Son tan contundentes y viscerales las respuestas –musicales, conceptuales, periodísticas- de Andrea Álvarez, que casi no hace falta introducir. Con lo básico, está. Que acaba de publicar un disco de crudo impacto sonoro y emotivo llamado La cadena del mal, pues. Que sus once temas fueron compuestos por ella –sola o acompañada-. Que lo grabó junto al trío que la acompaña hace diez años (Tomás Brugues, en guitarra y Lonnie Hillyer, en bajo). Y que lo estrenará en público este viernes 4 de octubre a las 20 en el Roxy de Niceto Vega 5542.
“No sé lo que va a pasar en el vivo, pero si lo que vamos a intentar que pase”, ríe ante Página/12 la experimentada baterista, cantante y compositora de 62 años que supo tocar, entre otros, con Soda Stereo, Divididos, Charly García, David Lebón y Attaque 77. Y que se tornó solista durante el primer año del milenio. “Va a ser antes que nada un show de música, una ceremonia de rock. Me gusta divertirme, tocar sin solemnidad, con alegría, jugar a estar ahí”, redondea Andrea, con el show en gateras.
-Es lo que te gusta. ¿Y lo que no?
-Lo que no me gusta es la careteada de la pose para las redes. Estamos en una época rara por lo repetitiva en nuestra historia, donde se ve muchísima opulencia en muchos espectáculos en medio de una realidad muy difícil, económica y moral. Eso no me gusta.
-¿Para quién va la áspera y turbulenta “Sos la muerte del rock” que abre el disco?
-Es una especie de ofensa, la peor. Le hablo a quien nos quiere venir a “matar el rock”, el rock como símbolo de los lugares que nos armamos para resistir, y como espacio donde somos quienes queremos ser. En esta guerra de poderes, porque La Cadena Del Mal se trata de eso, los “de arriba” vienen a sacarnos lo que nos hace felices y que son cosas a las que ellos no pueden acceder, porque no se compran. “Sos la muerte del rock” le habla a quien nos viene a romper las pelotas. Originalmente, se lo cantaba a la industria de la música como algo simbólico, pero cada persona se lo puede cantar a quien sea que sienta que lo o la está molestando. En lo musical, sentí que empezar con la intro de “Rock And Roll” de Zeppelin era como una toma de postura. En el disco hay muchas citas musicales y en la batería especialmente que le rinden homenaje al rock y su historia, y este tema resume bien el espíritu general del disco todo. El mensaje, como dije, tiene que ver con la insistencia de declarar muerto al rock que tienen los medios y determinados personajes que a mi entender nunca jamás van a ser “del palo” y como respuesta yo les digo: “la muerte del rock sos vos”, porque el rock es imposible que muera.
-Descartada su muerte, ¿en qué estadio creés que está hoy, al menos en su faceta argentina?
-Depende a qué se llame rock argentino. Donde yo veo más rock es en las bandas under de todo tipo y edad. Creo que, como siempre, en el under está lo mejor. Después, hay toda una movida más joven que ya no es tan under y que me gusta y sigo, pero registro que para mi gusto les falta un poco más de “algo”.
Lo que Andrea contesta sale, como siempre, sin pelos en la lengua. Dice lo que siente y piensa. Por ejemplo, que la escena de hoy la entusiasma, pero no como cuando apareció aquello del “rock emergente” a través de bandas como Los Brujos o Babasónicos. “Una cosa que sí destaco de hoy es que hay muchas mujeres tanto arriba como abajo del escenario. Esto para mí es un avance”, asegura la batera, que nombra como su banda preferida –de hoy- a Espanto Club, de La Plata. “Y entre mis contemporáneos me siento afín a Richard Coleman. Aunque nuestro rock sea diferente, siento que tanto él como yo estamos muy en sintonía con lo que pasa hoy a todo nivel, sin perder de vista quiénes somos y qué hicimos musicalmente, además de tener ambos un compromiso profundo con la música que elegimos tocar”.
-Acabás de destacar el hecho de que haya muchas mujeres arriba y abajo del escenario. ¿Qué más pensás del rol de la mujer en el rock?
