas otras. Sobre la negra, se cree que los cadáveres de los soldados mongoles muertos por la enfermedad eran lanzados con catapultas sobre fuertes sitiados en Crimea, para contagiar al enemigo. Esto permitió especular con que la llegada de la Peste Negra a la Europa medieval  pudo ser a causa de esta "arma biológica”.

Jared Diamond, en su monumental obra “Armas, Gérmenes y Acero. Breve Historia de la Humanidad en los Últimos Trece Mil Años”, aparte de poner en crisis la visión occidental sobre el desarrollo del mundo modern, señala la importancia del acero, las armas y muy particularmente de los gérmenes. Señala que “los ejemplos más sombríos del papel de los gérmenes en la historia se encuentran en la Conquista europea de América que comenzó con el viaje de Colón en 1492. Aun siendo numerosos los indígenas americanos que fueron víctimas de los conquistadores españoles, fueron muchos los que cayeron víctimas de los microbios españoles”. 

Ya en el siglo XX, durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), se intensifica el desarrollo de armas biológicas. Entre otras el Bacillus Anthracis, agente del ántrax. William Patrick, quien ejerció la conducción del Programa Biológico Norteamericano desde su creación en 1943, declaró que luego de 27 años había conseguido obtener armas biológicas con al menos siete agentes.

En Economía también intervienen algunos “virus”. Claudio Scaletta (Página/12 del 2/2/20)  dice que “el fiscalismo es uno de los peores virus del pensamiento económico. Es la idea de las 'finanzas sanas', de que no se puede gastar más de lo que se recauda. Es un virus porque se trata de un lugar común grabado a fuego, a fuerza de repetición, en el inconsciente colectivo".

Scaletta señala que si se profundiza en el análisis de este virus fiscalista se observa que sus cultores en realidad no están preocupados por que los gastos sean iguales a los ingresos. La verdadera obsesión es el tamaño del Estado. Por ello afirma que “un derivado del fiscalismo son los Estados Mínimos”. Luego de un profundo análisis, concluye que si efectivamente "se quisiera un equilibrio fiscal, suponiendo que sea un fin en sí mismo, se debería gastar más y no menos para que crezcan la economía y la recaudación”. Si en cambio el gasto se reduce, se entra en un círculo vicioso recesivo de caída de la actividad y de los ingresos fiscales. La teoría económica lo sabe desde al menos la década del treinta del siglo pasado. En términos de hoy en la Argentina, la actividad económica, en el primer semestre del año hay una caída del 3,4 por ciento del PBI. Mientras, la recaudación fiscal está un proceso de derrumbe. Las cifras pueden consultarse en Página/12 del 3 de septiembre último.

Uno puede preguntarse si el Presidente estará sufriendo del virus fiscalista. Para saberlo hay que analizar el discurso en el Congreso del 15 de septiembre, cuando presentó el presupuesto. No importa que haya pasado el tiempo. Es una referencia para entender su cosmovisión. En primer lugar, se volvió a ver la tendencia de Javier Milei a plantear que sus ideas son originales y novedosas. Aunque, como dijo alguna vez el historiador Pierre Vilar, “nada es más peligroso que la ilusión de la novedad, la cual no suele ser otra cosa que ignorancia de la historia”. Quizás Milei no lo haya leído. Planteó que la piedra basal de sus ideas es el déficit cero y el equilibrio fiscal. Por lo tanto se necesitaría una profunda reducción del gasto público ya que el déficit fiscal es, para el Presidente, el corazón del problema. Ya lo dijo José Alfredo Martínez de Hoz en sus Bases para una Argentina Moderna 1976-1980: “La reducción del gasto público requiere persistir en tres cursos de acción: la racionalización del gasto corriente… la limitación de prioridades… la privatización de empresas como partes de ellas… aplicar la técnica llamada de presupuesto base cero, que constituye la mejor herramienta teórica actualmente disponible para lograr una racionalización en profundidad”.

O sea que de nuevo, poco y nada. Su ministra Patricia Bullrich, además, fue protagonista central de la Ley 25453 de Julio de 2001, también llamada Ley de Déficit Cero. Esa norma establecía que el gasto público no podía superar la recaudación, base normativa del recorte del trece por ciento en el salario de empleados públicos, en jubilaciones y  en pensiones. En la actualidad, de cien pesos de recorte 26 provienen del sistema jubilatorio y a los empleados estatales nacionales les están licuando sus salarios con aumentos salariales por debajo de la inflación. Otra vez, nada nuevo.

Retomando el discurso, como Milei considera al déficit fiscal como eje ordenador para él es imprescindible ponerle un cepo al Estado. Para ello define que hay que reducir sus acciones, centralizándose en lo que llama la estabilidad macro-económica, definida como la consecuencia de la eliminación del déficit fiscal. Milei sostiene que no es tarea del Estado intervenir en el proceso económico. Afirma que no cree en la política económica contra-cíclica. En criollo, por ejemplo el Estado no debió intervenir durante la pandemia subsidiando empleos e industrias, como tampoco ante la sequía. Bastaría con dejar hacer al mercado y a sus fuerzas. Por eso es que para el Presidente gestionar no es administrar el Estado, ni hacer rutas o viviendas, sino achicarlo. 

Milei decidió vetar todos los proyectos que “atenten” contra el equilibrio fiscal, sean aumentos jubilatorios o el presupuesto en educación. Sostuvo justamente en el Congreso que cuanto más votos obtiene un proyecto en el Congreso, peor es para la sociedad.

El más absoluto dogmatismo fiscal lo lleva a sostener: “Quiero volver a repetirlo para que quede claro. No hay dudas de que esta metodología que estamos presentando blinda el resultado fiscal, sea cual fuera el escenario macroeconómico. No importa si nuestras estimaciones están bien o mal, sea cual fuera el escenario económico, el resultado fiscal estará siempre garantizado”. Es decir: si hay que seguir reduciendo gastos, se hará en el altar del equilibrio fiscal.

Y de postre, el pago de la deuda externa es el eje nuclear de este presupuesto: “El superávit primario tiene que equivaler o exceder obligatoriamente al monto de intereses de la deuda… es decir, el nivel de gasto estará condicionado por el superávit primario”. Primero la deuda, después las sobras. En más de tres oportunidades señaló que la Argentina es el país mayor defaulteador de la historia. Cuestión que es falsa, como explicara Alfredo Zaiat citando el clásico texto de Reinhart-Rogoff "Esta vez es distinto, ocho siglos de necesidad financiera". Sin embargo, en el mismo texto los autores también afirman que “Argentina posee el record de impago más grande desde 2001”.

¿Recordará el Presidente quién era ministro de Economía en esos días? Domingo Cavallo, a quien hasta hace poco Milei citaba como el mejor de la historia argentina.