Si no se grita viva la libertad,

humildemente,

no se grita viva la libertad.

Si no se grita viva la libertad

riendo,

no se grita viva la libertad.

Si no se grita viva la libertad

con amor,

no se grita viva la libertad.

Vosotros, hijos de los hijos

gritáis con desprecio

con rabia, con odio

“Viva la libertad”.

Por eso no gritáis

“Viva la libertad".

                                      Pier Paolo Pasolini


La semana pasada íbamos a dar una charla con Alejandro Vainer en la Facultad de Psicología de Universidad de La Plata; se suspendió ya que la Facultad cerró debido a que un alumno se suicidó tirándose del techo. La terrible noticia produjo una gran conmoción en nosotros y entre los alumnos. A este hecho se sumó la circunstancia de dos suicidios que ocurrieron días antes en la Facultad de Medicina y de Servicio Social.

Sin embargo, estos hechos no nos toman de sorpresa, ya que desde la revista Topía venimos trabajando, lo que podemos denominar una pandemia de suicidios en jóvenes y adolescentes (La silenciosa pandemia de suicidios adolescentes, varios autores. Revista Topía N°98, agosto de 2023). Si cada suicidio o intento de suicidio es una decisión trágica que da cuenta de una historia singular, cuando afecta a muchos sujetos en un tiempo y espacio determinado debemos entender este singular desde un plural social y político que es necesario describir.

Veamos.

En la actualidad se afirman en el mundo nuevas formas de fascismos potenciados por las enormes desigualdades sociales y culturales. El fracaso de los gobiernos socialdemócratas y las diferentes formas de progresismos les ha dado nuevos aires a sectores de ultraderecha creando diferentes formas de neofascismos que hábilmente se adaptan a las particularidades de cada país. El auge de la derecha reaccionaria es evidente como se destacó en la reunión de la internacional neofascista en España y hace unos meses en nuestro país en el Luna Park: uno de sus líderes reconocidos fue Javier Milei. Sin embargo, para la mayoría de los sectores del poder, que apoyan fervientemente sus propuestas neoliberales, hay varios Milei. Pareciera que hablar y ser aplaudido en los foros más reaccionarios del planeta no tiene nada que ver con llevar adelante su propuesta neoliberal. Tampoco el Milei misógino y antifeminista; el Milei antisocialista; el Milei negacionista de los crímenes de la dictadura; el Milei admirador de Bukele y tantos otros derechistas. No podemos pensar que estos son diferentes Milei ya que todos se potencian.

Tengamos claro, si en esta primera etapa logra algún equilibrio económico, que va a beneficiar a los grandes grupos económicos, allí está el Milei fascista para garantizar la permanencia del neoliberalismo. Como adelantan las propuestas de la vicepresidenta Villarroel, la ministra de seguridad Bullrich o el ministro de defensa Petri.

De allí que no pensamos que Milei es un loco, un lunático. No, Milei es un fascista. Es decir, Milei plantea una política que potencia los efectos de la pulsión de muerte. De allí que aquellos que trabajamos en la clínica, en el campo de la Salud Mental para potenciar los efectos de la pulsión de vida, se nos plantea un problema ético político con este gobierno.

Recordemos lo que dice Freud cuando hizo un estudio junto a William Bullit sobre el presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson. En este extenso trabajo, donde caracteriza al presidente Wilson --entre otras cuestiones-- de narcisista y paranoico, escribe: “Locos, visionarios, víctimas de alucinaciones, neuróticos y lunáticos han desempeñado grandes papeles en todas las épocas de la historia de la humanidad... Habitualmente ha naufragado haciendo estragos, pero no siempre... Son precisamente sus rasgos patológicos de su personalidad, la unilateralidad de su desarrollo, el refuerza anormal de ciertos deseos, la entrega a una sola meta sin sentido crítico y sin restricciones, lo que les da poder para arrastrar a otros tras de sí y sobreponerse a la resistencia del mundo”.

Como podemos ver en este texto, Freud establece claramente que las características subjetivas de un gobernante no pueden ser una coartada para dar cuenta de los efectos que sus políticas producen en la sociedad. Decir que Hitler o Mussolini eran sádicos no explica la articulación del nazismo y el fascismo con las clases dominantes de sus respectivos países.

La política económica y social de Milei produce consecuencias en el padecimiento subjetivo como un efecto querido y necesario para mantener el sometimiento. La pobreza llegó a casi el 60% de la población de la cual el 20% vive en la indigencia. Según un estudio de la OMS, en nuestro país “se observa de manera sistemática un deterioro de la calidad de vida de los argentinos, cuyos niveles de estrés, depresión y  ansiedad abarcan a 7 de cada 10 argentinos, lo cual se encuentra entre los más altos de los últimos años”. Este efecto querido --no solo por cuestiones económicas-- apuntala la dominación de la sociedad ante la sensación de encontrarnos en una situación sin salida que se disfraza de una ilusión que se sostiene en una esperanza pasiva, una esperanza en que algo va a cambiar mágicamente. Su consecuencia son el desarrollo de las pasiones tristes: el miedo, el egoísmo, la violencia destructiva y autodestructiva, la depresión, etc.

