Hay dos construcciones políticas utilizadas desde hace siglos, casta y meritocracia, que el neoliberalismo manipula aviesamente, es decir, causando daño social premeditado. Se podría pensar que son recursos de marketing político pero, por el contrario, son pilares ideológicos. 

En un reciente libro, la activista afroamericana y profesora Isabel Wilkerson (Casta, de Penguin Books), sorprendió a millones de lectores con un estudio comparativo y crítico de los Dalits (intocables) de la India, los judíos durante el régimen nazi y los afroamericanos (esclavos y sus descendientes) en los Estados Unidos.

El concepto de casta alude a un sistema político de jerarquías donde un grupo de privilegiados constituye el núcleo dominante de la sociedad. En el fondo de la pirámide se encuentran los dominados, excluidos y pauperizados con el objetivo planificado de preservar el poder de los dominadores. En rigor, no existe “una casta” sino un sistema de castas que impregna cada comunidad política.

La versión neoliberal de esta construcción ideológica divide a la sociedad en los favorecidos por su patrimonio personal o elevados niveles de remuneraciones, que en los Estados Unidos no representan más del 10 por ciento de la población, acompañados por una menguante clase media blanca y, finalmente, una gigantesca proporción de blancos precarizados, latinos, asiáticos, y afroamericanos.

En una imágen, los “elegidos” se congregan en countries y condominios precintados, asi como en zonas reservadas para oficinas, parques industriales, logias secretas empresariales (tambien llamadas cámaras empresariales), depósitos de mercaderías, establecimientos agropecuarios y fabriles, yacimientos para la explotación de los recursos naturales, todos ellos protegidos por un séquito numeroso de oficiales y tropa especializada en su seguridad privada. En otras palabras, los poderosos viven aislados como si fueran prisioneros dentro de su propio “ghetto”.

Alrededor de este enclave de salvaguardas para los que más tienen se alojan los miembros de clase media blanca que operan los servicios esenciales y la asistencia logística. El resto de la población, los Dalits de la sociedad Americana, viven en condiciones de miseria, discriminación, desempleo, explotación económica y represión policial.

El mensaje esencial en la obra de Wilkerson es claro y doloroso: el estamento del poder y sus colaboradores inmediatos (en general profesionales en vasallaje hacia sus señores feudales) usa, emplea y explota a las castas inferiores para incrementar la riqueza de la casta directora, sus gerentes y sus descendencias variopintas.

La consecuencia más estremecedora para la Argentina es que el 50 por ciento de su población está sumida en la pobreza y transitando un camino de empeoramiento verificable, mientras que la tasa de fallecimiento para las pymes va en aumento, al tiempo que los empleadores de grupos oligopólicos gozan de permisividad fiscal para la evasión impositiva y el lavado de activos, incluyendo una demolición de los derechos laborales sin precedentes en nuestra democracia.

Meritocracia

Es habitual que la casta neoliberal enarbole la bandera de la meritocracia como un entramado que premia el esfuerzo individual, la disciplina en el trabajo y una religiosa lealtad a los valores de esta ideología. La consecuencia, ellos afirman, es que se trata de un mecanismo eficiente que permite seleccionar a “los mejores” para destinarlos a funciones en el gobierno y las grandes organizaciones.

Sin embargo, y a lo largo de la historia, las meritocracias diseñaron narrativas para legitimar parientes y amigos en aquellos cargos que les garantizaran su permanencia en la casta dominante. Pero las dos preguntas decisivas son: ¿quiénes eligen a los mejores?, y ¿quiénes se benefician con la selección?

Hubo épocas en China y Egipto, por ejemplo, en las cuales las meritocracias se constituían celebrando dificultosos exámenes y procurando entrenamiento exigente, proceso que estimulaba la movilidad social ascendente y la incorporación de los más aptos para cubrir los puestos esenciales de la burocracia estatal.

Lamentablemente, en las meritocracias que encontramos a lo largo de sucesivas etapas de la historia, ni están necesariamente los más capaces, honestos, o idóneos, ni podemos afirmar que ellos persiguen como objetivo el bien común.

El año pasado, Peter Turchin (un experto mundial en sistemas sociales complejos), publicó resultados de investigaciones propias y de un grupo de especialistas, que revelan cómo las causas de la inestabilidad social, el descontento, los cambios de regímenes politicos y los estallidos sociales, pueden atribuirse a dos disparadores principales: en primer lugar, el empobrecimiento de las mayorías populares a manos de la casta dominante de turno. En segundo lugar, la superproducción de candidatos a la élite dominante lleva al enfrentamiento de los que dominan y las facciones que los amenazan, las contra-élites.

Los que no acceden al poder que les daría una nueva clase dominante son desplazados y caen en niveles jerárquicos inferiores, convirtiéndose en descontentos, radicalizados, o revolucionarios. Por consiguiente, el juego recíproco de este par de disparadores siempre ha transitado un camino que lleva a las puertas de la desintegración política.

El contexto argentino

La utilización desvergonzada de la expresión ‘casta’ no se sostiene ni siquiera gracias al apoyo contumaz de los medios corporativos vendidos al poder económico. Como todo sistema político, el de nuestro país es una arquitectura de niveles sociales, y la casta dominante bajo este gobierno neoliberal es la de los ricos y conglomerados empresariales-financieros, asociados con sus soportes técnicos y profesionales.

El resto, un 80 por ciento de la población se reparte en 50 por ciento de precarios, indigentes, trabajadores informales o directamente desocupados, y 30 por ciento de unidades familiares vinculadas principalmente a las pymes y el empleo público. Por lo tanto, cuando se postula que “nuestro enemigo es la casta” se está diciendo “nosotros, que somos la verdadera casta, estamos de este lado, mientras que el 80 por ciento del país está del otro lado, y ése es nuestro enemigo”.

Para cumplir sus propósitos, cualquier gobierno neoliberal construye una meritocracia formada por un núcleo centralizante, la plutocracia (el poder en manos de los que más riqueza tienen), articulado con dos cuadros complementarios: por un lado, una kakistocracia (la administración de los mediocres e incapaces, los aduladores y fabricantes de mentiras dañinas), y por el otro, una kleptocracia (la gestión de los que toman los recursos del Estado para su beneficio personal o empresarial).

Para cerrar, rescatemos una interpelación concluyente. No hay ejemplos en las democracias representativas de un país en el cual el 60 por ciento de su población está sumergida en vergonzante precariedad, desempleo y hostigamiento policial, y que pueda soportar por mucho tiempo la expropiación de su dignidad y futuro. Al final del día, ellos se hartarán, y votarán el cambio.

*El autor es Doctor en Administración (UBA), escritor y analista político.