“Un silencio bien ubicado, en un poema, puede decir más que mil palabras”, sugiere la poeta, profesora de francés y traductora Alicia Waisman con una sonrisa que condensa la alegría por la aparición de Suite francesa 1857-1968, publicado por Barnacle, con prólogo de Jorge Aulicino. Detrás de una poeta “económica”, como ella misma prefiere definirse, hay una lectora lúcida que convierte el “eco” de sus lecturas en poemas. En su último libro, reverbera lo leído en Madame Bovary de Gustave Flaubert; Por el camino de Swann, la primera parte de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust; Un dique contra el pacífico, la novela autobiográfica de Marguerite Duras y, finalmente, Opus Nigrum de Marguerite Yourcenar.

Aunque Waisman escribe poesía desde la adolescencia y se formó en los talleres literarios de Aníbal Ponce y Mario Jorge de Lellis, recién se animó a publicar su primer libro Ser hablada en 2013. Once años después, llega Suite francesa 1857-1968, título que remite a la serie de novelas que tenía planeado escribir Irene Nemirovsky, escritora judía francesa de origen ucraniano que murió en Auschwitz. El manuscrito de las dos primeras partes que logró terminar lo conservaron sus hijas, pero permaneció inédito hasta 2004. 

“El libro de Nemirovsky me golpeó fuertemente”, reconoce Waisman. “Me identifico como judía y mi medio de vida es acompañar en su proceso de aprendizaje a personas adultas que quieren o necesitan aprender francés, de modo que su Suite dejó impronta. Cuando se trató de ponerle título a mi libro, alguien cuya opinión tiene muchísimo valor para mí me lo mencionó. Reflexioné al respecto y me pareció un buen título. Por otra parte, la estructura del libro podría asemejarse a la de una suite musical, ¿no? Cada obra sobre la que escribo es como una danza, una pieza que compone la suite”, explica la poeta y aclara que los años mencionados en el título son los de la publicación de Madame Bovary (1857) y L’oeuvre au noir (Opus Nigrum, 1968).

Hace más de cuarenta años leyó por primera vez Madame Bovary. “Me voló la cabeza, fue como una oleada de autenticidad. Eso fue en época de la última dictadura; mientras afuera ocurrían los horrores que hoy pretenden nuevamente ser negados, yo leía Madame Bovary y El extranjero de Camus, ambas en francés, o El siglo de las luces de Carpentier”, recuerda la poeta. Después volvió a leerla varias veces más por placer o para trabajarla con sus alumnas y alumnos en sus clases de francés del laboratorio de Idiomas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

-A propósito de lo que plantea Jorge Aulicino en el prólogo, ¿cómo trabajás la escritura del poema para encontrar poesía donde no había o no estaba?

-Es una pregunta muy difícil de responder. No sé si hay una manera. A los ojos de la poeta, todo puede ser materia de poesía. En realidad, a los ojos del artista, todo es susceptible de ser visto y transformado en artefacto artístico. Y si no, pensemos en Goya, en Berni, o en Botero. O en Vivaldi y sus “Cuatro estaciones” o en Saint Saëns y su “Carnaval de los Animales”. Los cuatro libros abordados en Suite Francesa 1857-1968 hablan de conflictos profundamente humanos y cambiaron mi perspectiva, me dieron material, sin que registrara conscientemente cómo fue ese proceso. Simplemente escribí.

-¿Por qué te interesa pensar el personaje de Emma Bovary?

-Emma Bovary, una pobre muchacha de provincias, en una Francia pre Comuna de París, de 1871, es capaz de llevar hasta el final su deseo, de desafiar a lo que hoy llamamos el patriarcado. Para mí, en términos actuales, es la primera heroína feminista. Así la vi, y cuánto más después de leerLa orgía perpetua, el ensayo que sobre ella escribió hace ya casi cincuenta años Mario Vargas Llosa. Por supuesto que antes que Emma hubo otras, empezando por Medea. Pero Emma está cerca de nosotras, hace cosas que cualquiera de nosotras podría hacer o haber hecho.

-¿A qué se debe que no haya “ningún puente” entre la angustia de Emma y nuestro vacío?

-Me hacés preguntas de Academia, y yo solamente soy poeta… A ver: si pensamos en lo que es nuestra civilización occidental, en el hecho de que constantemente le estamos dando valor a las cosas, y no a los sentimientos o las emociones, y que Emma, por el contrario, es capaz de desautorizar ese sistema de valores, de exponerlo al máximo, de “jugársela”, creo que se ve con claridad la falta de “puente”, la escisión entre ella y nosotros. Emma representa el sentimiento en su más pura esencia. Occidente, a fuerza de buscar la felicidad en lo material, cuanto más se rodea de objetos, más se vacía.

-Quizá sea difícil salir de la lectura de Madame Bovary” con indiferencia. Hay algo muy intenso que tiene como personaje. ¿Cuál te parece que es el encanto principal de Emma?

-Tu aseveración es absolutamente cierta; la comparto plenamente. Si hay algo que Madame Bovary no te permite es ser indiferente. Ese jugarse al todo o nada, la irreflexión, la desmesura, esas características son las que más me conmovieron y me atrajeron. Como digo en el poema “XI”: “Ve solamente su deseo/ No ve /el abismo que se acerca”. Por algo Flaubert tuvo que padecer la censura de la Iglesia y un juicio al respecto.

-¿Cómo aparecen los silencios en la poesía? ¿De qué modo los trabajás para que se sientan o se “escuchen” en tus poemas?

-Este es un libro que terminé de escribir hace ocho o diez años, aunque, por supuesto, siempre fui releyendo y corrigiendo. También los silencios, que forman parte del poema, tanto como las palabras. Es un arte en sí mismo aprender a incorporarlos. Durante muchos años trabajé mi poesía con Liliana Díaz Mindurry, quien amorosamente me fue transmitiendo su sentido. Es una verdadera maestra. Mi poesía, en general, es “económica”: no hay abundancia de palabras o de imágenes. Y así como de las imágenes se dice que “una foto dice más que mil palabras”, así me parece que un silencio bien ubicado, en un poema, puede decir más que mil palabras.

-¿Qué recuerdos tenés de tu participación en los talleres de Aníbal Ponce y Mario Jorge De Lellis en los años 70? ¿La poesía siempre necesita ser compartida, más que otros géneros como la narrativa o el ensayo?

-Es una pregunta que me hago con frecuencia, y la respuesta varía según el momento y la etapa que esté transitando. Hay veces en que me digo que lo que me importa es escribir, más allá de quién lo lea, y otras en las que comprendo lo necesario que es compartir con otros y otras, y que el lector es indispensable para que el círculo se cierre. Cuando empecé a asistir al taller de Aníbal Ponce tenía ¡dieciséis años! Imaginate, estar sentada y escuchar a Jorge Aulicino, Daniel Freidemberg, Irene Gruss, Marcelo Cohen, Jorge Asís, Guillermo Boido, Rubén Reches y unos cuantos más…Ellos también eran muy jóvenes, pero yo era aún una niña. No me animaba ni siquiera a mostrar los signos de puntuación de lo que escribía por entonces. Fui ganando confianza con la madurez. Y aquí estoy. Nunca es tarde cuando la dicha es buena.