Si el psicoanálisis plantea su especificidad al comprender los efectos de la realidad de la fantasía, hoy debemos incluir lo traumático que produce una cultura en el exceso de realidad que produce monstruos. Cuando hablo de exceso de realidad es para referirme a una realidad cuyo exceso impide la capacidad de simbolización, produciendo hechos traumáticos que generan monstruos en tanto no son del orden de las fantasías o del delirio. Por ello, hablamos de un traumatismo colectivo, de un traumatismo social generalizado que abarca a todos los sectores de la sociedad; donde, como siempre, los más afectados son los desvalidos socialmente.

Vivimos en un mundo desconfigurado, un mundo que lo sentimos atravesado por la tragedia y que ha llevado a la sensación de vulnerabilidad y de vacío. Sus consecuencias son múltiples. Una de ellas son los procesos de desidentificación que dejan inerme al sujeto.

Si hablamos de identidad tenemos que referirnos a las identificaciones; ellas están desde el nacimiento del sujeto a partir de las primeras identificaciones con un Primer otro significativo que posibilita la constitución del psiquismo. Estas identificaciones primarias llevan a in-corporar rasgos y particularidades de esos otros en el ámbito familiar que conforma para el infante el primer espacio-soporte libidinal, imaginario y simbólico de los efectos del interjuego pulsional. Luego, en especial durante la adolescencia y la juventud, aparecen las identificaciones secundarias que van a continuar a lo largo de la vida. Cuando estas marcas singulares son compartidas por otros en un grupo de amigos, la escuela, un club, etc. aparece la dimensión de las identificaciones colectivas que se anudan a un cuerpo que instituye su subjetividad desde diferentes cuerpos: el cuerpo orgánico, el cuerpo pulsional, el cuerpo social y político, el cuerpo imaginario y simbólico. Desde esta perspectiva definimos el cuerpo como el espacio que da cuenta de los procesos de subjetivación. Desde aquí hablamos de corposubjetividad como un entramado de tres espacios (el psíquico, el orgánico y el cultural) que tienen leyes específicas productoras de subjetividad; por ello entendemos que toda producción de subjetividad es corporal en el interior de una determinada organización histórico-social. Dicho de otro modo, toda subjetividad da cuenta de la singularidad de un sujeto en el interior de un sistema de relaciones de producción.

Desde este punto de vista, la identidad se in-corpora a través del ámbito familiar, social y colectivo en un permanente proceso de hacerse y rehacerse; por lo cual, no podemos hablar de identidades constitutivas del sujeto ya que éstas dependen de la relación con los otros en el interior de una cultura y del entramado singular en cada corposubjetividad. Es así como entendemos la dimensión corposubjetiva de la identidad.

Lo que predomina hoy en día son los procesos de desidentificación y desubjetivación ante la sensación de fragmentación de las relaciones sociales y una civilización atrapada en los efectos de la pulsión de muerte.

Este traumatismo social generalizado --que se ha acentuado en este gobierno-- con sus consecuencias en los procesos de desidentificación genera una pandemia en Salud Mental. Pandemia cuyo síntoma más dramático --entre otros-- es el aumento significativo de suicidios de adolescentes y jóvenes.

Desde esta perspectiva lo que predomina con esta política económica y social del gobierno es la fragmentación de las afecciones comunes de los trabajadores que genera la desidentificación; la individualización de la economía cuyos efectos son el “sálvese quien pueda”; el achicamiento de las experiencias de trabajo donde se compartía un espacio y un tiempo reemplazado por el trabajo virtual; el desmantelamiento de las instituciones de salud y de derechos sociales afianzando la responsabilidad individual; el clientelismo de los planes sociales que genera una dependencia de los políticos del poder. Todas estas circunstancias dificultan la conformación de un colectivo que genere un accionar político duradero que permita transformar este régimen de acumulación. Por consiguiente, debemos seguir sosteniendo que el problema de la alteridad es uno de los grandes desafíos de la actualidad.

Por ello los procesos de corposubjetivación en la singularidad de cada sujeto son necesarios entenderlos desde un plural en tanto el otro es la base de nuestra esperanza; en tanto el otro genera Eros. De allí la importancia de crear espacios individuales, familiares, sociales y políticos en el encuentro con el otro para afianzar la fuerza que produce comunidad.

Enrique Carpintero es psicoanalista, director de la revista y la editorial Topía. Este texto está basado en el editorial de la revista Topía que se publicará en noviembre.