Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite. Vuestra tierra está destruida, vuestras ciudades puestas a fuego, vuestra tierra delante de vosotros comida por extranjeros, y asolada como asolamiento de extraños. (Isaías Cap. 1) La Biblia

Claro que no me resulta extraño, leyendo este texto escrito hace miles de años, que la historia de la humanidad se repita una y otra vez.

Días pasados, me dispuse a escuchar el discurso del presidente de la Nación en la presentación del partido político que lo patrocina. No porque me interese, ni porque me considere masoquista. Estaba escuchando un vinilo de Miles Davis y tenía la TV en silencio, pero quise tener mi propia opinión de sus conceptos en una república que parece desmoronarse y para algunos pocos, resurgir como una potencia.

“Cierren el orto, manga de soretes, hijos de putas, escuchen lo que siente el pueblo por ustedes”. Manifestaba hacia el periodismo, casta política y vaya a saber quiénes más, mientras los militantes rugían en insultos.

“Esperpentos, cucas, delincuentes, sindigarcas”. Mientras escuchaba el discurso en la noche primaveral, iba anotando en la pantalla del celular los improperios que escuchaba para que no caigan en el olvido de mi mente, comúnmente atenta a otras cuestiones.

“Sicarios de la política, degenerados fiscales, gobierno de impresentables, econochantas”. La gente, mayormente jóvenes, reaccionaba y repetía como un mantra cada gesto y palabras de este líder, salido de ese hueco nefasto y vulgar que se ha trasformado la televisión, con sus programas de chismes, politiquería de cotillón y adulamiento a lo efímero de aparentar.

De todas maneras, llegamos a estar así por la complicidad. Los cómplices silenciosos, como en la dictadura cívico, eclesiástica, militar. Siempre se necesita de cómplices para llevar adelante un plan de estas características. Basta ver la imagen de las Sierras de Córdoba, como se hunden en el infierno del fuego premeditado, dejando la flora y la fauna destruidas. Mientras el gobernador de la provincia, recibe al presidente y le regala un poncho para la foto, con sus rostros sonrientes. Mayor símbolo de complicidad échale agua, no mineral, sino del Paraná, marrón salvaje.

Osvaldo S. Marrochi