Pajaritos y pajarracos

“Cada año, más de un billón de pájaros mueren solo en Norteamérica por chocar contra las ventanas”, cuenta la fotorreportera canadiense Patricia Homonylo. Ella integra la organización Fatal Light Awareness Program, que se dedica al rescate de aves en estos accidentes. Desgraciadamente, casi nunca sobreviven. Para evidenciar la magnitud del problema, la organización preserva los cuerpos de los pájaros. Homonylo los dispuso en círculos y esa fotografía ganó el premio The Bird Photographer of The Year, seleccionada entre 23 mil imágenes llegadas de todo el mundo. La foto resulta perturbadora, entre otras cosas porque al verla es imposible no pensar en El lenguaje de los pájaros, un libro sufí escrito en torno al siglo XII que da cuenta de cómo 30 mil aves salen en búsqueda del Simurg y atraviesan varios círculos virtuosos para acceder a la iluminación. La imagen podría leerse como reverso oscuro de esta leyenda. En un mundo cada vez más desangelado, el certamen (que se realiza desde 2016) busca la recuperación del respeto por la naturaleza e indaga el modo en que los pájaros han tenido que adaptarse a una incómoda convivencia con la especie humana en entornos urbanos. Esto es lo que muestra también la foto que obtuvo la medalla de bronce en la categoría Conservación: se trata de un grupo de cuervos cuya silueta oscura resalta contra el resplando apabullante de la Torre de Televisión de Berlín. “Tomar fotografías aceptablemente nítidas a 1/25 de segundo, sin trípode y temblando, no fue fácil”, reconoció su autor, Tomás Grim. También hay fotos muy graciosas, como el pingüino que se hizo el John Travolta sobre el hielo de la Antártida y tiró unos pasos geniales, retratado por Nadia Haq. O los prionopos, aves muy gregarias que hicieron juntada sobre un cable, en Sudáfrica, captados por Gary Olliver. Parece ser que mientras haya vida, habrá esperanza (no se sabe si esto también es un dicho sufí).

El sabor del encuentro

Desde el mingitorio de Duchamp para acá, los objetos cotidianos han invadido las artes plásticas para bajarles el copete y cuestionar su dimensión aurática. Sin embargo, la confusión puede ser fatal incluso de la puerta de los museos hacia adentro. Si no, le podemos preguntar al técnico de ascensores que se deshizo de dos latas de cerveza pensando que se trataba de basura. Ocurrió en el LAM de Lisse, en los Países Bajos. “Todos los buenos momentos que pasamos juntos”, del francés Alexandre Lavet, es una obra constituida por dos latas de cerveza vacías. Una mirada más cercana revela que fueron abolladas fueron meticulosamente y pintadas a mano con acrílico, exhibidas dentro del hueco del ascensor de cristal del museo, como si hubieran sido dejadas ahí por azar. La curadora Elisah van den Bergh se dio cuenta de que las latas no estaban en su lugar y las encontró en una bolsa de basura. El museo no guarda ningún rencor hacia el técnico del ascensor que cometió el error. Estaba reemplazando al técnico habitual del museo, que conoce bien el edificio y sus exhibiciones. “Hizo su trabajo de buena fe”, afirmó Van den Bergh. “En cierto modo, es un testimonio de la eficacia del arte de Lavet”, agregó. Las latas se limpiaron y se colocaron en un lugar de honor en la entrada del museo: ahora están exhibidas temporalmente sobre un pedestal tradicional. El técnico mandó a decir que se busquen a otro y se fue a tomar unas cervezas de verdad con sus amigos. A ver cuál es el arte más verdadero.

Al infinito y más allá

Ya ha pasado demasiada agua bajo el puente como para seguir insistiendo con que el tamaño sí importa. Pero el monte Everest sigue insistiendo con eso de querer ser el más alto del mundo. Ahora, los investigadores dicen que el Everest está experimentando una especie de crecimiento acelerado. Esta gran montaña se eleva a 8.849 metros. Y un grupo de geólogos asegura que se ha elevado entre 15 y 50 metros adicionales en los últimos 89.000 años, y que el ascenso continúa en la actualidad. “Nuestro estudio demuestra que incluso el pico más alto del mundo está sujeto a procesos geológicos continuos que pueden afectar de manera mensurable su altura”, dijo el profesor Jingen Dai, coautor del estudio de la Universidad de Geociencias de China en Beijing. Dai señaló que el Everest es una especie de anomalía, con su pico unos 250 metros más alto que las otras montañas más altas del Himalaya. Esto se debería a un peculiar proceso de erosión. “En ese momento, habría una enorme cantidad de agua adicional fluyendo a través del río Arun, y esto habría podido transportar más sedimentos y erosionar más el lecho de roca”, dijo el Dr. Matthew Fox, coautor de la investigación, del University College London. Ellos dicen que la reducción de peso en la corteza terrestre, a medida que se eliminó este material, ha provocado un levantamiento de la tierra circundante. Y ahí sigue el Everest, enhiesto, desafiando a la ciencia con su virilidad longeva.

La mujer del cuadro

“Ese cuadro es horrible”, insistía la esposa de Luigi Lo Rosso allá a comienzos de los años sesenta. Pero a Luigi no le importaba. Ese retrato de una mujer en colores planos, con una pincelada rabiosa, era raro, sí, pero algo había que colgar en el living su casa de Capri. Así que este señor, chatarrero de ocupación, armó un marquito precario y ahí desplegó la tela, encontrada en un sótano mientras hacía trabajos de limpieza. Ahora, expertos italianos han comprobado que se trata de un Picasso auténtico. Tampoco es que había que ir tan lejos porque la firma del artista español estaba estampada, bien visible, en una esquina superior del cuadro. Sólo mucho más tarde, su hijo Andrea empezó a hacer preguntas después de estudiar una enciclopedia de historia del arte que le había regalado su tía. La familia finalmente buscó el consejo de un equipo de expertos, entre ellos un conocido detective de arte, Maurizio Seracini. Después de varios años de investigaciones, Cinzia Altieri, miembro del comité científico de la Fundación Arcadia, que se ocupa de atribuciones de obras de arte, confirmó que la firma del cuadro hoy valorado en seis millones de euros, era verdaderamente de Picasso. Es probable que se trate de un retrato de Dora Maar, una gran fotógrafa y artista francesa con la que el pintor tuvo amores y a la que ghosteó sin problemas después de retratarla en varias oportunidades. Era un visitante frecuente de la isla de Capri, en el sur de Italia, y se cree que la pintura, que es sorprendentemente similar al “Buste de femme”, fue realizada entre 1930 y 1936. Lo Rosso murió pero su hijo Andrea, ahora de 60 años, continuó las averiguaciones. “Mi padre era de Capri y coleccionaba chatarra para venderla por casi nada”, dijo. “Encontró el cuadro incluso antes de que yo naciera y no tenía ni idea de quién era Picasso. No era una persona muy culta”, cuenta. Incluso dijo que hubo momentos en los que la familia consideró deshacerse del cuadro. “Mi madre no quería quedárselo; seguía diciendo que era horrible”, asegura. Y muestra una foto de la señora Lo Rosso en el living, delante de la pintura, desafiando con su risa a esa otra mujer rara del cuadro. Andrea, asegura, se ha puesto en contacto varias veces con la Fundación Picasso de Málaga, pero dijo que hasta ahora no le han dicho ni que sí ni que no. La fundación tiene la última palabra sobre la autenticidad de la pintura, que descansa en una bóveda en Milán para que la familia Lo Rosso no deba soportarla a la hora del vermut.