-Es todo un tema este. Por un lado, yo ya pasé este capítulo de “la mujer en lugares”. Tengo 62 años y estoy en cuestiones más generales, aunque sin desconocer, obvio, la problemática de mi género. El feminismo es un tema desde siempre en mi vida, siendo yo en todo lo que hago y lo que hice. Pero también me pudre la sobreactuación de la causa. Me harté de los personajes que levantan banderas de causas colectivas pero con un beneficio individual, y a eso también le canto en este disco. Me harté del “pongan mujeres” cuando en realidad se trata de armar kioscos. Creo que esta época lo que genera es sacarle seriedad a luchas que existen hace mucho, y por las que muchas personas dan o han dado la vida. Volver moda una causa y lo que es peor, meterse adentro para validarse y usar ese acting para enganchar gente es un horror. Cuando apareció el tema de la ley de cupo femenino en la música, yo no estaba de acuerdo porque soy de una generación que quiere ocupar lugares por capacidad y no por cupo. También soy consciente, y siempre lo dije en voz alta aunque me hayan tildado de problemática y de buscarle el pelo al huevo, que ser mujer es un tema y que en los festivales, por decir algo, el porcentaje de mujeres que incluyeron siempre comparado con las que estábamos activas era irrisorio. Me puse a militar el cupo cuando me di cuenta lo que molestaba esa lucha y a quiénes les molestaba, que eran justamente los que me molestaban: el sector empresarial.
-La cosa más política, económica, en el centro de tus preocupaciones, decís.
-Porque sabía que ese famoso cupo logrado a mí no me iba a tocar por razones obvias. Y así fue: hecha la ley hecha la trampa. Pusieron mujeres, sí, pero siempre las mismas o las que pertenecían a determinados guetos o productoras. Ojo, no estoy calificando a las artistas, estoy hablando del sistema y de cómo funciona. Después, que cada una se haga cargo de lo que hace y de cómo lo hace. No considero que la escena sea realmente inclusiva, aunque veamos más mujeres que en general son chicas jóvenes. Si comparamos la cantidad de músicas activas que existen con las que figuran repetidamente, no hay una representación real.
-Es una postura intrépida.
-Porque parece que tampoco se puede hablar del tema ¿no?... pareciera que te ponés en contra de las mujeres, y ese justamente es el motivo por el que estamos como estamos. No se puede hablar de nada que perjudique a quienes tienen privilegios. Todo eso me recontra rompe las pelotas.
-Volviendo a La cadena del mal: ¿Es tu trabajo más ambicioso?
-No sé si ambicioso porque, para mí, ambicioso es algo que te cuesta hacer y la verdad es que este disco no nos costó ni tocarlo ni componerlo. Concretarlo sí, pero no por motivos musicales, sino anímicos y económicos. De lo que sí estoy segura es que se trata de mi mejor disco. Si bien me gustan todos (el epónimo debut, más ¿Dormís?, Doble A, y el más reciente Y lo dejamos venir, publicado hace ya nueve años), en este trabajamos tanto juntos como banda en todos los procesos que creo que se nota en el resultado, además de todo lo que aprendí mientras fui transitando esto de ser solista.
-¿Por qué sostenés que es el mejor, pese a sus antecesores?, que no sea porque es el último...
-(risas) Bueno, creo que es el mejor porque cerré la idea, aprendí.
-¿Qué aprendiste?
-Aprendí de Emilio Haro y Jim Diamond que me ayudaron a producir. Aprendí de mis músicos anteriores, que me ayudaron a cerrar ideas sin tocar yo misma, sino cantando melodías y buscando acordes. Aprendí también a tocar menos, a simplificar las letras, a encontrar palabras más mías para cantar. De hecho, La Cadena del mal es un disco que se escucha entero de una forma muy fácil. Te lleva solo a escucharlo todo. Eso me gusta. Y me gustan todos los temas, ¡lo que no es poco! (risas).
-Entre ellos, el rabioso “Cuando me muera” ¿cuál es el blanco de la descarga decibélica y emocional, en este caso?
-La rabia siempre va a seguir porque mi gran inspiración es el enojo ante lo que considero injusto y ante todo lo que me da bronca, y hoy estamos rodeados de todo eso. Antes que nada, me da bronca la hipocresía, la gente careta, las injusticias y la berretada general en todos los ámbitos. No quiero vivir enojada y por eso compongo y me sale así, con esta intención. Me lo saco y sigo con la vida, quiero decir. “Cuando me muera” es también el enojo ante la impotencia que da la muerte de las personas que quiero.
