Romina Smile - 7 puntos

(Argentina, 2024)

Dirección y guion: Pablo Stigliani.

Duración: 103 minutos.

Intérpretes: Martina Gusmán, Miranda Castiglione, Rocío Pardo, Vladimir Durán, Román Almaráz.

Estreno en salas de cine.

Romina se mira al espejo por última vez después de los últimos retoques de maquillaje, disperso en el rostro y una parte del cuerpo semidesnudo. Junto a sus colegas está a punto de salir al escenario; a pesar de las apariencias, no se trata de bailarinas o actrices. Romina es promotora– de eventos empresarios, en carreras automovilísticas, para determinados productos en la vía pública– y esa ha sido su profesión durante buena parte de las últimas dos de décadas. Romina está por cumplir cuarenta años y en esos menesteres, en los cuales el cuerpo femenino es un mecanismo, un atractivo visual, la edad es un elemento central de la ecuación. “La gente busca chicas más pendejas”, le dice su jefa en la agencia Smile, un eufemismo poco sutil para señalarle que está quedando un poco mayor para el métier.

El nuevo largometraje de Pablo Stigliani (Bolishopping, Mario on Tour) se aleja en gran medida del tono de sus films previos, erigiendo un drama personal y social con las herramientas del naturalismo, en un mundo laboral hostil y problemático. Como en Leonera (2008), el film de Pablo Trapero que la transformó en una figura del cine argentino, Romina Smile está construida alrededor de la persona cinematográfica de Martina Gusmán. Su Romina es una mujer al mismo tiempo frágil y resistente. La madre de un hijo adolescente (Miranda Castiglione) que debe parar la olla y pagar el alquiler sin ayuda externa. El guion de Stigliani pone de relieve todo el tiempo la necesidad de tener y mantener un trabajo, un relato en el cual el dinero es esencial para la supervivencia, como en la vida de la mayoría de sus potenciales espectadores.

Sin los planos aéreos de Puerto Madero y las calles recoletas que pueden apreciarse en una porción del cine nacional, sobre todo el más cercano a los idearios masivos, Romina Smile transcurre en barrios de monoblocks donde la clase media trabajadora que se supo conseguir parece estar constantemente arañando los bordes de la medianera social. En ese ámbito se mueve Romina, cuando no está entregando folletos en la calle o vistiendo trajes ajustados en algún evento. Se cocina, se ven películas en la tele, se pide helado por delivery, se ayuda a un hijo que desea ser chef y que, por el momento, sueña con ampliar el negocio de la venta de sándwiches veganos con la compra de un horno para preparar tartas. También se conoce a un hombre, un inmigrante que oficia de chofer de una combi (el colombiano Vladimir Durán, realizador y actor de ocasión), aunque nunca es fácil iniciar una relación sentimental con una vida ya armada.

La mirada de Stigliani es tierna y evita cualquier atisbo de sordidez o explotación del sufrimiento, incluso cuando en una escena, a mitad de camino entre el patetismo y el sentido del humor, tres chicas de diferentes contextos físicos y edades son “exhibidas” a un potencial cliente, destacando las virtudes de cada “modelo” para determinado tipo de promoción. La influencia del cine de los hermanos Dardenne se evidencia en algunos pasajes, pero toma posesión de la pantalla durante los últimos minutos, cuando el guion pone a la protagonista en una disyuntiva personal (moral, ética, económica) ante la cual se abren varias posibilidades de cara al futuro. 

Es entonces cuando Romina vuelve a sonreír frente a un espejo y la cámara de su teléfono celular, poniéndose a disposición de las miradas ajenas. Incluso allí el film evita el subrayado, que podría haber convertido a Romina Smile en otro tratado sobre el patriarcado, y elige quedarse con la humanidad de su heroína proletaria, con sus evidentes virtudes y también alguna que otra zona inevitablemente errónea.