-¿Qué pensás de la muerte?
-Que está muy presente cuando te vas acercando a ella, por lógica de la edad. Creo que la pandemia también nos la puso como algo que puede pasar ahora mismo, y a cualquier persona. Después, bueno, me jode mucho cuando se mueren mis amigos músicos y el afuera los describe como se les canta con la impunidad que da que ya no pueden defenderse, y también todo lo que se hace "en su honor” que tiene más que ver con las necesidades de quien lo hace que con lo que le hubiera gustado a quien ya no está. Esto, entre muchas cosas, es de lo que se trata “Cuando me muera”.
-“La cadena del mal” –el tema- parece estar asociado a un clima de época. ¿Corroborás?
-Bueno, la cadena del mal es justamente el abuso desde el poder. Yo me saqué varios abusos que he sufrido en la vida componiendo este disco. Me enfrenté, aunque en las letras se vea como algo muy resumido y simple a recuerdos de situaciones que no pensaba que me habían afectado tanto como persona, como la mujer que soy. Yo pensaba y estaba convencida de que me habían afectado en mi carrera y ya, pero al querer encararlo desde las letras, me di cuenta por cómo me movilizó sacármelo.
-En “Desigual” y “Fuzz” bajás medio cambio. De afuera, se percibe al primero como imbuido en cierto glamour pesado de los '80. Y al segundo, como un rock and roll más “ortodoxo”. ¿Los definís así?
-Yo puedo explicar de qué se tratan, solamente. “Desigual”, cuya música es de Lonnie y la letra es mía, trata de un abuso que sufrí y me marcó mucho a todo nivel. “Fuzz”, en cambio, lo compuse en la calle paseando a mis perros, porque el fuzz es un efecto que me encanta, y además me parece que arregla cualquier cosa en un riff. El tema es que la realidad que estamos viviendo lamentablemente no se arregla con un fuzz. Hay que ponerle el cuerpo y activar.
-“Dos Minutos” deviene más calma, al menos en su fachada sonora.
-Tal cual, porque se trata de una calma aparente (risas). Este tema trata la cosa de elegir un camino u otro en la vida, y de afrontar las consecuencias de lo que se elige. Por otro lado, para mí, los temas lentos son necesarios en un show y en un disco. Me cuestan porque no es lo que me sale naturalmente, aunque en este sí me salió la estrofa.
-¿A quién le hablás en esta canción?
-A mí. Me hablo a mí, y me digo que está todo bien y que, si se hace difícil, es porque elegí ese camino y no el otro. Pero que no pasa nada.
-Todos los temas son tuyos. ¿Por qué?
-No me gusta hacer versiones, solamente las hago en vivo y si aparecen de forma natural. A Lonnie no le gusta, porque dice que nuestros temas son mejores que los de las versiones, pero a mí me divierte hacer a veces algún tema con el que me sienta cómoda y que me provoque felicidad, solo que por ahora no me dieron ganas de hacerlo en un disco.
-¿Alguna pieza nueva y no abordada aún, sobre la que quieras focalizar?-“Policía de la corrección”, con música de Lonnie, y melodía y letra mía. Focalizo en él, porque se refiere a la época de los escraches, de todo ese mambo de “basta de abusadores en el rock”, y todo el circo y la sobreactuación que se hizo de un tema que por supuesto termina perjudicando lo que se dice que se quiere mejorar. Ese dedo acusador me desorientó al principio, y me dio rechazo al final. No me gustó. No me gusta que me vengan a medir el aceite. Además, me resultaba falso ese enojo que se parecía más a una pasada de factura personal que a una necesidad de cambiar los modos para bien. El tiempo medio que puso las cosas en su lugar, pero ese dedo acusador falso fue un horror. Esto de “yo soy el bueno y vos sos el malo”, o de juzgar situaciones y personas sacándolas de contexto y, sobre todo, la cantidad de personajes para mí nefastos que crecieron ocupando espacios en nombre de un bien que no era tal se los discuto a muerte. Y no me importa que me juzguen por eso.